sábado, 26 de enero de 2013

¿Te quiero? ¿Te necesito? ¿Te encuentro?





Es curioso como el tiempo parece empecinado en no dar treguas, y no, no me refiero a que sea imposible detenerlo, retener los segundos de aquellos momentos que esperamos jamás terminen, eso es obviamente un absurdo completamente imposible, y por ende, un hecho que goza de la aceptación universal… 

Me refiero a esa jodida jugarreta de cruzar los momentos que vivimos, las personas que necesitamos, y aquellas que nos encontramos…

Me explico…

En mi pobre experiencia sentimental, reducida, poco vivida y casta a los 26 años, he podido concluir varios teoremas que otrora tuve anotados en la agenda de “hipótesis por comprobar”. Hablar de todos ellos, no sólo sería aburrido, muchos lo son, y algunos otros ya los he comentado alguna vez por aquí; por eso, esta vez me centraré en algo que es quizá de lo más jodido… encontrar el timing sentimental perfecto, esa sincronía entre “lo que uno quiere” – “lo que uno necesita” – “lo que uno encuentra”… 

Y así, mi teorema de desamor N°  VI es “Más difícil que encontrar el amor, es lograr que el amor que quieres, el que necesitas y del que dispones sean el mismo”.

Quizá soy muy pesimista, pero joder!, cada cual narra la carrera según cómo sintió la pista…

Ahí vamos…

Digo esto por cuestiones muy sencillas, pues a lo largo del proceso de crecimiento vamos encontrando en nosotros mismos, y en el mundo que nos rodea, muchos focos de atención sensorial afectiva, variando cada cual en intensidad y en viabilidad, sobre todo. Toda nuestra vida la vivimos rodeados de personas del sexo opuesto, y descarto aquí a aquellas que con nosotros tengan alguna vinculación de consanguinidad y de afinidad, con las que nos relacionaremos. Obviamente con cada una de ellas la forma de relacionarnos será distinta, pues en momentos muy precisos de seguro buscaremos una amiga, una confidente, una enamorada, una amante, un agarre, un rollo de una noche, una amiga con derechos, una futura esposa, una futura ex esposa, o una cachetada en la vía pública por imbéciles. El punto es que aquí aparece el primer punto de quiebre del teorema… Lo que uno quiere…

Pongo el ejemplo, cuando estamos en plena pubertad, con la ebullición hormonal en auge, a los hombres nos levanta el ánimo, y algo más, todo lo que se menee en faldas frente a nosotros. En ese momento, poco importa si hay afinidad intelectual, si se tienen los mismos planes para el futuro, si hay más que mera empatía, si es carismática, si es divertida, si es emo, gore, dark, punk, hipster, skinhead, talibán, del movadef, da completamente igual… con que esté lo suficientemente buena como para iniciarse en las lides románticas de la exploración mutua, pues basta y sobra… Claro, saldrá por ahí el romántico, pseudo discípulo de Becquer, a decir que el amor adolescente es puro cual la gota primera de lluvia en el verano de los corazones que recién se lanzan a sentir… Ok… NEXT!... No digo que no haya algo de sentimiento real, pero digo que en ese momento lo primero que lo “despierta” es una cuestión muy química de atracción física, basada en los gustos y apetencias de cada cual. Así que, no se desvirtúa lo expresado. Sigamos. Entonces, aquí lo que queremos es alguien que esté buenorra, que nos ofrezca un sano rato de esparcimiento a puertas cerradas y que en público despierte la envidia de nuestros amigos con menos suerte en el arte del ligoteo… Vamos, no lo nieguen, sincérense al menos por un momento ¬¬… En fin, que a medida que vamos creciendo, vamos buscando otras cosas aparte de las meramente físicas, y nos animamos a incluir en el paquete temas más profundos, como una bonita personalidad, sentido del humor, sana ambición, valores morales, buen ambiente familiar, una gemela sexy… ok no… pero sería un plus… ejemmmm… Seguimos… La cosa es simple, nuestro lo que uno quiere se nutre de las experiencias, de lo vivido, y apunta a algo más completo, ya no sólo a una bonita envoltura, sino, y sobre todo para los más maduros, a un bonito contenido. Y esta curva marca desde aquí una tendencia ascendente, que se traduce en una cada vez más amplia lista de “requisitos”  que debe tener esa persona especial.

Sin embargo, esto tiene una trampa que tardamos mucho en advertir, y eso, si es que llegamos a hacerlo… Eso es lo que queremos, y si se trata de querer, pues quiero una casa en una isla caribeña, quiero tener a mi lado a Avril Lavigne, y que me crezca pelo en el pecho… Pero ¿Eso es lo que yo necesitaría? --- ¡Sí, eso mismo, playa, Avril y pecho velludo! --- ¡NO! Eso es lo que yo quisiera, pero seguramente no lo que yo necesitaría, pues si viviera en la playa en una isla caribeña, de seguro no me importaría lo que le pasa al mundo, es más, ni me enteraría siquiera, no sabría de la violencia, las guerras, el hambre, el maltrato animal y la destrucción de la naturaleza, así que no podría cumplir con mi misión de hacer algún aporte por cambiar esto, no podría poner mi granito de arena –de playa xD… ok mal chiste – por dejar el mundo en una mejor situación que como lo encontré. Además… seamos sinceros… si tienes a Avril Lavigne en una isla tropical, para ti solo, tooooodo el día… de lo que menos te vas a preocupar es del hambre en Somalia… Así que, lo que yo quiero no sería lo mismo que lo que yo necesito.

Lo que necesitamos es algo más trascendente, algo que a veces nos cuesta descubrir de buenas a primeras, y debemos pasar por algunas experiencias previas para poder identificar con certeza lo  que más nos conviene, claro, es un momento determinado, pues no necesitamos lo mismo toda la vida, así como no necesitamos comer papilla de calabacín a los 18, ni viagra a los 26 –cof, cof, cof… Solemos tener algo de delay en identificar bien lo que necesitamos, pues he visto varias veces como se suele pasar de una relación a la siguiente, pensando que deben buscar a alguien distinta, casi antagónica a como era damisela que antiguamente habitaba su pecho hoy ávido de un nuevo amor. Así, y para ponerlo en corto, podría decirse que algunos hasta pasan del “te quiero pero no quiero que se sepa y no me gusta demostrarlo, soy fría” al “te quiero, te quiero, te quiero, te quiero (x 100)”. Según yo, supongo que es porque quieren y creen necesitar un cambio, una relación más cursi, donde puedan dar rienda suelta a todo el amor que tienen contenido y que ansía desatarse como el Krakatoa e incendiar el cielo de pasión púrpura. Pero no pasa mucho y cuando ya sienten algo de agobio, oh sorpresa, se plantean salir en búsqueda de alguien menos cariñosa, o cuando menos, que les dé un poco más de espacio personal. Otra situación, y esta quizá pueda reseñarla mejor porque algo de personal tiene, es cuando la personalidad social y fiestera de tu pareja se no coordina con lo que buscas y necesitas. Ejemplo, alguna vez, en mis años más mozos, cuando vivía todos los fines de semana en la discoteca de moda de aquel entonces, mi pareja no salía, decía que no le gustaba, decía que no tomaba ni fumaba, que le gustaba bailar, pero no le gustaba el ambiente que había generalmente en las fiestas. Vamos, que en el tiempo que estuvimos, puedo afirmar categóricamente que nunca fuimos juntos a una fiesta a bailar y disfrutar como Dios/Alá/Xenú/Ganesha/Buda manda. Ni una vez, y yo pensaba, joder como me gustaría tener una enamorada que sea más fiestera, que salga, para poder salir los fines de semana como algunos de mis amigos… Así y al tiempo estuve con otra señorita, muy linda y dulce, y que tenía ese plus de llevarse bien con las salidas fiesteras. Great! Me dije yo… pero luego luego nomás me di cuenta que ya no era el ritmo que me gustaba, ya no encontraba tan divertido salir a bailar los fines de semana, o salir a tomar, o juntarnos en casa de alguien a echar unas risas y unas copas entre música tropicalona y bailable. Entonces me tocó reflexionar… tanto pensar durante aquellos días, en lo bonito que sería tener una relación donde pudiéramos salir juntos a disfrutar de las bondades de las noches cada fin de semana, y cuando tenía con quien hacer realidad aquellas fantasías, ya no me provocaba. En realidad, necesitaba alguien más tranquila, más soft, más de casa y película, pues mis horas nocturnas las tenía empeñadas en labores académicas, luego laborales y entregadas al descanso reparador de quien empezó a darle con fuerza al trabajo físico intenso en el gimnasio. Así, lo que yo quería, porque vaya si la quería, y lo que yo necesitaba, no estaban muy de acuerdo.

Ahora, me pasa algo parecido, pues he conocido a una señorita que despierta en mí algo más que la curiosidad de conocer a alguien nuevo. Si debo ser sincero, me gusta, entre madrugadas y celebraciones onomásticas se lo he dicho tal cual, “me gustas mucho”. Además, tiene ese onda fresh que me llama mucho la atención, una forma de pensar bastante interesante, una inteligencia harto atractiva y además le gusta escribir, o sea, resumo en un I want it. Pero no puedo evitar ponerme a pensar si es realmente lo que necesito en este momento, pues da la casualidad que me encuentro en una atapa laboral algo peculiar, llena de proyectos, de trabajo, de cosas por cumplir, de metas por realizar en el corto, cortísimo, plazo. Pero esa frescura suya me invita a dejar eso de lado, a dejar de ser tan “aguado”, y de estar tan “metido en el trabajo”, para distraerme un poco y disfrutar. He cedido, lo admito, y me permití rememorar algunos pasajes de mí no muy lejana juventud universitaria, la he pasado bien, bastante bien, pero caigo en la cuenta de que no podría seguirle el ritmo, aunque quisiera. No podría salir por las noches con tanta frecuencia, ni dispongo del tiempo para poder acompañar sus deliciosos arrebatos de espontaneidad, que si bien me parecen geniales, en la misma medida me obligan a, como dijo Jorge Gonzáles en el concierto de Los Prisioneros en el Estadio Nacional de Chile, echarle una miradita al carné… No soy viejo, me siento muy joven, y hablando biológicamente sé que lo soy… pero a veces… sólo a veces… pfff…

Ahora, finalmente está lo que encuentras. Este tema es más delicado, pues está compuesto, básicamente, por cuestiones puras de estadística. Depende, primero, del lugar donde vivas, el círculo social que frecuentes, el ámbito académico/laboral donde te desenvuelves, el ingreso que generes, la competencia que tengas y la disponibilidad de las potenciales parejas. Con esos datos claros, puedes tener una aproximación real al universo limitado de opciones que tienes para poder propiciar un acercamiento amoroso. A eso, hay que añadirle los factores descritos anteriormente, que entre las chicas que potencialmente pueden ser tus parejas porque te encuentra i) interesante, ii) atractivo, iii) buen partido, iv) está borracha, se encuentre alguna que en efecto sea lo que quieres, a la par que lo que necesitas. Generalmente nos encontramos con chicas disponibles que se enmarcan dentro de lo que puede resultar más inmediato de advertir, o sea, lo que quieres, pero, como dije, siempre hay un truco. Uno siempre tiene un prototipo ideal de mujer –las chicas lo tienen de hombre, ninguna se atreverá a negarlo- alta, baja, rubia, pelirroja, ojos rasgados, labios finos, piernas largas, atlética, con curvas, gordibuena, anorexisexy, da igual, siempre tenemos en la cabeza cómo debe ser la mujer que nos apresará de por vida, y con esa imagen mental vamos contrastando nuestra realidad, así que usamos nuestro quiero, para intentar ubicarlo dentro de nuestro encuentro. Así, por ejemplo, quieres una novia igualita a Megan Fox… ok pendejo, saca un ticket y espera a que aprueben la clonación para que reclames la tuya en… mmmmm… 70 años, cuando seas un viejito impotente y demacrado. No, muchacho, salvo que tú seas Orlando Bloom, será difícil que encuentres disponible a una chica así, por lo tanto, tendrás que bajarle a tus revoluciones, y pisar un poco de tierra. Por lo tanto, tu quiero, plenamente bien justificado, tendrá que adecuarse a tu contexto, así, te habrás de conformar, en el mejor sentido de la palabra, con lo más parecido a tu ideal de mujer, que será, claramente, lo que encuentras. De ahí, que lo que encuentras sea parecido a lo que quieres, y que se ajuste a lo que realmente necesitas, ya estamos entrando a terrenos más jodidos.

He tratado de resumir la explicación de este planteamiento, pues el tiempo apremia, la hora avanza, las conversaciones del adictivo Facebook chat siguen saltando por la pantalla, el BlackBerry sigue sonando, y el sueño comienza a hacerse sentir. Quizá luego le haga alguna nota aclaratoria, o profundice en alguno de sus aspectos, quizá. Pero lo que sí quiero dejar en claro, y que sirva a la par de cierre, es que yo, al menos, en mis ya no tan cortos 26 años, y tres relaciones formales, debo reconocer que no he logrado conjugar mi lo que quiero, mi lo que necesito, y mi lo que encuentro. Ahora bien, ello no quita que no haya aprendido mucho de mis experiencias amorosas, que las haya disfrutado –unas más que otras, valgan verdades-, que existan momentos en que todavía piense en ellas, que me pregunte si algo hubiera podido ser diferente, para bien o para mal. Toda experiencia de la vida nos ayuda a formar lo que somos, cada pequeño golpe es como el beso del cincel en el mármol, le va dando forma, hasta que llegue a verse como la escultura, como la obra de arte que estamos destinados a ser; y las experiencias en el campo de batalla del amor no son la excepción, pues nos enseñan a amar mejor y, con suerte, a que nos amen mejor.

Finalizo recordando las palabras de mi amigo Edgar L., quien alguna tarde de evasión de clases universitarias, sentados en una banca me dijo… “Al final, después de cada relación, puede que a la chica que venga la ames menos que a las anteriores, pero sin duda, la amarás mejor”… Ojalá, mi amigo, ojalá…




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