jueves, 12 de marzo de 2009

...*Paramnesia*...Capítulo III - Gracias a cambio de nada


28 de Setiembre

Es de madrugada y está lloviendo, me gusta la lluvia, se lleva todo el olor a podrido de la ciudad al menos mientras dura. Estoy sentado mirando por la ventada de mi cuarto las pocas luces de los autos que se han animado a salir en busca de pasajeros y de víctimas en algunos casos. Me voy a la cocina y le pego un sorbo a una cerveza que saqué del refrigerador, y camino al comedor arrastrando mis pies envainados en unas viejas alpargatas. Prendó el televisor, pero a esta hora no hay mucho que ver, la televisión local solo transmite programas concurso de llamadas y repeticiones de novelas, si al menos tuviera cable vería una buena película porno. Apago el televisor y miro la hora en el reloj de mi cuarto, recién es la una, y para mi es como si fueran las ocho de la mañana. El aburrimiento me puede más que otra cosa, me pongo mis jeans raidos y viejos, mis zapatos alguna vez negros, mi camisa blanca de mangas largas y mi casaca de cuero. Voy al desván para sacar a mi tosca, fría y pesada amante, de detrás de unas cajas llenas de revistas que sonrojarían a una prostituta, la envuelvo en su franela y la guardo entre mi ropa. Abro la puerta que da a la calle y escucho la lluvia cayendo sobre el piso, es como oír al cielo limpio, transparente y puro caer sobre la mugre que cubre la tierra… Quisiera que al menos esta noche no sea una noche de aquellas.
La calle esta evidentemente vacía, perfecta para andar por esas avenidas que generalmente evito en el día. Paso por la plaza, por el boulevard, por el mercado, me gasto recorriendo estos sitios unos setenta minutos, aproximadamente. El olor de la lluvia es refrescante, olor a nada, es mi segundo olor favorito, y curioso, comparte con el primero que sólo aparecen un momento, llegan de repente, sin aviso, y toman a todos por sorpresa. Sigo con mi caminata insomne y vea a unos vagos forzando la puerta de una tienda, no quiero problemas esta noche así que me paso a la otra acera. Continúo mi camino cuando les oigo gritarme, tentándome a plantar cara como buen ciudadano, yo sólo sigo caminando y les oigo reírse pensando que han asustado a algún héroe anónimo. Escucho como rompen finalmente la cerradura y chillan como animales en celo mientras saquean la pequeña tienda, jodiéndole el esfuerzo a algún tipo honrado que duerme tranquilo sin imaginar que mañana amanecerá más pobre. Aparentemente estoy equivocado en mis suposiciones, mientras avanzo escucho a mis espaldas unos estallidos que reconozco perfectamente, sólo queda esperar los primeros gritos asustados. Ahí vienen, los escucho intercambiando gritos y estallidos, maldiciéndose unos y pidiendo ayuda otros, ahora ya no ríen… Ahora me estoy riendo yo.
Llego a una plazoleta con una rotonda techada, debajo unos cuantos indigentes se guarecen de la lluvia, en una de las bancas una prostituta con suerte que encontró un cliente, aprovecha lo seco de la rotonda para cumplir su parte del trato. Saco de mi casaca una pequeña botella de ron que compre hace unos días y le doy un par de sorbos. Este espectáculo deprimente me recuerda que aun tengo cosas que hacer antes de que la lluvia se detenga. Me pongo en pie y mientras me alejo escucho a la puta gritándole a su cliente, aparentemente el tipo no tenía el dinero que dijo tener, luego escucho el golpe seco de unos puños y un lloriqueo femenino. Voy doblando la esquina unos tipos borrachos, ajenos a la lluvia que los empapa, se golpean sin reparos quizá peleando por quién pateo la tapa de la botella o a quien le picó primero un mosquito. Sigo avanzando y por sólo pasar a su lado me hacen parte de su discusión etílica, no tengo tiempo ni ánimos. Uno de ellos me arroja algo, no sé si fue una piedra, un trozo de basura o su zapato, sólo sé que me molesta que hagan eso. Me doy media vuelta y los veo avanzar zigzagueando hacía mi, cuando los tengo delante antes de que hagan cualquier cosa le rompo la quijada a uno usando las espaldas toscas, frías y pesadas de mi amante. El otro tipo que ni siquiera se ha dado cuenta de lo sucedido intenta lanzarme un golpe tan mal dirigido que apenas me muevo para alejarme de él, una patada al estómago y un golpe frío, pesado y tosco en la cabeza, eso es suficiente para dejarlos tranquilos de momento. Bendita lluvia que me disimula el sudor, me estoy volviendo viejo, la guardo en su franela y la dejo bajo mi ropa otra vez, me giro y sigo caminando… Amo odiar esta ciudad, siempre me dan motivos.
Llego a la casa donde me esperan, toco la puerta tres veces como mandan los buenos modales. Veo por debajo de la puerta aparecer un brillo amarillento y escucho como empiezan a girarse los engranajes de la cerradura. Abren la puerta y ahí está ella, delgada pero llena de formas, no muy alta sólo lo necesario, con un rostro a estas horas cansado pero muy agradable, despeinada y aun así luciendo bonita. Detrás de ella está él, un hombre de porte rudo, viril, trigueño y con porte atlético, me mira con desprecio. Ella me invita a pasar, él sólo me mira como esperando que le dé un pretexto para sacarme a golpes de su casa. Me siento en un sillón descuidado pero increíblemente cómodo comparado con el piso de mi casa en la madrugada. Ella me trae una taza de café con un chorrito de aguardiente, le sirve uno a él y ella se prepara el tercero. Él me pregunta por fin si he cumplido, ella se sobresalta por lo directo de la pregunta pero más le conmociona mi respuesta, y sin inmutarme le digo que sí, que quizá mañana, perdón, más tarde lo escuche en las noticias. Él se levanta y se va a una habitación que está al lado, ella me mira intrigada y con una gran pena a la vez, yo trato de evitar su mirada dirigiendo mis ojos al café humeante. Él regresa y me entrega un sobre manila doblado, me pide que lo cuente, yo le digo que no es necesario, que para mi mí palabra es lo único que me da valor frente a los demás, y le tengo la misma consideración a la palabra de los otros. Por primera vez lo veo hacer un gesto que dista del enojo, me extiende una mano y me dice que jamás nos hemos conocido, yo le digo lo mismo. Ella me queda mirando mientras él me acompaña a la puerta, termino mi café y le agradezco la deferencia mientras le entrego la taza, no dice nada. Mientras regreso a la lluvia agradecido de haber encontrado alguien que tenga el resentimiento suficiente como para contratarme, veo hacia atrás y en la ventana sigue ella, ahora con la luz apagada, quizá para que él no sepa que me está despidiendo y detestando con la mirada… Amo odiar esta ciudad, a cada paso, cada día me suelta nuevos motivos.
Regreso al lugar que llamo casa, me quito la casaca de cuero, la camisa blanca de mangas largas, los jeans viejos y raidos y los zapatos alguna vez negros. Dejo mi ropa secándose sobre las dos sillas que están alrededor de mi mesa, los zapatos los dejo en el baño para que se les vaya toda la humedad. Guardo en la caja de zapatos que tengo bajo mi cama, el sobre manila del que viviré hasta que aparezca otro iracundo resentido. Me dejo caer en la cama, el reloj me dice que son las cuatro de la mañana, y que han pasado setenta y dos horas ya, desde que ella estuvo aquí, sobre mi. El sueño definitivamente ya no vendrá, generalmente a las tres de la madrugada viene a verme, pero hoy no estuve en casa, así que hasta la siguiente madrugada el sueño se mostrará ausente. Con la lluvia aun sonando y con imágenes frescas de ella, de esta noche, me quedo pensando en ese momento en que la conocí, en lo curioso del hecho de que me haya conocido en mi faceta más cruda, y que aun así se haya animado a acercarse tanto. Me quedo pensando en cómo pudo sobreponer su idea de mi persona, sobre mi imagen tan deshumanizada, y sobre todo me quedo pensando, en el largo tiempo que había pasado desde que una mujer se fue conmigo a la cama, sin que yo tuviera que darle algo a cambio… Amo odiar esta asquerosa ciudad, a cada paso, a cada día, con cada recuerdo me suelta nuevos motivos.
Él me llamo una tarde en la que para dejar una mala primera impresión, me había bebido una botella de aguardiente que me traje a este lugar que llamo casa, desde el bar de la peor muerte. Habiendo sacado resistencia etílica a fuerza de beber ese alcohol de botiquín, logré disimular un poco mi embriaguez. Me contó sus requerimientos y cuando me iba a contar sus motivos, lo corté, le expliqué que eso no era necesario que yo lo supiera, pero insistió, para mala suerte futura del tipo que termino besando el fondo de una acequia. Sin titubear, ni alterar el tono ya alterado de su voz, él me conto cómo un tipo que había sido amigo suyo se había aprovechado de su confianza y la de su conviviente, para quedarse en su casa unos días. No bastando con la hospitalidad con la que él y ello lo trataron, el tipo se fue un día llevándose un dinero que él había juntado, y una tarde de fornicación forzada y violenta de ella. Cuando él se enteró de todo buscó al tipo pero no lo encontró, así que me requería que lo encuentre y le enseñe a respetar a los amigos, su dinero y sobre todo a sus mujeres. Yo accedí desde antes que me contara todo eso, total, no es mi asunto el por qué, sólo el cuánto. Entonces fijé una reunión con él y con ella, para que me diera un adelanto, para gastos operativos y esas cosas. Fui hasta su casa, era de noche, para evitar cualquier complicación posterior, y fue cuando por primera vez ella me abrió la puerta. No soy un tipo social, no frecuento amigos, no salgo con chicas, ni voy a lugares donde pueda encontrarme con más de cinco personas, pero ella tenía algo que movió algunas fibras humanas en mi. Me pidió que pase, y me miró avergonzada, quizá porque yo sabía que había sucedido con ella y el tipo aquel, me acompañó a la sala, me hizo sentar en un sillón descuidado pero increíblemente cómodo, si lo comparo con el piso de mi comedor en la madrugada. Me preguntó si quería algo, yo hice un gesto de negación, luego apareció él y ella se fue, supongo a la cocina, me dio la mano y se presento formalmente, me dijo que no tenía más que decir, que lo dicho por teléfono, y que ahí tenía mi adelanto. Lo guardé en mi casaca de cuero, me despedí y salí de su casa, mientras me iba, pude sentir como ella me miraba desde la ventana, tenía la luz apagada, quizá para que él no se diera cuenta de que me despedía con la mirada… Amo tanto el odiar esta asquerosa ciudad, a cada paso, a cada día, con cada recuerdo me suelta nuevos motivos.
Regresé a su casa dos días después, para informarle a él que había dado con el tipo, y que en otros dos días el trabajo estaría terminado. Me agradeció, pero me pidió que no regrese a su casa hasta a menos que sea para cobrar mi otra mitad al terminar el encargo. Yo accedí, no es bueno que a uno lo relacionen con los clientes, eso afecta el negocio, así que le di un papel con una dirección donde encontrarnos si algo surgía, él aceptó. Al día siguiente recibí una llamada, era ella, me decía que él le había encargado que me dijera algo, y que nos viéramos en el sitio acordado por mi, pues él no quería que lo vincularan mucho conmigo. No me pareció extraño, ya antes me he reunido con hijos, esposas, amantes, amigos y confidentes de mis clientes, para que no se les pueda ligar a mi, así que me fui al punto de encuentro. Cuando llegué, habiéndome mentalizado con la idea de que ella era sólo una mujer más, y peor aún, la mujer de un cliente, me la encontré puntual, esperándome, vestida con una falda jean por encima de la rodilla, unas sandalias playeras, un polo sin mangas pero con un buen escote, unos lentes de sol pese a la hora, y el cabello recogido en un moño. Hice gala de mi aplomo y la salude con sequedad, ella me dijo que no era un lugar apropiado para hablar, eso lo pude entender, aunque era de tarde había alguna que otra persona dando vueltas por ahí. Le dije que no podía llevarla a mi “oficina”, porque nada me aseguraba que no eran policías montando un operativo encubierto. A ella mi paranoia real le pareció un chiste improvisado y sonrió, maldita sea mi bendita suerte que esa sonrisa me hizo cambiar de parecer. Le dije que iríamos a la “oficina” de un colega mío, por seguridad de ambos, ella aceptó; como yo no tengo fotografías ni nada de eso no había forma de que diera con que ese era el lugar al que llamo casa. Cuando llegamos ella se sentó en una de las sillas del comedor, y antes de que me siente empezó a llorar… Amo tanto el odiar esta asquerosa ciudad, a cada paso, a cada día, con cada recuerdo me suelta nuevos motivos para hacerlo.
Me acerqué a ella por puro compromiso, a mi las lágrimas dejaron de conmoverme hace mucho tiempo. Ella se llevó las manos a la cara y balbuceó algo sobre que se sentía muy mal, yo le lleve un vaso de café mezclado con aguardiente. Eso la tranquilizó un poco, y me confesó lo que en verdad había pasado con aquel tipo. La historia que me conto él, era la versión que ella le había dado para protegerse a sí misma, pero en realidad ella y el tipo eran amantes desde antes que se quedara en casa de él. Como el tipo tenía problemas de dinero con unos delincuentes de bajos fondos, tuvo que llevarse el dinero que ella le había dicho que él tenía escondido en su cuarto. El tipo le pidió a ella que se fueran juntos, y ella aceptó, la excitación los hizo presa y terminaron haciendo el amor en la sala, sin percatarse que él estaba por llegar. Cuando oyeron la puerta ambos se descontrolaron, no supieron que hacer, y ella le dijo que tomara el dinero y se fuera por el techo del patio que tenía detrás, que ella lo alcanzaría luego. Y así lo hicieron, al menos la primera parte, el tipo salió corriendo al patio y se escabulló entre los techos, mientras ella se arranco la blusa, me golpeó el rostro y se arrojó al piso llorando. Cuando él entró se encontró a su amor tirada en el piso en aparente estado de shock, diciéndole que su amigo se había robado su dinero y había abusado de ella antes de huir. Yo estaba consternado, pues ella no tenía la apariencia de hacer algo así, y le pregunté por qué si el tipo era su amante, le hizo eso, ella sólo dijo que tuvo miedo, que así como él me contrato para encargarme del tipo, pudo haberme contratado para encargarme de los dos. Tenía sentido, ella al final sólo reaccionó como todos los demás humanos ante el peligro, y ahora parecía preocupada por el destino de su amante, un destino que por el momento yo tenía en mis manos. Así que vino aquí para convencerme de que no terminará con mi trabajo, y que le dejara en paz, que ella ya había hablado con el tipo y que le había mentido que pronto iría a verle y que le había convencido de no volver a la ciudad. Luego de su relato sentía más ganas de acabar con mi trabajo, ese tipo tuvo la suerte de tener a una mujer como ella, y tuvo la desdicha de que una mujer como ella lo pusiera en tan peligrosa situación, por cualquiera de los dos motivos merecía lo que le había preparado… Amo odiar esta asquerosa ciudad, a cada paso, a cada día, con cada recuerdo me suelta nuevos motivos para no dejar de hacerlo.
Ante mi respuesta, ella me dijo que haría lo que sea, y sin que le diga nada comenzó a despojarse de la ropa que llevaba, primero el polo sin mangas pero con un buen escote, luego la falda jean que dejo caer sobre sus pies ya sin esas sandalias playeras, luego le dijo adiós a su brassiere al tiempo que yo le decía hola a sus amigas. Antes de que continuara al punto donde yo ya no me controlaría la tome de las muñecas y le dije que no lo hiciera, que era algo inútil porque yo ya había dado mi palabra, y en mi oficio ese es un compromiso inquebrantable. Anticipando su limitación física ante mi, utilizó su ingenio y me atrapó con un beso que me hizo soltarla, aprovecho su libertad para terminar su planificado striptease y dio inicio al mío. Habiendo pasado el umbral de mi propia resistencia la tome por las nalgas y la subí a mi cuerpo, ella se aferró con sus brazos a mi cuello y con sus piernas a mi cintura. Teniéndola así a merced de mis pasiones más mundanas la llevé colgada de mi deseo hasta ese viejo colchón desde el que ahora recuerdo todo eso. Abrazo la única almohada que tengo, y que aun guarda el aroma de su sudor y pienso en lo suave de su piel y la fiereza que guardaba bajo la disimulada apariencia de sumisión. Ahora entiendo por qué aquel tipo se arriesgo a tanto, convirtiéndose en su amante, lástima por él, pero mi palabra es lo único que me da valor frente a los otros, además tuvo la dicha de morir por una mujer por la que yo también hubiera muerto… Se sintió muy bien que una mujer así se fuera conmigo a la cama, sin haberle tenido que dar nada a cambio.



1 comentario:

Jonathan dijo...

y los demas capitulos?