jueves, 9 de abril de 2009

*^´`` Marcas en mi piel ´``^*



Música recomendada para acompañar la lectura de este post. Héroes del Silencio - La Herida.



Cicatrices, marcas… ambas son evidencias de algo que nos sucedió y definitivamente dejó su huella en nosotros para siempre, o al menos eso solemos pensar.


Una marca en nuestra mente, o en nuestro corazón puede ser inmensa, gigantesca, tan inconmensurable que ni mil galaxias bastarían para contenerla… pero son tan insignificantes fuera de nuestros propios ojos, que nadie más puede verlas. No hay evidencia física del dolor que produjo su aparición, de lo aberrante que fue su gestación, sólo un silencio que nosotros somos los únicos capaces de entender.


Una cicatriz, en cambio, vulnera lo liso de nuestra piel, nos deja una lesión carnosa, repulsiva a la vista. Algo que desviará las miradas hacía nosotros y que elevará indiscretos comentarios, pero sobre todo, que actuará como un perpetuo y constante recordatorio de algo que quizá no deberíamos volver a hacer…


Ambas son distintas, ambas son dos dolores diferentes, ambas son heridas en planos separados… pero en ciertas ocasiones serán complementarias…


Recuerdo cuando hace cuatro años tuve mi primer gran episodio depresivo, fruto de mi primera decepción amorosa sin motivos que la justificaran. En ese momento mis ideas se revelaron, mi juicio se perdió y mis decisiones dejaron de ser racionales. Por esos días sólo me planteaba dos opciones a seguir, o irme lejos y que nadie me volviera a ver, para que no se recordara lo sucedido, o sencillamente ya no volver a ver a nadie…


Con esas opciones tan limitadas discurrían mis días tan famélicos como la efigie apocalíptica de la hambruna, en esos momentos yo no hacía mucho esfuerzo por disimular mi estado de patetismo total, sólo me interesaba el hallar el modo de desaparecer, en el más extenso sentido de la palabra…


Así se produjo el primer real intento de acabar con este absurdo. Me agencié de una hoja de afeitar nueva, la compré como si nada, no es algo que se adquiera con mucha dificultad. Tan pronto la tuve en mis manos regresé a mi casa, a mi cuarto; cerré la puerta con llave, pensando que si lo hacía no querría ser interrumpido y salvado en el último segundo como en las películas. Me recosté en cama y permanecí mirando el techo (en ese entonces vacío) durante largo rato. Saqué la hoja de afeitar de mi bolsillo, la saqué de su empaque y la miré, plateada, reluciente, tan frágil en apariencia, tan frágil el reflejo que veía en ella. Respiré profundo y tragué saliva, pensando que por última vez, estiré mi brazo izquierdo y comencé a tensarlo para que las venas se notaran más. Acerqué despacio la hoja de afeitar a mi brazo que no dejaba de temblar, poco a poco hasta que sentí lo frío del metal profanando las capas más superficiales de mi piel. Fue un dolor instantáneo pero fugaz, pero bastó para dejarme inmóvil en esa posición. Respiré profundo una vez más y dije algo como “que mierda…” y deslice su filo hasta sentir el ardor recorrer mis nervios hasta mi nuca, y ver como la sangre se apresuraba a salir…


Al ver las gotas de sangre caer en mis piernas, en la cama, recibí una ráfaga de cordura en medio del caos mental que me apresaba. De un solo movimiento arroje la ensangrentada hoja de afeitar hacia la pared y la vi lentamente rebotar en ella y caer al piso, quedando adherida por efecto de la sangre que la manchaba. Intenté limpiar la sangre de mi herida para ver que tan profunda era, pero había mucha sangre, por lo que supuse que era algo serio, quité la llave de la cerradura, abrí la puerta de mi cuarto y fui a la cocina. Puse el brazo bajo el chorro de agua fría del caño, y vi como mi piel se había abierta bastante, pero por lo visto no había llegado a la vena. Eso me tranquilizo, así que le puse una toalla encima a la herida y fui hasta el botiquín del baño, saqué una botella de alcohol que tenía a la mitad y tan luego la abrí la vacié sobre la zanja sanguinolenta que adornaba mi brazo…


El dolor se me hizo mínimo ante el shock por lo que acababa de hacer, así que pude abrir la herida y echar el ardiente líquido en su mismísimo interior, de paso que revisaba si realmente no había una lesión en mis venas. Tome una venda del mismo botiquín y me vendé el brazo procurando apretar muy bien la herida para que no sangrara más. Tome un trapo húmedo y regresé a mi cuarto para limpiar el desastre hemoglobínico que había hecho en la pared, en mi cama y en el piso. Terminé de limpiar todo, cubriendo y eliminando las evidencias de mi tentativa de ego homicidio, y me regresé a echarme a mi cama, pensando aun en lo que acababa de suceder y las consecuencias que podría haber tenido un resultado exitoso…


Pensé en como mi total convicción suicida se había evaporado con tan sólo un corte; en como mi depresión tan profunda se desvaneció en un segundo que me valoré más que a nadie y decidí que no merecía la pena acabar todo así por alguien que no lo valía. Pensé que la vida aun tenía algunos misterios y revanchas que ofrecerme, así que volví a tomar la hoja de afeitar, que ahora reposaba en mi escritorio. La sostuve un instante, me quite la venda del brazo izquierdo y vi como la herida había dejado de sangrar, aunque no del todo, cerré fuertemente el puño hasta ver que la sangre salía una vez más, humedecí el borde afilado de la hoja de afeitar y comencé un concierto de violín sin arco y sin instrumento. Comencé a surcar mi propia piel con ese trozo de metal afilado, una y otra vez, sin pensarlo más, sin detenerme a reflexionar, sin analizar si esto era o no era algo sensato. Tome la cuchilla con mi mano izquierda y extendiendo mí brazo derecho repetí la operación, corte tras corte, herida tras herida, gota tras gota de mi roja sangre…


Esa noche fueron en total setenta y cuatro cortes, sin contar el primero que me hice, pues este tenía otra intención. Fueron setenta y cuatro cortes poco profundos que siendo lo suficientemente profundos para teñir de rojo encendido mis brazos, me hicieron sentir más vivo que nunca. Fueron setenta y cuatro cortes que dejaron de sangrar bajo el agua fría de un caño. Fueron setenta y cuatro cortes que dejaron setenta y cuatro heridas inflamadas, enrojecidas, grotescas. Fueron setenta y cuatro cortes que dieron paso a setenta y cuatro cicatrices que llevé por largo tiempo en la piel, sin ocultarlas ni avergonzarme de ellas. Fueron setenta y cuatro cortes en total, uno por cada día que había sufrido estúpidamente por el amor de alguien que jamás valió la pena…


Fueron setenta y cuatro cortes que me enseñaron la mayor verdad de todas, la verdad que yo mismo tenía que descubrir a través del dolor… No importa cuán grave sea la herida, esta siempre sanará… no importa cuán grande sea la cicatriz que la herida te haya dejado, el tiempo siempre la borrará…


A mí no me marcó ese amor desgraciado, ni mi primer acercamiento con mi vocación suicida, mucho menos esas setenta y cuatro heridas y sus cicatrices, o ese gran corte y la cicatriz que aun se puede ver…


Fue la forma en que se borraron esas marcas, lo que realmente me marcará para toda la vida…



1 comentario:

Anónimo dijo...

Estaba a punto de desmayarme cada vez que leia la palabra sangre y sus derivados en tu post buaaa...hace 4 anos tenias tu faceta de punk y usabas (no me acuerdo como se le dicen jeje) vendas o unas vainas negras en tus munecas, talves eso fue lo que te cubria las marcas? bueno, siempre leo tu blog pues es la unica manera de saber algo de un amigo ingrato, te me achoras no? jajaja ya sabes quien soy? me mandaste el link de tu blog junto a tus otros contactos seleccionados, si no sabes jodete pes! jajaja "asteroides" xP