Comer es una necesidad humana ineludible. Somos presas (valga el término para mantener la ilación de las ideas) de nuestra apetencia voraz, de los requerimientos infames de nuestro sistema digestivo que no conoce hora ni lugar cuando el vacio que lo llena no le es suficiente. Tal puede llegar a ser el hambre, que cuando esta apremia poco importa qué te estés llevando a la boca con tal de saciarla. Puedes creerte el más fino y refinado sibarita graduado con honores gustativos del Le Cordon Bleu, comensal habitual de los restaurantes más exclusivos de la geografía mundial como el Aragawa de Tokyo, el Sketch de Londres, o el Arpège de París, suscriptor vitalicio de la revista virtual Entremeses o de Gastronova, coleccionista acérrimo de exóticas especias traídas desde Alappuzha, Hyderabad o Jaipur, cuyos nombres de seguro no serán menos complicados. Puedes pretender ser todo lo que quieras, pero cuando tengas hambre no serás más que un homínido sobredimensionado, desbordando saliva a la expectativa de algún cacahuate o una raíz napiforme que puedas triturar con tus molares. Dirás que sólo comes magret de pato o filloa rellena de marisco, pero cuando tu hambre pueda más (y siempre puede más) que tus posturas acalambradas de crítico culinario, terminarás comiendo una porción de salchipapas (para los que desconozcan este preparado pueden culturizarse aquí http://www.yanuq.com/buscador.asp?idreceta=1474 ) servida en un retazo de papel periódico, un riquísimo combo de pizza + gaseosa por S/.1.99 (o 64 centavos de dólar, toda una ganga!) y para rematar el festín un exquisito chancay con su emoliente para la digestión.
Alguna vez leí o escuche que el ser humano comía para vivir, y así podía vivir para comer. Es pues esa función vital primaria, que tenía per se la única ocupación de preservar el funcionamiento de la maquinaria corporal en un estado optimo (como el combustible al motor V8 gasolinero), la que con el descubrimiento de los sabores, la sazón, la combinación y los preparados meticulosamente calculados, ha evolucionado a ser más un deporte o un hábito, que aquello que fue en los albores de la fangosa aparición del ser humano. Hoy ya no comemos por necesidad, lo hacemos por costumbre, lo hacemos porque es un ritual social de confraternidad y un lubricante aun más efectivo que el alcohol al momento de entablar una “amena” plática con alguno de nuestros semejantes. Lo hacemos porque una mesa es el mejor lugar para concretar un negocio, para festejar un triunfo, para anunciar algo importante, para un reencuentro familiar, para departir con los amigos, para festejar un onomástico, para agradecer algún favor, para hacer los previos de alguna bacanal alcohólica, para propiciar los flirteos con algún/a desconocido/a, para aventurarse en la vida de pareja con una simple proposición, para dar por terminada una larga relación llena de insatisfacciones, para llorar una despedida, o sencillamente para matar las horas de la temprana noche junto a tu pareja.
Ahí quería llegar (¿largo el prefacio eh?, pero siempre necesario), ¿Por qué? Pues precisamente porque esta es la combinación más usual entre la comida y el amor. Más que las ficticia escena de la amorosa esposa cocinando para su trabajador marido, más que las tardes de cocina afrodisiaca en pareja, más que las sesiones amatorias que incluyen vegetales a emulo de sextoys, más que la amelcochada y siempre ambivalente “quiero comerte toditito/a”…No, no, no, la comida puede ligarse al amor, pero nunca lo estará tanto como en las cotidianas salidas a comer en pareja. Y es que estamos ante el ritual más común y reiterativo con el que podemos encontrarnos si decidimos analizar las actividades en común de una joven pareja de enamorados/novios/recién casados (se excluye a los matrimonios ya bien establecidos no porque coman en casa, sino porque verse todos los días es suficiente para ellos, como para pretender salir a la calle y seguirse viendo). Absolutamente nadie podría decir que cuando estuvo emparejado realizó una actividad con más repeticiones que el salir a comer con su alma gemela, por ende en el rutinómetro ocupa un indiscutible primer lugar. Es probable incluso que si comparas las veces que se han visitado mutuamente, las que han salido a bailar, al karaoke, a ver una obra de teatro, a ver una película (otro tema digno de ser narrado, pero ya será en otra ocasión), a hacer compras, a la playa o de viaje, TODAS JUNTAS, no sumarán ni la mitad de las veces que han salido a comer. Incluso, haciendo números mentales, puedes percatarte de que contando todas las salidas a algún expendio de comida con tu pareja, lo que gastaste serviría para mantener un país pequeño durante un mes, para pagar los intereses la deuda externa, o para subvencionar la alimentación de todas las tribus dispersas en el África central. Ni que decir de las cantidades ingentes de comida que implica esta historia, si lo juntaras todo, los cuartos llenos de oro y plata que lleno Atahualpa para pagar su traicionado rescate, lucirían como cajoncitos de alguna cómoda, si podría decirse que te has comido en un lapso muy corto de tiempo más del 40% de la comida que estadísticamente habrías consumido en toda tu vida.
Me surge la duda ¿Es acaso que el estar enamorado nos aumenta el apetito desmesuradamente? ¿Podría ser que sentimos más hambre por todas esas mariposas que tenemos en el estómago revoloteando sin detenerse? Digo yo, si una sola tenia (el bicho ese que parasitariamente se come todo lo que resbala por nuestro tracto digestivo superior, siendo el mejor método para adelgazar hasta ahora conocido) en nuestro estómago puede hacernos sentir una apetencia constante, pues con más razón una tropa de lepidópteros que no tiene a mano flor alguna, tendrá que recurrir a prácticas omnívoras para satisfacerse (nótese que el mismo reino animal si no tienes que comer te comes hasta las piedras, nadie está hoy como para sobrevivir con exquisiteces). ¿Será quizá que el amor nos desgasta tanto que comemos más para reponer las fuerzas que nos quita? ¿O acaso la ansiedad que nos instaura este estado emotivo nos vuelve glotones compulsivos? La verdad yo creo que no tengo idea, o por lo menos no una explicación física a esa necesidad obsesiva por comer en tan grandes proporciones sin siquiera tener hambre, porque ese es el plus del asunto…comemos como heliogábalos, como sajinos salvajes, como elefantes con gigantismo, pero sin siquiera tener hambre!!!
Es, como diría Ángel Martín, acojonante! Diariamente nos cebamos con hamburguesas, con pollo y papas fritas de una Franquicia extranjera, con el peruanísimo pollo a la brasa, con helados aunque sea invierno, con postres variados, con comida oriental, con empanadas argentinas, con pizza, con pastas y carnes a la parrilla, con chocolates y muchas otras golosinas, con chicharrones acompañados de su respectiva porción de yuquitas, sanguchitos con variopintos rellenos y en general con cuanto producto alimenticio se encuentre en la carta de los restaurantes. Y obvio, todo ello digerido con gaseosas, jugos, agua, café, té, leche, y si la noche era “especial” una copa de vino (barato y de cajita, o del bueno, ese de botella limpia, todo depende también del bolsillo) y si no alcanzó, cuando menos un vaso de cervecita. De sólo revisar la lista genérica de todo lo que podemos comer uno se siente lleno ipso facto (me gusta decir eso), siente el vientre inflándose, y repara en lo ajustado que empieza a encontrar sus jeans. Ahora trasladen la idea al plano efectivo real, donde la comilona no es sólo visual o figurada, sino que te has mangado todo eso pa’ adentro. No me puedo imaginar cómo terminará el índice de grasa corporal de un cuerpo expuesto a tanto desajuste alimenticio, cuán obstruidas saldrán sus arterias por el colesterol ingerido y sobre todo, qué tan minimizado (extinto diría yo) acabará su presupuesto por el agobio de las cuentas. Y todo por puro gusto, así es, por puro gusto y antojo de tener que matizar una salida romántica con un plato de tallarín saltado y una porción de chaufa especial. Romantiquísimo, ni Tavo Adolfo Bécquer podría haber ideado un contexto más inspirador y propicio para el romance.
¿Por qué esa tendencia reiterativa de considerar que el salir a comer es la hipérbole del tiempo de calidad en pareja? No lo entiendo, ni siquiera hay fundamentos para ello. A ver, analicemos la situación un poco. En primer lugar está el factor “ya comí en casa”…o sea, sentido común…si uno ya realizó la ingesta de sus respectivos alimentos en su domicilio, preparados delante de ti, con pulcritud quirúrgica, con los mejores ingredientes, y encima gratis ¿Para qué voy a salir a la calle a comer de nuevo? No hay sentido, es irte a un lugar donde no tienes ni la más remota idea de cómo prepararán tu comida, qué tan limpia será su cocina, estarán usando insumos frescos o la lechuga de la ensalada no es que esté arrebozada, sino que está amarilla porque se pudrió en fiestas patrias, y para colmo estás pagando por eso, repito, no hay sentido.
En segundo lugar tenemos al factor “no tengo hambre, pero qué importa”, es decir que estás comiendo por pura y rica gula, estás pecando capitalmente y tu tan tranquilo, te metes la comida a la boca, la masticas, la deglutes y la digieres porque la tienes en frente y ya que te queda pues, si igualito vas a tener que pagarla. En lugar de darle la comida a un pobre huérfano tiritando de fría en la dura calle, prefieres que te pase por el indiferente gaznate y se vaya a quién sabe dónde, porque como tu cuerpo no la necesita la mayor parte se alojará finalmente en tu intestino grueso hasta que hagas la siguiente parada técnica. Y esto tiene más tela para cortar, pues no todo es culpa del comensal insensato que pide comida que no quiere, no, no, no, ahí hay una indiscutible influencia de la pareja. Sí señores, es la pareja quien de hecho tampoco tiene hambre, pero le sale de los mismísimos ovarios (diría de los cojones pero seamos sinceros, son ellas/ustedes las que proponen las visitas románticas a algún comedor y no aceptan un no por respuesta) que tienen que ir a comer y van a comer, y eso sí, pobre de ti si le dices que no tienes hambre, en lugar de comprender el normal funcionamiento de nuestro aparato digestivo, sonreír de forma dulce y decidir que entonces irán a caminar, a ver tiendas, a conversar en algún lugar tranquilo, te increpa tu falta de compromiso con la relación (¿?¿?¿?¿?) y te tilda de falócrata, de dictador impositivo que jamás accede a hacer algo por complacerla, a ella que nunca pide un cobrecito a cambio del amor que te da (claro que no pide un cobrecito, eso no le alcanzaría, te piden cobre, oro, plata, estaño, níquel, zinc, y si te saben acaudalado la tabla periódica entera incluidos los elementos del 106 al 118), por lo que no te queda de otra que acceder ante sus fortísimos argumentos. La cosa no queda ahí, pues no basta que la acompañes a comer, tú TIENES que comer, o sea no hay pretexto válido para ellas, para que te niegues a comer algo sustancioso y necesariamente servido en un plato, no vale que pidas un jugo, una gelatina, un postrecito, NO, tiene que ser algo como lo que ella pida o de mayor abundancia. No vale que digas que estás con una dieta estricta por indicación médica, no sirve que digas que te has vuelto vegetariano, no les importa que estés cuidándote de no engordar demasiado, caso curioso mi ex pareja decía que prefería verme gordo antes que atlético porque así tenía más que apapachar (sin comentarios). Si no haces caso a esta norma tácita, ella se enojará, agestará sus facciones y su comida transcurrirá en un silencio comparable al de un mausoleo subterráneo, esto en el mejor de los casos, porque cabe la posibilidad que la ofenda este hecho y se retire dejándote ahí con el camarero fungiendo de notario y certificando el fenecimiento de tu noche amorosa. Incontables veces me ha pasado que francamente no tengo ni un ápice de hambre, pero me he visto obligado a comer a bocanadas insípidas algún platillo sólo para evitar las represalias gestuales de mi pareja de aquél entonces. Conclusión, culpa compartida, ellas las instigadoras, nosotros los cenutrios calzonudos que no sabemos mantener un no.
En tercer lugar está el factor “ámame, mírame, mímame, pero no me toques”. Es lógico relacionar el romance con algún roce aventurado, una caricia enternecida, un abrazo cómplice, y hasta con un beso atemporal, pero todo ello se omite si están comiendo. Así, de plano. Y es que no es un ambiente contextual muy incitante para el amor, seamos sinceros, es un sitio donde entra y sale gente cada dos minutos, el camarero que asesina por propinas ronda las mesas como un tiburón a un cardumen de cojinovas (sin agraviar), a menos que sea Venecia o que haya habido un apagón (que recuerdos) el sitio estará iluminado como la cancha de un estadio, y por si no fuera poco si vas a comer a un sitio obviamente decente, el lugar estará a reventar de gente, ergo habrán adultos cenando, señoras chismeando, jóvenes berreando, niños insoportabilizando el ambiente, y la típica música de fondo que ni siquiera es un CD uniforme, sino que es una radio cualquiera donde te pueden poner el más feelin hitazo de Alejandro Sanz, y al segundo el perreo mas verraco de Alexis y Fido. No hay ambiente, que ahí nazca el romance es un milagro clínico, y de ahí a esperar que la situación permita algún acercamiento físico con tu pareja, pues ya te digo. Mejor espera que entre un grupo de porristas con minifaldas y en topless gritando tu nombre porque eres el ganador de un viaje con todo pagado a Ibiza para participar del Miss Best body (mejor cuerpo para los ajenos a la lengua de Bush) como jurado honorífico, eso será mucho más probable en comparación con la posibilidad de que tú y tu pareja encuentren ese romance que los haga ignorar su contexto (y el aliento a mayonesa) y se prodiguen amor sin miramientos.
El cuarto y último factor es “no se habla con la boca llena”. Este es el que más me llama la atención por una sencilla razón: si se supone que es una velada donde impera el romance, quiere decir que no sólo basta con su presencia, con un intercambio de embobadas miradas, velas, y una comida humeante, sino que debe haber conversación, diálogo, intercambio oral de mensajes estructurados que llevan una idea que se pretende transmitir al receptor. Pero si están comiendo ¿Cómo diablos van a hablar? ¿Se comunicarán por medio de señas? ¿O quizá optarán por escribirse notitas en las servilletas? Cosa que tampoco tiene mucho sentido porque si están comiendo tendrán las manos ocupadas sosteniendo los cubiertos. Claro que por aquí algún avispado lector pensará “duhh…si no van a estar comiendo todo el tiempo, comerán un momento y luego hablarán, baboso”; o también “se habla mientras se espera que traigan la comida, y mientras comen hablan poco porque en silencio pueden hablar sus corazones” (voy al baño, vomito, y regreso a contestarte); posiblemente hay quienes sostengan ”uno sale a comer con su pareja por disfrutar de la compañía de esta, para hablar sobran otros momentos” Cierto mi agudo lector (lectores, si juego a ser optimista), respuestas válidas y planteadas como para dejar mi perorata de lado, no obstante desmiéntanme si me equivoco, pero ¿Qué tiene de romántico sentarte frente a otra persona a verla comer, manteniendo una conversación con más pausas que un video mal cargado del Youtube, casi sin intercambiar palabras, y las pocas que intercambies o bien suenan a balbuceos de un cromañón, o te dejan ver el feliz destino que le espera al emparedado triple frio que acaba de ordenar? Si eso es romance hay que apurarnos para redefinir la poesía…qué es poesía me preguntas…(mastico) (mastico) (mastico)…josía…(mastico y paso)…poesía es ese pedazo de culantro que ha quedado atrapado entre tus incisivos, y que dejas ver mientras te ríes de la lechuga pegada a mis caninos… Regla de oro señores, con la boca llena no se habla, es mentira que vayas a comer con tu pareja y pretendas tener una tierna y fluida conversación. Se va a lo que se va y si no se va a eso, entonces sencillamente que no se vaya.
Con todo eso, las salidas a comer seguirán siendo el pan de cada día (nuevamente para mantener la ilación) de la vida en común de los jóvenes enamorados. Aunque no tengan sentido, aunque no sirvan más que para ganas kilos y perder pesos (o nuevos soles, o euros, o dólares o…), aunque no sean lo que pretenden que creamos que son, las visitas diarias a los restaurantes continuarán sirviendo como campo de prueba a la tolerancia mutua de la pareja, y es que el día que se sienten a la mesa multipropósito, y no puedan soportar ni un segundo la presencia y modales gastronómicos de su amado/a, cuando no tengan ni una palabra (por más balbuceada o exhibicionista de la comida, que sea) para ablandarle la digestión, cuando la idea de salir a comer juntos ya ni siquiera se les cruce por la cabeza, y les aterre la posibilidad de que puedan ser vistos departiendo juntos, lamentablemente significará que todo terminó, que no hay salvación ni vuelta atrás…significará que están casados.
Alguna vez leí o escuche que el ser humano comía para vivir, y así podía vivir para comer. Es pues esa función vital primaria, que tenía per se la única ocupación de preservar el funcionamiento de la maquinaria corporal en un estado optimo (como el combustible al motor V8 gasolinero), la que con el descubrimiento de los sabores, la sazón, la combinación y los preparados meticulosamente calculados, ha evolucionado a ser más un deporte o un hábito, que aquello que fue en los albores de la fangosa aparición del ser humano. Hoy ya no comemos por necesidad, lo hacemos por costumbre, lo hacemos porque es un ritual social de confraternidad y un lubricante aun más efectivo que el alcohol al momento de entablar una “amena” plática con alguno de nuestros semejantes. Lo hacemos porque una mesa es el mejor lugar para concretar un negocio, para festejar un triunfo, para anunciar algo importante, para un reencuentro familiar, para departir con los amigos, para festejar un onomástico, para agradecer algún favor, para hacer los previos de alguna bacanal alcohólica, para propiciar los flirteos con algún/a desconocido/a, para aventurarse en la vida de pareja con una simple proposición, para dar por terminada una larga relación llena de insatisfacciones, para llorar una despedida, o sencillamente para matar las horas de la temprana noche junto a tu pareja.
Ahí quería llegar (¿largo el prefacio eh?, pero siempre necesario), ¿Por qué? Pues precisamente porque esta es la combinación más usual entre la comida y el amor. Más que las ficticia escena de la amorosa esposa cocinando para su trabajador marido, más que las tardes de cocina afrodisiaca en pareja, más que las sesiones amatorias que incluyen vegetales a emulo de sextoys, más que la amelcochada y siempre ambivalente “quiero comerte toditito/a”…No, no, no, la comida puede ligarse al amor, pero nunca lo estará tanto como en las cotidianas salidas a comer en pareja. Y es que estamos ante el ritual más común y reiterativo con el que podemos encontrarnos si decidimos analizar las actividades en común de una joven pareja de enamorados/novios/recién casados (se excluye a los matrimonios ya bien establecidos no porque coman en casa, sino porque verse todos los días es suficiente para ellos, como para pretender salir a la calle y seguirse viendo). Absolutamente nadie podría decir que cuando estuvo emparejado realizó una actividad con más repeticiones que el salir a comer con su alma gemela, por ende en el rutinómetro ocupa un indiscutible primer lugar. Es probable incluso que si comparas las veces que se han visitado mutuamente, las que han salido a bailar, al karaoke, a ver una obra de teatro, a ver una película (otro tema digno de ser narrado, pero ya será en otra ocasión), a hacer compras, a la playa o de viaje, TODAS JUNTAS, no sumarán ni la mitad de las veces que han salido a comer. Incluso, haciendo números mentales, puedes percatarte de que contando todas las salidas a algún expendio de comida con tu pareja, lo que gastaste serviría para mantener un país pequeño durante un mes, para pagar los intereses la deuda externa, o para subvencionar la alimentación de todas las tribus dispersas en el África central. Ni que decir de las cantidades ingentes de comida que implica esta historia, si lo juntaras todo, los cuartos llenos de oro y plata que lleno Atahualpa para pagar su traicionado rescate, lucirían como cajoncitos de alguna cómoda, si podría decirse que te has comido en un lapso muy corto de tiempo más del 40% de la comida que estadísticamente habrías consumido en toda tu vida.
Me surge la duda ¿Es acaso que el estar enamorado nos aumenta el apetito desmesuradamente? ¿Podría ser que sentimos más hambre por todas esas mariposas que tenemos en el estómago revoloteando sin detenerse? Digo yo, si una sola tenia (el bicho ese que parasitariamente se come todo lo que resbala por nuestro tracto digestivo superior, siendo el mejor método para adelgazar hasta ahora conocido) en nuestro estómago puede hacernos sentir una apetencia constante, pues con más razón una tropa de lepidópteros que no tiene a mano flor alguna, tendrá que recurrir a prácticas omnívoras para satisfacerse (nótese que el mismo reino animal si no tienes que comer te comes hasta las piedras, nadie está hoy como para sobrevivir con exquisiteces). ¿Será quizá que el amor nos desgasta tanto que comemos más para reponer las fuerzas que nos quita? ¿O acaso la ansiedad que nos instaura este estado emotivo nos vuelve glotones compulsivos? La verdad yo creo que no tengo idea, o por lo menos no una explicación física a esa necesidad obsesiva por comer en tan grandes proporciones sin siquiera tener hambre, porque ese es el plus del asunto…comemos como heliogábalos, como sajinos salvajes, como elefantes con gigantismo, pero sin siquiera tener hambre!!!
Es, como diría Ángel Martín, acojonante! Diariamente nos cebamos con hamburguesas, con pollo y papas fritas de una Franquicia extranjera, con el peruanísimo pollo a la brasa, con helados aunque sea invierno, con postres variados, con comida oriental, con empanadas argentinas, con pizza, con pastas y carnes a la parrilla, con chocolates y muchas otras golosinas, con chicharrones acompañados de su respectiva porción de yuquitas, sanguchitos con variopintos rellenos y en general con cuanto producto alimenticio se encuentre en la carta de los restaurantes. Y obvio, todo ello digerido con gaseosas, jugos, agua, café, té, leche, y si la noche era “especial” una copa de vino (barato y de cajita, o del bueno, ese de botella limpia, todo depende también del bolsillo) y si no alcanzó, cuando menos un vaso de cervecita. De sólo revisar la lista genérica de todo lo que podemos comer uno se siente lleno ipso facto (me gusta decir eso), siente el vientre inflándose, y repara en lo ajustado que empieza a encontrar sus jeans. Ahora trasladen la idea al plano efectivo real, donde la comilona no es sólo visual o figurada, sino que te has mangado todo eso pa’ adentro. No me puedo imaginar cómo terminará el índice de grasa corporal de un cuerpo expuesto a tanto desajuste alimenticio, cuán obstruidas saldrán sus arterias por el colesterol ingerido y sobre todo, qué tan minimizado (extinto diría yo) acabará su presupuesto por el agobio de las cuentas. Y todo por puro gusto, así es, por puro gusto y antojo de tener que matizar una salida romántica con un plato de tallarín saltado y una porción de chaufa especial. Romantiquísimo, ni Tavo Adolfo Bécquer podría haber ideado un contexto más inspirador y propicio para el romance.
¿Por qué esa tendencia reiterativa de considerar que el salir a comer es la hipérbole del tiempo de calidad en pareja? No lo entiendo, ni siquiera hay fundamentos para ello. A ver, analicemos la situación un poco. En primer lugar está el factor “ya comí en casa”…o sea, sentido común…si uno ya realizó la ingesta de sus respectivos alimentos en su domicilio, preparados delante de ti, con pulcritud quirúrgica, con los mejores ingredientes, y encima gratis ¿Para qué voy a salir a la calle a comer de nuevo? No hay sentido, es irte a un lugar donde no tienes ni la más remota idea de cómo prepararán tu comida, qué tan limpia será su cocina, estarán usando insumos frescos o la lechuga de la ensalada no es que esté arrebozada, sino que está amarilla porque se pudrió en fiestas patrias, y para colmo estás pagando por eso, repito, no hay sentido.
En segundo lugar tenemos al factor “no tengo hambre, pero qué importa”, es decir que estás comiendo por pura y rica gula, estás pecando capitalmente y tu tan tranquilo, te metes la comida a la boca, la masticas, la deglutes y la digieres porque la tienes en frente y ya que te queda pues, si igualito vas a tener que pagarla. En lugar de darle la comida a un pobre huérfano tiritando de fría en la dura calle, prefieres que te pase por el indiferente gaznate y se vaya a quién sabe dónde, porque como tu cuerpo no la necesita la mayor parte se alojará finalmente en tu intestino grueso hasta que hagas la siguiente parada técnica. Y esto tiene más tela para cortar, pues no todo es culpa del comensal insensato que pide comida que no quiere, no, no, no, ahí hay una indiscutible influencia de la pareja. Sí señores, es la pareja quien de hecho tampoco tiene hambre, pero le sale de los mismísimos ovarios (diría de los cojones pero seamos sinceros, son ellas/ustedes las que proponen las visitas románticas a algún comedor y no aceptan un no por respuesta) que tienen que ir a comer y van a comer, y eso sí, pobre de ti si le dices que no tienes hambre, en lugar de comprender el normal funcionamiento de nuestro aparato digestivo, sonreír de forma dulce y decidir que entonces irán a caminar, a ver tiendas, a conversar en algún lugar tranquilo, te increpa tu falta de compromiso con la relación (¿?¿?¿?¿?) y te tilda de falócrata, de dictador impositivo que jamás accede a hacer algo por complacerla, a ella que nunca pide un cobrecito a cambio del amor que te da (claro que no pide un cobrecito, eso no le alcanzaría, te piden cobre, oro, plata, estaño, níquel, zinc, y si te saben acaudalado la tabla periódica entera incluidos los elementos del 106 al 118), por lo que no te queda de otra que acceder ante sus fortísimos argumentos. La cosa no queda ahí, pues no basta que la acompañes a comer, tú TIENES que comer, o sea no hay pretexto válido para ellas, para que te niegues a comer algo sustancioso y necesariamente servido en un plato, no vale que pidas un jugo, una gelatina, un postrecito, NO, tiene que ser algo como lo que ella pida o de mayor abundancia. No vale que digas que estás con una dieta estricta por indicación médica, no sirve que digas que te has vuelto vegetariano, no les importa que estés cuidándote de no engordar demasiado, caso curioso mi ex pareja decía que prefería verme gordo antes que atlético porque así tenía más que apapachar (sin comentarios). Si no haces caso a esta norma tácita, ella se enojará, agestará sus facciones y su comida transcurrirá en un silencio comparable al de un mausoleo subterráneo, esto en el mejor de los casos, porque cabe la posibilidad que la ofenda este hecho y se retire dejándote ahí con el camarero fungiendo de notario y certificando el fenecimiento de tu noche amorosa. Incontables veces me ha pasado que francamente no tengo ni un ápice de hambre, pero me he visto obligado a comer a bocanadas insípidas algún platillo sólo para evitar las represalias gestuales de mi pareja de aquél entonces. Conclusión, culpa compartida, ellas las instigadoras, nosotros los cenutrios calzonudos que no sabemos mantener un no.
En tercer lugar está el factor “ámame, mírame, mímame, pero no me toques”. Es lógico relacionar el romance con algún roce aventurado, una caricia enternecida, un abrazo cómplice, y hasta con un beso atemporal, pero todo ello se omite si están comiendo. Así, de plano. Y es que no es un ambiente contextual muy incitante para el amor, seamos sinceros, es un sitio donde entra y sale gente cada dos minutos, el camarero que asesina por propinas ronda las mesas como un tiburón a un cardumen de cojinovas (sin agraviar), a menos que sea Venecia o que haya habido un apagón (que recuerdos) el sitio estará iluminado como la cancha de un estadio, y por si no fuera poco si vas a comer a un sitio obviamente decente, el lugar estará a reventar de gente, ergo habrán adultos cenando, señoras chismeando, jóvenes berreando, niños insoportabilizando el ambiente, y la típica música de fondo que ni siquiera es un CD uniforme, sino que es una radio cualquiera donde te pueden poner el más feelin hitazo de Alejandro Sanz, y al segundo el perreo mas verraco de Alexis y Fido. No hay ambiente, que ahí nazca el romance es un milagro clínico, y de ahí a esperar que la situación permita algún acercamiento físico con tu pareja, pues ya te digo. Mejor espera que entre un grupo de porristas con minifaldas y en topless gritando tu nombre porque eres el ganador de un viaje con todo pagado a Ibiza para participar del Miss Best body (mejor cuerpo para los ajenos a la lengua de Bush) como jurado honorífico, eso será mucho más probable en comparación con la posibilidad de que tú y tu pareja encuentren ese romance que los haga ignorar su contexto (y el aliento a mayonesa) y se prodiguen amor sin miramientos.
El cuarto y último factor es “no se habla con la boca llena”. Este es el que más me llama la atención por una sencilla razón: si se supone que es una velada donde impera el romance, quiere decir que no sólo basta con su presencia, con un intercambio de embobadas miradas, velas, y una comida humeante, sino que debe haber conversación, diálogo, intercambio oral de mensajes estructurados que llevan una idea que se pretende transmitir al receptor. Pero si están comiendo ¿Cómo diablos van a hablar? ¿Se comunicarán por medio de señas? ¿O quizá optarán por escribirse notitas en las servilletas? Cosa que tampoco tiene mucho sentido porque si están comiendo tendrán las manos ocupadas sosteniendo los cubiertos. Claro que por aquí algún avispado lector pensará “duhh…si no van a estar comiendo todo el tiempo, comerán un momento y luego hablarán, baboso”; o también “se habla mientras se espera que traigan la comida, y mientras comen hablan poco porque en silencio pueden hablar sus corazones” (voy al baño, vomito, y regreso a contestarte); posiblemente hay quienes sostengan ”uno sale a comer con su pareja por disfrutar de la compañía de esta, para hablar sobran otros momentos” Cierto mi agudo lector (lectores, si juego a ser optimista), respuestas válidas y planteadas como para dejar mi perorata de lado, no obstante desmiéntanme si me equivoco, pero ¿Qué tiene de romántico sentarte frente a otra persona a verla comer, manteniendo una conversación con más pausas que un video mal cargado del Youtube, casi sin intercambiar palabras, y las pocas que intercambies o bien suenan a balbuceos de un cromañón, o te dejan ver el feliz destino que le espera al emparedado triple frio que acaba de ordenar? Si eso es romance hay que apurarnos para redefinir la poesía…qué es poesía me preguntas…(mastico) (mastico) (mastico)…josía…(mastico y paso)…poesía es ese pedazo de culantro que ha quedado atrapado entre tus incisivos, y que dejas ver mientras te ríes de la lechuga pegada a mis caninos… Regla de oro señores, con la boca llena no se habla, es mentira que vayas a comer con tu pareja y pretendas tener una tierna y fluida conversación. Se va a lo que se va y si no se va a eso, entonces sencillamente que no se vaya.
Con todo eso, las salidas a comer seguirán siendo el pan de cada día (nuevamente para mantener la ilación) de la vida en común de los jóvenes enamorados. Aunque no tengan sentido, aunque no sirvan más que para ganas kilos y perder pesos (o nuevos soles, o euros, o dólares o…), aunque no sean lo que pretenden que creamos que son, las visitas diarias a los restaurantes continuarán sirviendo como campo de prueba a la tolerancia mutua de la pareja, y es que el día que se sienten a la mesa multipropósito, y no puedan soportar ni un segundo la presencia y modales gastronómicos de su amado/a, cuando no tengan ni una palabra (por más balbuceada o exhibicionista de la comida, que sea) para ablandarle la digestión, cuando la idea de salir a comer juntos ya ni siquiera se les cruce por la cabeza, y les aterre la posibilidad de que puedan ser vistos departiendo juntos, lamentablemente significará que todo terminó, que no hay salvación ni vuelta atrás…significará que están casados.
5 comentarios:
que buena man, todito es de verdad con mi enamorada nos vamos a comer casi todos los dias aunke no siemrpoe a restaurantes pero igual comemos juntos jajaja esta un cage de risa el blog- Toño
Iba caminando hace un par de meses por el Real Plaza con una chica. Cuando pasamos por KFC, en vez de decir "vamos a comer" me dijo:
"oie gordo qué rico que huele!!"
Yo, irritado por su indirecta, solo le dije " Si quieres pasamos de nuevo". Y no es por tacaño como dicen, si no por misio.
jajaja mi queridísmo Alvarito xD tu anécdota la leí alguna vez en otro lado...creo que en un condorito colección de oro, mientras me cortaba el cabello... xD
Pero si es que al final los chistes se sacan de la cruda y pura realidad.
Mil gracias por darte tiempo de leer :D
bueno bueno... es cierto puess q en estos momntos el "salir en pareja" muchas vcs (x no dcir todas) implik ir a un restaurant... fast food y xq no? hasta carretilla... pero hay un punto tb ahiii q no mencionas! jum y es q yo pienso q si salen a comer es x ser lo "unico" pensable... osea la clasik pregunta d novatos amorosos "q hacemos?" rpta "no c a dond kieres ir?" jajaja osea con eso matas too pue.. y lo unico q c le viene a la mnt es vamos a comer.. al final x dond camines hay lugares pa comer... toda la ciudad sta infestada d lugars q t llaman y seducn a comer... asi q x falta d "creatividad" es q tb el comer c hac una costumbre y dja d ser un ritual, algo special solo x probar lo nuevo q hay en la carta o xq m dijeron x ahiii q aki c come rico, ok ok comeremos pueess xq!! no se nos ocurre q mas hacr!!... t pueds ir al cine.. pero pued q no haya algo bueno en cartelera pueds irt a la playa a caminar =) pero pued q hayas salido en la noxe con tu pareja y sea invierno [playa es algo suicida pa tu garganta] pueds irt a un parq d diversiones.. pero pued q no haya uno x el momnto... pueds muxas cosas pero el simpl echo d no podr contar con eso en el instant es q no t dja d otra q scoger esa opcion... seee xq encima si dics [xq no solo las mujers somos las q decimos vamos a comer¬¬u] vamos a caminar y conversar como q le falta "Algo" ese plus q hac la conversa mas entretenida jaaaa oseaa la comida hasta una galletita margarita ^-^! hac buena compañia... noc si deberian abrir mas lugares como pa poder ir a pasar el rato con tu pareja o si caso contrario cerrar dichos lugars.. el factor motivador dl q haremos esta noxe, tard , mñn ya no sta impregnado en nosotros simplmnt seguimos la corriente... ants x falta d toooas las comodidads q tenemos la gnt viviaaa!! inventando formas d llamar la atencion y hasta maneras d conkistar! jajja resulta muy satisfactorio y hasta t dja pnsando too lo q hacian ants los hombrs x el amoor d esa mujer... los poemas [muy corta venas o para magdalenizar al 100%] cancions "locuras d amor" jojo pero con el bendito dicho d ahora: a los hombrs c les conkista x el estomago [muxas vcs muuuyyy cierto] y a las mujeres x el oido... dja mucho q pnsar y reflexionar.. en fin la ingesta de comida es algo q creo noc pued evitar a menos q haya mas empeño en salir dl juego d la vida rutinaria... xq al final llegas a ello, comer ya no lo degustas, simplmnt el tenedor va a la boca y cuando menos lo speras tu plato ya sta vacio
jaja muy bueno el blogg primo =D lo visitare mas seguido jojo t kdas
Mis respetos para ti, todos mis respetos aplaudiendo al unisono prima. Me hace acordar aquellas conversaciones tratando de relacionar temas totalmente absurdos solo con el objetivo de armar frases que pretendieran ser una historia, aunque igual no tenian el mas minimo sentido xD...que recuerdos!
Ahora sobre tu comentario...ni que decir!!! sencillamente genial, originalidad analitica de la realidad imperante, con un sentido critico - humoristico propio de los Meléndez je je je.
A ver cuando te animas a abrir un blog tu tambien.
Bueno solo me queda acotar que me encanto el comentario y que me alegra sobremanera que te hayas pasado por aqui y te hayas tomado el tiempo de comentar.
Un abrazo y saludos por la casa (taaaaaaaaaan lejos que estamos xD).
Atte.
Lobo Malatesta
PD: Sin tildes intencionalmente
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