lunes, 17 de noviembre de 2008

Mariposas en el estómago


A donde fuera que vaya siempre escucho decir a la gente que somos seres llamados a la relación, criaturas concebidas bajo estándares predeterminados que nos obligan a convivir con los demás sin excusas ni pretextos que nos liberen de ello, quizá sea porque estudio Derecho (o al menos hago el intento) y eso me lleva a suponer que somos una suerte de entes deambulantes aguardando expectantes al próximo ser con quien nos encontremos. Pero en la praxis del mundo real, más parece que viviéramos aguardando a un ser en especial, un supuesto ser por sobre los otros, un ser que (visto con total sinceridad de cierta forma egoísta) no será compartido colectivamente como el resto del mundo bajo la consigna cívica ciudadana de cohabitantes bajo una causa común, sino que podremos decir de él que será exclusivo para nosotros y recíprocamente nosotros le seremos exclusivos también (eso siempre y cuando no aparezca otro ser más especial que pueda desencadenar que alguna de las partes incurra en una recriminable sacada de vuelta). Diciéndolo de forma cursi pero entendible, a todas luces somos prácticamente como mitades en una cruenta y perpetua búsqueda de nuestro complemento soñado, de aquella persona que completará nuestras frases, que nos entenderá con sólo mirarnos, que sabrá leer nuestro silencio y oír lo que dicen nuestros ojos cansados, que querrá ser lo que necesites (bien sea una maestra, una niñera, una enfermera, una cocinera, una lavandera y requerimientos afines que son los que con mayor frecuencia solicitamos), que estará ahí para nosotros y todas esas cosas que uno dice cuando habla idiotizado idealizando al amor.

Y es que desde que el hombre dejó su flojera e invento algún método de registro gráfico para almacenar sus vivencias, el amor y su búsqueda a través de la conquista de un ser a quien nos pseudo avocaremos siempre ha estado presente. Ya los cavernícolas sufrían (o mejor dicho “las” cavernícolas porque eran ellas quienes recibían el garrotazo en plena testa para luego ser arrastradas en el cortejo nupcial hacía la cueva de turno) de esta patológica condición propia del género humano, que en un afán por rehuir a su soledad se empareja con quién tenga más a la mano y lo atavía con virtudes y cualidades para poder consolarse con la idea de que halló a su media naranja. Esta expresión frutícola se reitera a lo largo de la historia, donde hemos visto como se nos restriegan en la cara mil historias de amor y parejas aparentemente perfectas que se han tornado en íconos universales (más allá de los desenlaces de sus vivencias, que a resultas no importan ya que sólo importa destacar como por un frugal momento tuvieron las agallas, y la suprema ingenuidad en algunos casos, para juntarse el uno al otro) Adán y Eva en su jardín del Edén, María y José como la familia perfecta, Julio Cesar y Cleopatra la primera pareja trágica de la historia, Robin Hood y Lady Marian corriendo por los bosques en ajustadas mallas, Romeo y Julieta brindando con pociones venenosas, Don Juan Tenorio y Doña Inés dándole control a las mujeres, Juana la Loca y Felipe el Hermoso amor, celos y demencia, El príncipe azul y la Natacha sobredimensionada que fue Ceniciente, La Bella y la Bestia del cine infantil a la discreta zoofilia, Jack y Rose en su crucero por el Ártico, Bill y Mónica en su despacho oval, Alejandro y Lady en su palacio contemporáneo parodiando a Kevin Costner y Whitney Houston, y una interminable lista de etcéteras, que están ahí para fungir como recordatorio de que todos tendremos que pasar por la penosa búsqueda de pareja en algún momento, y peor aún…tendremos que pasar por la fogosa y vomitiva experiencia de enamorarnos al menos una vez (la que considero más que suficiente) en nuestras (marcadas para siempre desde que eso suceda) vidas.

Muchos podrían aventurarse a contradecir y hasta condenar (con algo de burla incluida tildando estas palabras como saturadas de puro y duro despecho) lo que afirmo, pero seremos los más quienes levantemos la mano (no, no al ritmo una contagiosa cumbia de moda) y diremos a voz en cuello “yo he sufrido por amor”, es más estoy convencido (y no necesito datos estadísticos para ello) de que absolutamente todos en el mundo, sin excepción alguna, han pasado por las gélidas y punzantes sendas del aniquilamiento emocional por haberse enamorado. Y es que vamos!, es tan jodido como una patada a nuestra sensible zona inguinal con una bota de minero, pero lamentablemente el pícaro y perverso Cupído pareciera haber reemplazado su arco y flecha por un fusil ametralladora AK 47 del tipo Kalashnikov, que dispara a diestra y siniestra sin el más mínimo cuidado. Por ello, personalmente ya no creo en la absurda imagen de un rollizo y rosado infante en pañal y alitas de querubín, para mi es anciano cliché es en suma engañoso (como el mismísimo amor lo es) pues yo lo veo más como una suerte de psicópata - sociópata resentido con el mundo, fuertemente armado, usando botas militares, pantalones camuflados sucios y raídos, el torso desnudo tatuado y lleno de cortes y cicatrices, una barba sin afeitar de 5 días, mirada de adicto en pleno vuelo, rapado, siempre masticando tabaco y adoctrinado en las canteras de algún culto oscuro extremista que busca el exterminio de la raza humana; sí, definitivamente esa debe ser la apariencia más próxima a la real del infame Cupído.Toda esa reflexión siempre me ha llevado a sostener que el amor no es para mi, en serio, a no ser que tengas desviaciones masoquistas, no le encontraría razón ni lógica a ir por el mundo con la esperanza de enamorarte de alguien, sabiendo que lo más probable es que te rompan (saquen, partan, pateen, destruyan, maten, aniquilen, etc., etc.) el corazón con todo y arteria aorta, vena cava y colesterol malo acumulado en tu pobre músculo cardiaco. Es prácticamente un suicido, o cardiocídio si se prefiere, cuyas consecuencias tienden a no desaparecer en largo tiempo, donde estaremos oprimidos (y deprimidos más que todo), arrastrando una ominosa cadena, condenados a una cruel incertidumbre, largo tiempo en silencio gemiremos sin la esperanza de oír algún grito sagrado que nos lleve a la costa de la libertad, y es que la indolencia de aquella de quien somos esclavos nos sacude, y ciertamente no podemos decir que somos libres; esto es una verdad universal, si hasta Don Pepe de la Torre Ugarte lo escribió sutilmente entre las líneas de la canción más popular e interpretada de nuestro republicano país, ¿quién pues para contradecirlo?.

De ahí que no entienda, y jamás entenderé, esa fantasiosa (en verdad flagrantemente mentirosa) expresión “el amor te hace sentir mariposas en el estómago”. Como diría el señor Bayly, “¡por Dios, Jime!; tamaña mentira que nos inculcan arbitrariamente desde pequeños y que crecemos creyendo ciegamente, así a rajatabla, sólo para darnos un sopapo de narices al conocer la no tan almibarada realidad de la milanesa (o bueno, del pastel, para guardar algo de relación culinaria). Todos crecemos enceguecidos confiando fielmente en que el amor nos llenará de sensaciones incomprensiblemente plácidas, gratificantes, revitalizantes, que nos harán desbordar alegría por los poros como si de sudor en pleno verano se tratara y nos tendrá con una sonrisa de lo más babosa todo el día, esto ya suena casi como la descripción de algún alucinógeno potentísimo de efecto prolongado, socialmente aceptado y para colmo de males legalizado universalmente. Todo ello partiendo de esa extraña sensación de cosquilleo, hormigueo y/o revoloteo que atribuimos pánfilamente (y nunca mejor utilizado este término pero para no dilatar más el tema pueden comprobarlo y de paso ampliar su bagaje cultural en este enlace http://es.wikipedia.org/wiki/Pamphilus_de_amore) a unos diminutos lepidópteros que surgen como invocaciones no solicitas en nuestra cavidad gástrica, que a razón de algunos pseudos entendidos en materia amatoria es producto de aquel nerviosismo tímido por estar frente a ese alguien que nos pondrá de cabeza el mundo (otra de las tantas expresiones ambivalentes pues realmente nos pondrá de cabeza el mundo, pero créanme, para nada bueno) con su sola sonrisa (o dándosela a otro en nuestras narices), una reacción psico - fisiológica traducida en la aceleración del ritmo cardiaco, lo que generará que los tonos rosas de la piel (atendiendo a las variaciones de melanina, claro está) se disparen como cohetones en año nuevo hasta parecer tomates orgánicos bañados en ketchup, que la respiración se nos acelere hasta convertirse en un jadeo perruno como si acabáramos de terminar la maratón de Nueva York, ambos elementos subirán en mucho la temperatura de tu cuerpo y el sudor hará su aparición estelar aunque la sensación térmica esté por debajo de los 5 grados Celsius sobre todo en tus manos, cuello, frente, axilas, pecho y espalda; la lengua se te resistirá a los mandatos de tu hemisferio cerebral izquierdo y lejos de derrochar elocuencia parecerás un tartamudo que intenta comunicarse en alemán, te aparecerán temblores, intermitentes en el mejor de los casos, y parecerás un paciente en pleno tratamiento rehabilitatorio de su parkinson avanzado, toda esta sintomatología te producirá un efecto de mareo que se traducirá en la sensación de vacío en el estómago seguido de las náuseas de rigor, que oprimirán tu pobre saco estomacal como si fuera plastilina en las manos de un niño de pre-escolar. Y resulta hasta gracioso (al menos para mi sí) como con el organismo tan maltrecho y tu imagen traída a los suelos ante tus amigos en cuestión de segundos, tu aseguras sentirte mejor de lo que te has sentido en toda tu vida (si eso es realmente así no quisiera imaginarme como has vivido hasta ese momento), pues pasados ya los efectos de haberte encontrado con aquella que te produce un colapso en el funcionamiento regular de tu estructura bio-orgánica (lo que coloquialmente mal llamamos mariposas en el estomago), una vez reestablecidas tus funciones y tu lucidez habitual, inmediatamente extrañas esa insana sensación y contra todo sentido común empiezas a atribuirle grados de placer propios la mítica ingesta de la Ambrosía. Aunque ha sido un desbarajuste tremendo, semejante a haber comido ceviche de malaguas con harto rocoto bien maduro, para ti fue aquella experiencia religiosa a la que le cantaba hace tiempo Kike Iglesias.

A todo esto yo me pregunto ¿No será quizá que toda esa reacción de nuestro cuerpo, lejos de ser la hipérbole de la emoción ante la cercanía de quien nos roba el sueño (sí, porque el insomnio también viene incluido entre los síntomas de esta patología crónica) sea una advertencia, un aviso de alerta para prevenirnos de que el “amor” (con todas sus nefastas consecuencias) se aproxima más de lo que quisiéramos? ¿No serán quizá esas mariposas en el estómago en realidad nuestro natural sistema de defensa contra la enfermedad de las babas caídas y las miradas de animales cruelmente degollados? ¿No habremos interpretado mal todos estos años las señales de nuestro organismo y nos habremos lanzado a la perdición de enlazarnos con otro que sólo nos traerá desventuras? Francamente creo que sí, sí a todo, nos hemos dejado manipular sin detenernos a pensar por siquiera un segundo que apelando al sentido común (que como bien dicen es el menos común de los sentidos) cuando algo nos produce un mal y desordenado funcionamiento de nuestro cuerpo, sensaciones anormales de corte desagradable y que a la larga nos ocasionará un dolor que trascienda los límites de la materia para atacar nuestro mundo interior, es porque es algo negativo ¿No creen?

¿De dónde salió entonces eso de pensar que es algo bueno, bonito y la sensación más sublime de nuestras vidas (de sublime nada, para sublime el chocolate)? No tengo ni la más remota idea, a decir verdad pese a haber oído y leído en incontables ocasiones eso de las mariposas en el estomago nunca me puse a indagar de donde surgió tan retorcida e inexacta metáfora, por motivo de estas reflexiones me propuse averiguarlo para darme un respaldo ya sea científico, antropológico, filosófico o lo que fuera, pero nada, absolutamente nada, en toda la red no existe nada concreto respecto al nacimiento de esta frasecilla sólo una incontable tropa de personas que la han perpetuado en taimadas redacciones sobre el amor, la vida, los besitos, los corazones y mil y un historias de lo más dulzonas que ya resultan vomitivas por lo diabéticamente empalagosas. Entonces me aventuraré a divagar sobre su origen, quizá sea porque con tanta gente sufrida de amores en el mundo, el negocio del romanticismo siempre venderá bien, pues para que negarlo todos en alguna circunstancia hemos deseado (secreta o abiertamente dependiendo de lo superados que seamos) una historia de amor como esas que nos intentan vender los literatos y en tiempos más modernos los guionistas Hollywoodenses; sea en un momento de debilidad o no, el punto es que por ser precisamente utopías, imposibles o cuasi milagros de lo felices que pintan sus finales nos atrapan la imaginación, resultando el paliativo supremo a una realidad amorosa netamente opuesta. Viendo esto los románticos (convenidos y/o aprovechados) de ayer creyeron necesitar un gancho para que la gente percibiera al enamoramiento justamente como lo mejor que les podría pasar, más allá de que nuestro propio cuerpo en pos de defendernos nos intentara informar de lo contrario, y así camuflaron a toda nuestra inconsciente (y por su culpa inútil) acción auto salvífica como el preámbulo del real – maravilloso cuento de hadas (mosquitos con gigantismo en realidad) que se nos vendrá encima cual derrumbe. Otra posibilidad es que el autor primigenio de esta injustamente lisonjera frase no haya querido dar a entender algo positivo, sino todo lo contrario, quizá lo dijo con todo su desagradable sentido substancial. A ver, ¿Alguna vez alguien ha sentido literalmente volar mariposas en su estómago? ¡Por favor! Debe ser de lo más asqueroso y repugnante. Imagínense por un segundo (o recuerden si ya les ha pasado) lo que se siente que se te meta un zancudo, mosca, mosquito, mariquita o algún tipo similar de insecto (nótese que de hablo bichitos pequeños, apenas visibles) en la cavidad oral mientras hablan. ¿Bien? Incomodísimo verdad, y si se pasa a nuestra garganta más aun, nos ahogamos, nos morimos del asco de tener un bicho dentro de nosotros y nos desesperamos por lograr que salga, total, sabemos que un bicho, por más chiquito que sea, dentro de nosotros puede repercutir de forma plenamente negativa en nuestra salud. Ahora, continuemos jugando a imaginar y visualicemos cuanto más asqueroso resultaría que ese bichito se nos fuera por el esófago hasta nuestro estómago, aunque bien sepamos que el atrevido o despistado insecto morirá carbonizado por nuestros jugos gástricos no podemos reprimir la nauseabunda sensación de que estamos a un segundo de enfermarnos por tener una bomba bacteriológica digiriéndose con nuestros alimentos; y todo esto sólo por haber albergado un minúsculo insecto, uno solamente. Imaginen ahora lo que sería tragarse mínimamente 10 mariposas y sentirlas vivas revoloteando y aleteando dentro de nosotros, rozando con sus patas como alambres nuestras paredes estomacales, quedándose pegadas de las alas en nuestro tracto digestivo superior en su intento por escapar (porque como todo ser vivo que ha sido capturado por un potencial depredador hará lo que sea por salirse de sus entrañas), soltando ese polvillo que recubre su cuerpo y alas por doquier y tornándose una plasta viscosa mientras van siendo lentamente digeridas, para luego dejar repleto nuestro sistema digestivo de todo tipo de bacterias perjudiciales, y cuando llegue el momento de acudir ante el llamado de la naturaleza (léase como ir a tomar asiento en el trono) la sola idea de estar expulsando criaturas que entraron vivas a nuestro cuerpo y a las que sentimos y seguimos en su calvario hasta su horrenda muerte nos podría generar cierto estado de ansiedad y definitivamente mucho más asco. Un cuadro digno de una película de terror o del mejor exponente de cine gore, realmente es desagradable a cabalidad, por no decir (que ya resulta predecible u obvio) que podríamos terminar con cólicos, indigestión, cuadros de diarrea, y un temporal rechazo a comer. Eso amigos míos sería sentir o tener mariposas en el estómago y es más que probable que quien lo dijo a sus oyentes ocasionales haya pretendido dar a entender un estado de malestar superlativo comparando al enamorarse con una enfermedad gastrointestinal producida por andar comiendo bichos en el campo, nunca mejor graficado; pero como es de esperarse las mentes frágiles que lo escucharon quizá hayan malinterpretado su veraz explicación, que no pretendió ser metafórica sino que al contrario buscaba ser lo más explícita posible, atribuyéndole una significancia poética opuesta a su real intención, propagándose así como una expresión popular que intentaría hacer lucir algo sumamente desagradable como si fuera estupendo, valiéndose para ello, paradójicamente, de una comparación nada dulce. Y por alguna razón estoy convencido de que el autor de tan elocuente comparación al ver malentendida y distorsionada su explicación habría ido al parque de su pueblo a engullir mariposas compulsivamente para demostrar lo que quiso decir en realidad, muriendo a los pocos días de una infección estomacal, perdiéndose con él toda posibilidad de que la verdad tras sus palabras conozcan la luz pública.

¿Quien podría saber a ciencia cierta como nació esa enigmática frase? Sólo nos queda barajar posibles explicaciones, pero eso sí, lo que resulta irrefutable es que esta expresión que ha calado tan hondo en el ideario popular nunca dejará de ser utilizada por los románticos de turno, los galancetes que van tras chiquillas impresionables, los enamorados que buscan una manera de definir sus confusos sentimientos, las niñas fresa que acostumbran hablar usando clichés en todo momento y por cuanto peatón del mundo que la encuentre valida para darse a entender. Por suerte para mi, no sólo hago caso a las advertencias que me da mi propio cuerpo, sino que además tengo una dieta muy estricta de verduras, carne que yo mismo preparo y batidos, así que creo (y sinceramente espero) estar a salvo de sentir alguna vez las dichosas mariposas en mi estómago…a lo mucho creo que podré sentir, tal como sentí anoche, una indigestión por haber bebido jugo de naranja demasiado frío antes de dormir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me vacilo man, me da risa la parte del pata que invento la frase y como se muere comiendo mariposas jajjajaja. Esta chevere ah, sigue escribiendo para distraerme en las tardes. Hablamos