sábado, 22 de noviembre de 2008

Caminata astral.




Música recomendada para acompañar la lectura de este post.

Tengo mucho sueño. Son casi las tres de la madrugada, y no entiendo por qué lucho contra mi natural deseo de dormir. No tengo tareas pendientes, no tengo que leer nada, no estoy hablando con nadie importante, no estoy componiendo, sólo estoy frente al ordenador, pero sin estarlo demasiado. Me siento como si fuera otro caso clasificado de desdoblamiento astral, abandonando el peso de mi cuerpo inerte de mortalidad, recostado contra la pared y con las manos sujetas con fuerza del computador. Siento que mi mente se ha liberado de la cuadriculada miopía mundana y se siente dichosa de vagabundear, nictálope como es ella, entre farolas encendidas y ventanas cerradas. Se deja guiar por el viento bullicioso de esta noche, libre, libre como dije antes, pero con un camino inconsciente que no está segura de seguir. Me percibo extraviado por mí mismo, atolondrado por no tenerme en cuerpo presente, pero libre, dichosamente libre de ir a donde mis pasos me tienen prohibido acercarme. Libre para tocar los cristales opacos del ventanal de tu habitación, y asomarme a verte dormir, si es que la coincidencia confabula a mi favor, y no te has fugado de ti misma, como estoy haciendo yo ahora mismo.
Me permite la fantasiosa situación el elevarme sobre el conglomerado de puntos luminosos color naranja, para deleitar mi sueño con un paisaje proscrito para los peatones, pero hoy mi mente es libre, dichosamente libre y altiva, hoy no caminará, no se arrastrará como ha venido haciendo, hoy dejará estelas azules en un fondo negro, para que sepan que por ahí ha pasado. Dibujo siluetas informes en la bóveda celeste sólo de alias, pretendiendo que se vea una rosa, un eclipse, y con suerte algún signo, entre nos, distintivo que se anime a pronunciar bajito tu nombre. Me elevo aun más para poder decorar mi cuadro abstracto, como el niño que a fuerza intenta embellecer sus garabatos, y lograr así, quizá, que te robe a fuerza una sonrisa. Tomo los anillos de Saturno para colocarle una diadema a ese signo que pronuncia bajito tu nombre, me adueño de treinta lunas de Júpiter para vestir la rosa de gotas que emulen al rocío, y a expensas de quemarme en carne viva las manos, arrastro al mismo sol para tu eclipse. Dejo los garabatos boreales detrás, vigilados por la posibilidad, y me doy a la fuga por los matorrales nebulares que se extienden por debajo de la oscuridad pre matinal.
Mientras prosigo con la danza desvelada que ejecuto al unísono de los latidos asincopados de allá abajo, mi mirada hasta ahora difusa y cristalina se detiene en un punto de la espesura etérea. Divisa una silueta dando tumbos sin compás, sin métrica orientadora y sin que le importe aquello; dándole más gracia que una luna blanca a una marcha a paso lento por la playa. Me acerco sin que me interese el no hacerme notar por esa grácil figura, imitando sus revoluciones, intentando seguir sus espasmódicas aceleraciones y procurando no innovar más movimientos a su coreográfica exhibición. No la percibo incómoda, no le siento disconforme ni intimidada, al contrario hay algo en ella que es familiar, quizá sea que esta noche también ella es libre, dichosamente libre para ser lo que sea sin que le pese no serlo. Aunque aparentemente no nos conocemos de nada, este es nuestro plano ahora, y aquí somos conocidos eternos, ancestros de Adán y Eva, abuelos del mismo Dios, predecesores del tiempo, somos dos que siempre han sido desde que las cosas comenzaron a ser. La coreografía de imitación cede el paso a un verdadero baile, donde se conjugan nuestras estelas azules en cada nuevo paso que fabricamos sobre la marcha. Disfruto de ser libre esta noche, y sé que ella también lo disfruta, ascendiendo hasta los propios límites del universo que somos los dos, sólo para dejarnos caer en picada sobre el mar, sin decir más que aquello que nos interprete el viento, somos libres, dichosamente libres.
La noche que apenas tarde horas en desvanecerse, permanece como contratada o convencida de favor, extendida sobre el umbral del alba. Me siento feliz, pero estoy triste. He disfrutado del ballet celestial que me regaló aquella que danzaba sola sin compás ni métrica que la oriente, y lo disfruté, gocé conmovido de la profundidad del silencio quebrado sólo por lo haces de luz que viajan de la fuente a la opacidad, pero no te vi dormir. Hoy la coincidencia no confabuló a mi favor y los opacos cristales del ventanal de tu habitación se quedarán tal cual los cerraste. Hoy no pude acomodarme al lado de tu cuerpo para vigilar que tus ojos no se abrieran sino hasta el momento en que el sol se deslizara por tus piernas dándote los buenos días. Eso me entristece y le quita lucidez al tramo final de esta jornada ficta pero tangible. Y mientras me acerco por última vez en la noche al dominio de tus aposentos, aquella figura que danzaba sola en la total oscuridad salpicada de exiguos puntos de plata se atraviesa en mi camino con un gesto infantilmente travieso. La persigo hasta que me detengo por inercia al espectar una situación fuera del guión que suponía finito, pues aquella figura solitariamente refrescante se acerca a los cristales opacos del ventanal de tu alcoba, se escabulle despacito y se deja reposar sobre el tibio cuerpo inmóvil que tanto venero en el mundo real como en este. Antes de fundirse de pleno contigo, me obsequia un final guiño propio de los implicados, y hecho esto desaparece el halo azul que he seguido el último tramo de la madrugada, dejando tras de sí el halo dorado que despide tu esencia ahora completa.
Me alejo de la representación que acabo de presenciar rayando entre la confusión, el asombro y un cosquilleo en el pecho que identifico con la efímera pero atesorada felicidad. Es que aunque sepa que en el mundo de arena e hipocresías el andar es más pesado, las miradas más frías, la indiferencia repelente y las caretas la constante inalterable de la ecuación, siempre me quedará este plano perdido de toda lógica que lo rija. Siempre encontraré la salida en aquel cielo oscuro como es el infinito, salpicado de puntos plateados, donde sé que podré contar con que aunque tu mano envuelta de tibia piel ya no tiente el toparse con la propia, tu espíritu astral, ese que no puede ocultar nada por lo transparente de su halo azul, siempre estará ahí, esperando a que lo encuentre bailando en soledad, sin compás ni métrica que lo guie. Siempre esperándome en el mismo lugar, a donde yo, luego de revisar los opacos cristales de tu ventanal para asegurarme que afortunadamente la coincidencia no ha confabulado en mi favor y no te encuentras ahí, iré a buscarte. Así, al fin recorrer de extremo a extremo el páramo imaginario que se irá gestando al tiempo que avanzamos, hasta llegar a las constelaciones más lejanas y desconocidas, para sentarnos en la órbita de algún mundo ignoto a mirar este que habremos dejado atrás, con todo su andar, sus miradas, su indiferencia y sus caretas.
De repente me despierto, son casi las 4 de la madrugada, ahora entiendo que no puedo luchar contra mi natural deseo de dormir. Logro abrir al completo mis ojos, debo restregar mis manos contra ellos para disipar el sopor que aun consiento sobre mi cabeza. Me estiro un momento, hago tronar las articulaciones de mi cuello y me recuesto clavando la mirada en la imagen de un castillo blanco y plagado de altísimas torres, que adorna mi techo. Me giro y veo la computadora encendida, los programas que estaban abiertos siguen como los deje, las conversaciones han cesado por la ausencia de mis contrapartes. Empiezo a escribir estas líneas, y reparo en que debí comenzar diciendo que los vuelos astrales no son reales. Lo sabré yo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

"Carina"

Les presento otra composición lírico-melódica de la banda de rock nacional "Láudano" (fundada por Giancarlo "Lestat" y Beto "Lobo" Malatesta). Espero que les agrade.


Me enamoré de una muchacha fina y recatada

De esas que salen en las revistas para caballeros

Es una dama, la perfecta compañía

Para irse a dormir sin tentar el sueño.


Pasea por las calles, vestida de cuerpo entero

Con una tela tan oscura como la copa en la que bebe,

Se pinta lo necesario, para que se distingan sus labios

Y nunca usa un escote que le descubra menos de la mitad.


Me enamoré de una muchacha, elegante y distinguida

De esas que por propinas te arriendan sus secretos,

Es una santa incomprendida, especialista en pecados

Es una señorita chapada a la antigua y sin complejos


Se llamaba Carina, era su nombre de oficina

Platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creí nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. (coro 1)


(Guitarras)


Me enamoré de una muchacha, divertida e inteligente

Como pocas inocente, como todas pervertida

Oh, así es Carina… (estribillo)


Platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creía nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. (coro 1)


Aun sigo pensando en ella, aun sigo llamándola

Que la pulcritud impostada de las falsas vírgenes

Me repudia y extraño a mi santa, de los pecadores,

Oh, así es Carina… (estribillo 2)


Platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creí nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. (coro 1)


Me enamoré de una zorra y no me arrepiento de nada

Porque ha sido más mujer que otras que no fueron pagadas

Y hoy quiero volver a su abrazo infiel

Oh, así siempre será Carina


Porque es más mujer que todas las que desfilaron por mi cama

Y que más me da, que haya sido infiel

Pequeña zorra desgraciada,

Y que más me da, que haya sido infiel

Así yo la amaba


Y platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creí nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. Confiaba entre esas piernas, pero jamás creí en esa mirada

Confiaba entre sus piernas, pero nunca creí en su mirada.

Oh, siempre serás Carina.

16.5° en la escala de Falopio

A continuación les presento una de las estructuras lirico-melódicas que está gestando la banda de rock nacional "Láudano" (fundada por Giancarlo "Lestat" y Beto "Lobo" Malatesta) . Espero que puedan opinar al respecto de ella.



He oído en las noticias, de la tarde

Que el planeta se está remeciendo,

Tiemblan las cordilleras desde abajo

En los llanos se abre la tierra.

Los rascacielos se están hundiendo (verso 1)


He escuchado a mis colegas, en la calle

Decir que el suelo se está partiendo,

Que se les caen los cristales de la plaza

Como si fueran retazos del cielo,

Y pese al movimiento me quedo quieto. (VERSO 2)


Quién diría que el temblor llegó a tu cuerpo

Quien podría adivinar que lo llevas dentro. (estribillo)


Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Las lecturas me dicen que avanza por tu ombligo

Jamás mi mano en tu cintura había tenido tal efecto

Hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro. (coro)

Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Sólo quedó un sobreviviente de nuestro cataclismo

El desastre natural deja vibrando mis sentidos

Lo continuamos y el sismógrafo te da lo mismo. (coro)


Guitarra-


Leí en los titulares a página entera

Que del arrepentimiento perdón andan pidiendo

Que la conmoción tiene a todos aterrados

Encerrados en el sótano de las Iglesias

Creo ser el único que pide que siga el movimiento. (verso 3)


Quién diría que el temblor llegó a tu cuerpo

Quien podría adivinar que lo llevas dentro. (estribillo)


Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Las lecturas me dicen que avanza por tu ombligo

Jamás mi mano en tu cintura había tenido tal efecto

Hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro. (coro)

Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Sólo quedó un sobreviviente de nuestro cataclismo

El desastre natural deja vibrando mis sentidos

Lo continuamos y el sismógrafo te da lo mismo. (coro)


El temblor lleno la alcoba con gritos y gemidos

Y destrozo la cama dejando nuestros cuerpos esparcidos, por ahí

Benditas las fisuras de tu superficie

Para estrellarme con tu placa tectónica

Sagrado movimiento nunca sabré qué diablos hice

Para hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro.


GUITARRA.


Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Benditas las fisuras de tu superficie

Para estrellarme con tu placa tectónica

Sagrado movimiento nunca sabré qué diablos hice

Para hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro. (fin)

martes, 18 de noviembre de 2008

Amor, superengórdame


Comer es una necesidad humana ineludible. Somos presas (valga el término para mantener la ilación de las ideas) de nuestra apetencia voraz, de los requerimientos infames de nuestro sistema digestivo que no conoce hora ni lugar cuando el vacio que lo llena no le es suficiente. Tal puede llegar a ser el hambre, que cuando esta apremia poco importa qué te estés llevando a la boca con tal de saciarla. Puedes creerte el más fino y refinado sibarita graduado con honores gustativos del Le Cordon Bleu, comensal habitual de los restaurantes más exclusivos de la geografía mundial como el Aragawa de Tokyo, el Sketch de Londres, o el Arpège de París, suscriptor vitalicio de la revista virtual Entremeses o de Gastronova, coleccionista acérrimo de exóticas especias traídas desde Alappuzha, Hyderabad o Jaipur, cuyos nombres de seguro no serán menos complicados. Puedes pretender ser todo lo que quieras, pero cuando tengas hambre no serás más que un homínido sobredimensionado, desbordando saliva a la expectativa de algún cacahuate o una raíz napiforme que puedas triturar con tus molares. Dirás que sólo comes magret de pato o filloa rellena de marisco, pero cuando tu hambre pueda más (y siempre puede más) que tus posturas acalambradas de crítico culinario, terminarás comiendo una porción de salchipapas (para los que desconozcan este preparado pueden culturizarse aquí http://www.yanuq.com/buscador.asp?idreceta=1474 ) servida en un retazo de papel periódico, un riquísimo combo de pizza + gaseosa por S/.1.99 (o 64 centavos de dólar, toda una ganga!) y para rematar el festín un exquisito chancay con su emoliente para la digestión.
Alguna vez leí o escuche que el ser humano comía para vivir, y así podía vivir para comer. Es pues esa función vital primaria, que tenía per se la única ocupación de preservar el funcionamiento de la maquinaria corporal en un estado optimo (como el combustible al motor V8 gasolinero), la que con el descubrimiento de los sabores, la sazón, la combinación y los preparados meticulosamente calculados, ha evolucionado a ser más un deporte o un hábito, que aquello que fue en los albores de la fangosa aparición del ser humano. Hoy ya no comemos por necesidad, lo hacemos por costumbre, lo hacemos porque es un ritual social de confraternidad y un lubricante aun más efectivo que el alcohol al momento de entablar una “amena” plática con alguno de nuestros semejantes. Lo hacemos porque una mesa es el mejor lugar para concretar un negocio, para festejar un triunfo, para anunciar algo importante, para un reencuentro familiar, para departir con los amigos, para festejar un onomástico, para agradecer algún favor, para hacer los previos de alguna bacanal alcohólica, para propiciar los flirteos con algún/a desconocido/a, para aventurarse en la vida de pareja con una simple proposición, para dar por terminada una larga relación llena de insatisfacciones, para llorar una despedida, o sencillamente para matar las horas de la temprana noche junto a tu pareja.
Ahí quería llegar (¿largo el prefacio eh?, pero siempre necesario), ¿Por qué? Pues precisamente porque esta es la combinación más usual entre la comida y el amor. Más que las ficticia escena de la amorosa esposa cocinando para su trabajador marido, más que las tardes de cocina afrodisiaca en pareja, más que las sesiones amatorias que incluyen vegetales a emulo de sextoys, más que la amelcochada y siempre ambivalente “quiero comerte toditito/a”…No, no, no, la comida puede ligarse al amor, pero nunca lo estará tanto como en las cotidianas salidas a comer en pareja. Y es que estamos ante el ritual más común y reiterativo con el que podemos encontrarnos si decidimos analizar las actividades en común de una joven pareja de enamorados/novios/recién casados (se excluye a los matrimonios ya bien establecidos no porque coman en casa, sino porque verse todos los días es suficiente para ellos, como para pretender salir a la calle y seguirse viendo). Absolutamente nadie podría decir que cuando estuvo emparejado realizó una actividad con más repeticiones que el salir a comer con su alma gemela, por ende en el rutinómetro ocupa un indiscutible primer lugar. Es probable incluso que si comparas las veces que se han visitado mutuamente, las que han salido a bailar, al karaoke, a ver una obra de teatro, a ver una película (otro tema digno de ser narrado, pero ya será en otra ocasión), a hacer compras, a la playa o de viaje, TODAS JUNTAS, no sumarán ni la mitad de las veces que han salido a comer. Incluso, haciendo números mentales, puedes percatarte de que contando todas las salidas a algún expendio de comida con tu pareja, lo que gastaste serviría para mantener un país pequeño durante un mes, para pagar los intereses la deuda externa, o para subvencionar la alimentación de todas las tribus dispersas en el África central. Ni que decir de las cantidades ingentes de comida que implica esta historia, si lo juntaras todo, los cuartos llenos de oro y plata que lleno Atahualpa para pagar su traicionado rescate, lucirían como cajoncitos de alguna cómoda, si podría decirse que te has comido en un lapso muy corto de tiempo más del 40% de la comida que estadísticamente habrías consumido en toda tu vida.
Me surge la duda ¿Es acaso que el estar enamorado nos aumenta el apetito desmesuradamente? ¿Podría ser que sentimos más hambre por todas esas mariposas que tenemos en el estómago revoloteando sin detenerse? Digo yo, si una sola tenia (el bicho ese que parasitariamente se come todo lo que resbala por nuestro tracto digestivo superior, siendo el mejor método para adelgazar hasta ahora conocido) en nuestro estómago puede hacernos sentir una apetencia constante, pues con más razón una tropa de lepidópteros que no tiene a mano flor alguna, tendrá que recurrir a prácticas omnívoras para satisfacerse (nótese que el mismo reino animal si no tienes que comer te comes hasta las piedras, nadie está hoy como para sobrevivir con exquisiteces). ¿Será quizá que el amor nos desgasta tanto que comemos más para reponer las fuerzas que nos quita? ¿O acaso la ansiedad que nos instaura este estado emotivo nos vuelve glotones compulsivos? La verdad yo creo que no tengo idea, o por lo menos no una explicación física a esa necesidad obsesiva por comer en tan grandes proporciones sin siquiera tener hambre, porque ese es el plus del asunto…comemos como heliogábalos, como sajinos salvajes, como elefantes con gigantismo, pero sin siquiera tener hambre!!!
Es, como diría Ángel Martín, acojonante! Diariamente nos cebamos con hamburguesas, con pollo y papas fritas de una Franquicia extranjera, con el peruanísimo pollo a la brasa, con helados aunque sea invierno, con postres variados, con comida oriental, con empanadas argentinas, con pizza, con pastas y carnes a la parrilla, con chocolates y muchas otras golosinas, con chicharrones acompañados de su respectiva porción de yuquitas, sanguchitos con variopintos rellenos y en general con cuanto producto alimenticio se encuentre en la carta de los restaurantes. Y obvio, todo ello digerido con gaseosas, jugos, agua, café, té, leche, y si la noche era “especial” una copa de vino (barato y de cajita, o del bueno, ese de botella limpia, todo depende también del bolsillo) y si no alcanzó, cuando menos un vaso de cervecita. De sólo revisar la lista genérica de todo lo que podemos comer uno se siente lleno ipso facto (me gusta decir eso), siente el vientre inflándose, y repara en lo ajustado que empieza a encontrar sus jeans. Ahora trasladen la idea al plano efectivo real, donde la comilona no es sólo visual o figurada, sino que te has mangado todo eso pa’ adentro. No me puedo imaginar cómo terminará el índice de grasa corporal de un cuerpo expuesto a tanto desajuste alimenticio, cuán obstruidas saldrán sus arterias por el colesterol ingerido y sobre todo, qué tan minimizado (extinto diría yo) acabará su presupuesto por el agobio de las cuentas. Y todo por puro gusto, así es, por puro gusto y antojo de tener que matizar una salida romántica con un plato de tallarín saltado y una porción de chaufa especial. Romantiquísimo, ni Tavo Adolfo Bécquer podría haber ideado un contexto más inspirador y propicio para el romance.
¿Por qué esa tendencia reiterativa de considerar que el salir a comer es la hipérbole del tiempo de calidad en pareja? No lo entiendo, ni siquiera hay fundamentos para ello. A ver, analicemos la situación un poco. En primer lugar está el factor “ya comí en casa”…o sea, sentido común…si uno ya realizó la ingesta de sus respectivos alimentos en su domicilio, preparados delante de ti, con pulcritud quirúrgica, con los mejores ingredientes, y encima gratis ¿Para qué voy a salir a la calle a comer de nuevo? No hay sentido, es irte a un lugar donde no tienes ni la más remota idea de cómo prepararán tu comida, qué tan limpia será su cocina, estarán usando insumos frescos o la lechuga de la ensalada no es que esté arrebozada, sino que está amarilla porque se pudrió en fiestas patrias, y para colmo estás pagando por eso, repito, no hay sentido.
En segundo lugar tenemos al factor “no tengo hambre, pero qué importa”, es decir que estás comiendo por pura y rica gula, estás pecando capitalmente y tu tan tranquilo, te metes la comida a la boca, la masticas, la deglutes y la digieres porque la tienes en frente y ya que te queda pues, si igualito vas a tener que pagarla. En lugar de darle la comida a un pobre huérfano tiritando de fría en la dura calle, prefieres que te pase por el indiferente gaznate y se vaya a quién sabe dónde, porque como tu cuerpo no la necesita la mayor parte se alojará finalmente en tu intestino grueso hasta que hagas la siguiente parada técnica. Y esto tiene más tela para cortar, pues no todo es culpa del comensal insensato que pide comida que no quiere, no, no, no, ahí hay una indiscutible influencia de la pareja. Sí señores, es la pareja quien de hecho tampoco tiene hambre, pero le sale de los mismísimos ovarios (diría de los cojones pero seamos sinceros, son ellas/ustedes las que proponen las visitas románticas a algún comedor y no aceptan un no por respuesta) que tienen que ir a comer y van a comer, y eso sí, pobre de ti si le dices que no tienes hambre, en lugar de comprender el normal funcionamiento de nuestro aparato digestivo, sonreír de forma dulce y decidir que entonces irán a caminar, a ver tiendas, a conversar en algún lugar tranquilo, te increpa tu falta de compromiso con la relación (¿?¿?¿?¿?) y te tilda de falócrata, de dictador impositivo que jamás accede a hacer algo por complacerla, a ella que nunca pide un cobrecito a cambio del amor que te da (claro que no pide un cobrecito, eso no le alcanzaría, te piden cobre, oro, plata, estaño, níquel, zinc, y si te saben acaudalado la tabla periódica entera incluidos los elementos del 106 al 118), por lo que no te queda de otra que acceder ante sus fortísimos argumentos. La cosa no queda ahí, pues no basta que la acompañes a comer, tú TIENES que comer, o sea no hay pretexto válido para ellas, para que te niegues a comer algo sustancioso y necesariamente servido en un plato, no vale que pidas un jugo, una gelatina, un postrecito, NO, tiene que ser algo como lo que ella pida o de mayor abundancia. No vale que digas que estás con una dieta estricta por indicación médica, no sirve que digas que te has vuelto vegetariano, no les importa que estés cuidándote de no engordar demasiado, caso curioso mi ex pareja decía que prefería verme gordo antes que atlético porque así tenía más que apapachar (sin comentarios). Si no haces caso a esta norma tácita, ella se enojará, agestará sus facciones y su comida transcurrirá en un silencio comparable al de un mausoleo subterráneo, esto en el mejor de los casos, porque cabe la posibilidad que la ofenda este hecho y se retire dejándote ahí con el camarero fungiendo de notario y certificando el fenecimiento de tu noche amorosa. Incontables veces me ha pasado que francamente no tengo ni un ápice de hambre, pero me he visto obligado a comer a bocanadas insípidas algún platillo sólo para evitar las represalias gestuales de mi pareja de aquél entonces. Conclusión, culpa compartida, ellas las instigadoras, nosotros los cenutrios calzonudos que no sabemos mantener un no.
En tercer lugar está el factor “ámame, mírame, mímame, pero no me toques”. Es lógico relacionar el romance con algún roce aventurado, una caricia enternecida, un abrazo cómplice, y hasta con un beso atemporal, pero todo ello se omite si están comiendo. Así, de plano. Y es que no es un ambiente contextual muy incitante para el amor, seamos sinceros, es un sitio donde entra y sale gente cada dos minutos, el camarero que asesina por propinas ronda las mesas como un tiburón a un cardumen de cojinovas (sin agraviar), a menos que sea Venecia o que haya habido un apagón (que recuerdos) el sitio estará iluminado como la cancha de un estadio, y por si no fuera poco si vas a comer a un sitio obviamente decente, el lugar estará a reventar de gente, ergo habrán adultos cenando, señoras chismeando, jóvenes berreando, niños insoportabilizando el ambiente, y la típica música de fondo que ni siquiera es un CD uniforme, sino que es una radio cualquiera donde te pueden poner el más feelin hitazo de Alejandro Sanz, y al segundo el perreo mas verraco de Alexis y Fido. No hay ambiente, que ahí nazca el romance es un milagro clínico, y de ahí a esperar que la situación permita algún acercamiento físico con tu pareja, pues ya te digo. Mejor espera que entre un grupo de porristas con minifaldas y en topless gritando tu nombre porque eres el ganador de un viaje con todo pagado a Ibiza para participar del Miss Best body (mejor cuerpo para los ajenos a la lengua de Bush) como jurado honorífico, eso será mucho más probable en comparación con la posibilidad de que tú y tu pareja encuentren ese romance que los haga ignorar su contexto (y el aliento a mayonesa) y se prodiguen amor sin miramientos.
El cuarto y último factor es “no se habla con la boca llena”. Este es el que más me llama la atención por una sencilla razón: si se supone que es una velada donde impera el romance, quiere decir que no sólo basta con su presencia, con un intercambio de embobadas miradas, velas, y una comida humeante, sino que debe haber conversación, diálogo, intercambio oral de mensajes estructurados que llevan una idea que se pretende transmitir al receptor. Pero si están comiendo ¿Cómo diablos van a hablar? ¿Se comunicarán por medio de señas? ¿O quizá optarán por escribirse notitas en las servilletas? Cosa que tampoco tiene mucho sentido porque si están comiendo tendrán las manos ocupadas sosteniendo los cubiertos. Claro que por aquí algún avispado lector pensará “duhh…si no van a estar comiendo todo el tiempo, comerán un momento y luego hablarán, baboso”; o también “se habla mientras se espera que traigan la comida, y mientras comen hablan poco porque en silencio pueden hablar sus corazones” (voy al baño, vomito, y regreso a contestarte); posiblemente hay quienes sostengan ”uno sale a comer con su pareja por disfrutar de la compañía de esta, para hablar sobran otros momentos” Cierto mi agudo lector (lectores, si juego a ser optimista), respuestas válidas y planteadas como para dejar mi perorata de lado, no obstante desmiéntanme si me equivoco, pero ¿Qué tiene de romántico sentarte frente a otra persona a verla comer, manteniendo una conversación con más pausas que un video mal cargado del Youtube, casi sin intercambiar palabras, y las pocas que intercambies o bien suenan a balbuceos de un cromañón, o te dejan ver el feliz destino que le espera al emparedado triple frio que acaba de ordenar? Si eso es romance hay que apurarnos para redefinir la poesía…qué es poesía me preguntas…(mastico) (mastico) (mastico)…josía…(mastico y paso)…poesía es ese pedazo de culantro que ha quedado atrapado entre tus incisivos, y que dejas ver mientras te ríes de la lechuga pegada a mis caninos… Regla de oro señores, con la boca llena no se habla, es mentira que vayas a comer con tu pareja y pretendas tener una tierna y fluida conversación. Se va a lo que se va y si no se va a eso, entonces sencillamente que no se vaya.
Con todo eso, las salidas a comer seguirán siendo el pan de cada día (nuevamente para mantener la ilación) de la vida en común de los jóvenes enamorados. Aunque no tengan sentido, aunque no sirvan más que para ganas kilos y perder pesos (o nuevos soles, o euros, o dólares o…), aunque no sean lo que pretenden que creamos que son, las visitas diarias a los restaurantes continuarán sirviendo como campo de prueba a la tolerancia mutua de la pareja, y es que el día que se sienten a la mesa multipropósito, y no puedan soportar ni un segundo la presencia y modales gastronómicos de su amado/a, cuando no tengan ni una palabra (por más balbuceada o exhibicionista de la comida, que sea) para ablandarle la digestión, cuando la idea de salir a comer juntos ya ni siquiera se les cruce por la cabeza, y les aterre la posibilidad de que puedan ser vistos departiendo juntos, lamentablemente significará que todo terminó, que no hay salvación ni vuelta atrás…significará que están casados.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sorry, el amor no me da para tanto


Tal como en el caso del post anterior, todos hemos oído alguna vez (o muchas veces en realidad) frases que se nos han quedado grabadas en la memoria y a las que recurrimos usualmente para tratar de decir algo que suene profundo o inteligente, y bien pueden ser de dominio popular como los refranes o las dichosas frases célebres, o expresiones sonsacadas de la letra de alguna canción de antaño o contemporánea, y ¿Por qué no? Aquellas que son fruto del sinceramiento y la rutilante brillantez de la gente de a pie con la que convivimos a diario. Estas últimas suelen ser las que guardamos con mayor cuidado en nuestra memoria, no precisamente por las sabias enseñanzas que puedan contener, sino por el contexto en fueron producidos, su significado personalísimo para su creador y ocasionalmente para nosotros o por el simple hecho de que nos tuvieron como destinatarios de su mensaje y fueron dichas por alguien a quien nos unía algún vínculo que nos aventurábamos a considerar como especial y único. Y es que las más de las veces cuando llegan a nuestros oídos estas frases solemos prestar toda la atención que podamos, pues por tratarse de alguien a quien (en apariencia) le importamos o nos guarda alguna clase de aprecio o cariño, es nuestro menester el captar en plena claridad hasta el más pequeño detalle de lo que sea que quieran darnos a entender, aunque hay ocasiones en que la desventura nos juega una mala pasada y su mensaje no es precisamente lo que esperábamos, sino que nos deja de una sola pieza, sorprendidos de lo que acabamos de oír, incrédulos y renuentes a aceptar que alguien que nos profesa su afecto (y a quien por tarugos o muy confiados les creemos) pueda decirnos algo así. No se con que frecuencia suele pasarle esto a la gente, pero estoy convencido de que pasa (al menos personalmente a mi sí me ha pasado), ya he tenido oportunidad de escuchar en más de una ocasión las quejas entre dientes de almas dolidas que fueron víctimas de la lapidaria verborrea de su persona especial , que lejos de preferir algo bonito, dulce o afectuoso, dejaron colarse por entre sus labios oraciones tan duras como concisas, cortas pero con la suficiente fuerza para tumbar una sonrisa en un contundente Knock Out lanzado con toda la premeditación, alevosía y ventaja.

Las frases que lastiman vienen en distintas y muy variadas presentaciones, y sus propiedades lacerantes se pueden diferenciar unas de otras en atención a que tanto trasfondo hiriente posean, al modo y contexto en que se produzcan y que tan sensible sea su receptor. Sin temor a poder parecer indiscreto puedo tomarte la libertad de compartir con ustedes una anécdota que se dio una noche de tantas en que uno se reúne con sus amigos de la universidad alrededor de unas botellas a la salida de las clases, cabe decir que el grupo lo componíamos ejemplares masculinos bien diferenciados (un romántico empedernido en vías de rehabilitación a golpe de decepciones, un músico exitoso en lo académico pero recientemente desafortunado en el amor, un chico arisco con pose de duro pero que arrastraba una ya lejana mala experiencia amorosa y el más canchero de todos con una amplia experiencia en mujeres que se vio traída al suelo con la infidelidad su actual ex enamorada), íbamos pues por la segunda botella de vino (un vino barato, de 5 soles con cincuenta céntimos la botella incluidos sus respectivos dos vasitos plásticos, adquirido de forma muy discreta por la ventanita de una casa de familia que ni por aproximación podría identificarse con un expendio de licor a los bebedores de entre semana), brindando por la salud de aquellas que se adueñaron del control de nuestras risas y tenían las llaves de nuestras lágrimas (como yo solía decir), cuando de pronto comenzaron a aflorar por sí solas, y quizá con un poco de ayuda del alcohol que inundaba nuestro sistema circulatorio, las quejas, comentarios, historias y chismes de todo calibre e índole. Curiosamente, fuera de la común identificación de la chismosería y el cotilleo como atributos puramente femeninos, nos consumió una inmediata necesidad de comentar y escuchar lo comentado por los miembros de esa pequeña logia vinícola recién formada, de la cual rescataré uno en especial que se ajusta como hecho a la medida a este tema; y es que entre confesiones y acusaciones entrecortadas por eructos y regurgitaciones surgió una de las frases que jamás olvidaré pues al oírsela relatar dentro de su historia a mi compañero de botella quede tan perturbado como si hubiera sido a mi a quien se la dijeron. Resulta pues que uno de aquellos cuatro mosqueteros del trago barato tenía una enamorada un tanto especial, quizá por lo moza y comprensiblemente inmadura que era, por sus juveniles ímpetus o por el estilo de vida al que había sido (mal) acostumbrada por sus relaciones anteriores; con la que pese a todas las atenciones y el esmero que ponía tenía discusiones con cierta (regular) frecuencia, unas más fuertes que otras, como nos suele pasar a todos, pero llegó esta ocasión en la que la discusión se disparó a temas que antes no habían sido abordados por sus caldeados ánimos, fue así que los reclamos surgieron, como arrastrado vino el momento de sacar en cara lo hecho y dejado de hacer por el otro, las quejas que se callaron para llevar la fiesta en paz, etc., etc., y como si fuera un globo al que lo llenaban con aire a muy alta presión y a gran velocidad el asunto explotó en un segundo con una concatenación de palabras que juntas pusieron punto final a la pelea, y no, no fue la típica forma de finalizar los pleitos al estilo de “Está bien, tienes razón fue mi culpa, ya no peleemos ¿Sí?” “¿Sabes qué? Tu problema oe, cuando te pase me hablas” “Eres un imbécil, madura y hablamos ok!” (que si bien pueden sonar duras, no nos dejan marcados, ni nos sumergen en un páramo sinuoso repleto de perplejidad). Lo que se le ocurrió decir a la enojada señorita fue algo que cruzó esos límites, y es que no tuvo mejor forma de responder a los argumentos de su enamorado (su aún enamorado, su enamorado desde hace tiempo, la persona con la que se supone compartía un vínculo basado en el amor y el respeto mutuo) que decir “Menos mal que hace tiempo estoy arreglando las cosas con mi ex!!!” ¿Qué?!!!!!!!!!...¿A quién en su sano juicio se le ocurre decirle eso a su enamorado? No interesa cuan enojada puedas estar, sencillamente toda razón (y sobre todo tu instinto de supervivencia) te haría entender que es una de las últimas cosas que le podrías decir a tu pareja sin esperar que te agarre del cuello, te ponga a cabecear algún poste de luz, te haga oler la suela de su zapato, te haga parar un taxi con el pecho o se ponga a jugar contigo al mundial y tu hagas de Materazzi y el de Zidane, porque definitivamente el hacer eso es como pedir que el macho antediluviano que habita en nosotros sueñe de un cocacho al gentleman que representamos y se abalance sobre contra ella blandiendo un garrote listo para cobrar venganza por semejante afrenta contra su honor.De más resulta comentar que a los pocos días de sucedido esto el sinuoso enamoramiento concluyó dejando a mi compañero en un temporal estado de soledad, y a su ex señorita enamorada como la nueva enamorada de su ex enamorado, toda una historia. No es por recurrir a la mentada solidaridad masculina (esa que las mujeres emplean como caballito de batalla para criticar a todo nuestro género tildándonos de clones reproducidos a partir de un mismo exponente masculino que no reúne precisamente las mejores virtudes) pero debo decir que ningún hombre merece que le digan eso, es algo casi tan cruel como clavarle alfileres bajo las uñas mientras le escriben la letra de la canción Tom Joad de Woody Guthrie en la espalda con un soplete, así de sencillo, es una crueldad imperdonable que merece la condena pública de parte de todos nosotros, oh! hombres del mundo.

¿Qué motivación puede tener una mujer para lanzarle tal mentada de madre a la autoestima de su compañero sentimental? Peor aun ¿Por qué hizo lo que dijo y dijo lo que hizo en primer lugar? ¿Será posible que acaso el amor que se prodigaban y decían sentir resultaba insuficiente para sobrellevar los problemas de la vida diaria de pareja? ¿Quizá el fuego del amor se fue consumiendo y lo que antes era una gran hoguera hoy sólo queda en fugaces y agonizantes chispitas? ¿Se habrá terminado aquella magia de verano que hace salir el sol cada mañana y brillar las estrellas en la noche más oscura? ¿O sucederá quizá que sin tantos rodeos, el amor no le dio para tanto?

No sé, puede ser; a mi me había pasado. Abrumado al comprobar una vez más cuan brutales pueden ser las mujeres cuando se lo proponen empecé a recordar como hacia cierto tiempo atrás yo me sentía seguro, a salvo de ello, como si estuviera blindado portando un chaleco antibalas NIJ IIIA a prueba de esas frases devastadoras, pues si bien en la relación que tenía en ese momento no todo era color de rosa (más bien era un tono verde limón, ácido y algo agrio) al menos no se vislumbraba en mi panorama la posibilidad de oír algo así. Y con esa idea solía disfrutar ingenuamente mi seguridad, con las típicas rutinas de los enamorados…asistir a las clases juntos, caminar por los pasillos de la universidad juntos, salir de clases e ir a comer algo sólo los dos (ahondaré en este tema en un próximo post, pero francamente eso creo es lo más contraproducente de las relaciones, no sólo por el hecho de que tu eres quién a cada salida estrangula su bolsillo, sino que además no puedes rehusarte a verla comer sola porque de inmediato te increpará tu actitud y te demandará, más que sugerirá, que pidas algo para comer con ella, incrementando así el diámetro circunferencial de tu zona abdominal, y peor aun si tu enamorada dice que no le gusta que estés en forma sino que parece disfrutar con tu abundancia de carnes no magras), dejarla en su casa para que no la asalten ni se exponga a peligros innecesarios (que tu si correrás por tener que volver casi a las once de la noche a tu casa, que para tu mala suerte queda en la antípoda de la suya), ni bien llegas encender presuroso la computadora para hablar con ella en exclusiva, haber sido precavido y tener el celular con mínimo 30 soles de saldo (diarios, lo que más dolió a mi economía dependiente) para poder atender sin falta a su irresistible me das una llamadita, ¿shipi?, dormirte soñando con ella, levantarte para desearle buenos días, y repetir nuevamente la lista de actividades que aseguraban un día, si bien no emocionante, al menos entretenido y gratificante.

Y bueno, tal como dice por ahí alguna canción (creo, la verdad no estoy seguro), así trascurrían mis días en total calma y en irreal sosiego, pero como dice otra canción (y de esto si estoy seguro) todo tiene su final, nada dura para siempre, así que como era de esperarse la burbuja de la estable tranquilidad de la que yo pensaba era una etapa sin sobresaltos se vio quebrada (en realidad yo diría machacada) en una noche que no tenía aparentemente nada que la diferenciara de las otras, salvo que acababa de retornar a mi domicilio, presuroso por encender mi computadora e iniciar aquel ritual de galanteo virtual y adoración a distancia que con tanto agrado hacía alegóricamente festivas mis (de algún otro modo aburridas, como hoy) noches conversando con ella, y es que horas antes habíamos departido una de aquellas salidas que buscaban ser un reducto de pura dulzura, romanticismo y ternura, y es importante anotar que todo transcurrió de lo más normal como de costumbre (claro, siempre hay momentos de tensión que preceden a alguna fugaz discusión que con suerte no llega a aparecer quedando todo en un intrascendente roce), nos despedimos en la seguridad de la puerta de su domicilio con una sonrisa sincera viendo hacia atrás y un par de manos alzadas alejándose. El asunto es que comenzamos con el respectivo saludo melosito de rigor, y como si no nos hubiésemos visto en semanas nos preguntamos por cómo estábamos y qué hacíamos, así surgieron temas sin trasfondo en realidad (como es usual y hasta grafica una sumamente manoseada expresión, uno cuando esta enamorado puede hablar de todo y de nada, pues hasta el clima en Birmania a mediados de octubre resulta interesante con tal de continuar sintiendo que algo te vincula a esa persona especial) pero agradables, cuando de pronto entro el tema de la salida que había acontecido horas antes, las gracias mutuas por la tarde tan linda y la maravillosa compañía se dieron, los comentarios sobre lo bonito que es pasar el tiempo al lado del otro y así muchos más del mismo tipo, pero en algún momento la senda pareció un poco borrosa y terminamos extraviando el coloquio amoroso y ameno por uno más seco y algo arisco, no se como (lo digo en serio, de verdad no recuerdo muy bien como salió el tema, pero estoy convencido de que fui yo quien lo sacó a relucir, por un vieja mala costumbre que con sobrehumano esfuerzo intento, de momento sin gran éxito, erradicar) pero terminamos plantados en esos ámbitos y ya no habían palabras cariñosas, diminutivos cursis ni piropos a quemarropa, sólo un par de jóvenes teniendo una conversación en un ceremonioso halo de seriedad y en picada. Lo que pasó fue que yo soy (era, fui, solía ser, no sabría como temporalizarlo de la mejor manera) alguien que le da demasiado peso, relevancia, trascendencia, importancia, etc., etc., a los detalles (soy un detallista empedernido, lo considero la mejor forma de demostrarle alguien lo que en verdad significa para nosotros, pues las atenciones especiales, los gestos, en fin todas aquellas pequeñas cosas que uno hace por otro dicen mucho más que 10 horas continuas de reiterativos te quieros, te amos y te adoros que caducan en expresiones fonéticas con más buena intención que verdadera voluntad) y pues sin ser más egoísta que la mayoría de ustedes, también me gusta que tengan detalles conmigo, quien me conozca sabrá que este su servidor no tiene reparos en llorar públicamente como un niño al que le acaban de quitar sus caramelos, amígdalas, vesícula, parte del hígado y uñas de ambas manos sin anestesia, al recibir algún detalle sorpresivo que tenga como intención el transmitir algún silente mensaje cariñoso; y debido a esta característica mía (unas veces buena otras todo lo contrario) se generaban discusiones como aquella, que por persistente en el tema parece haber aburrido a mi compañera sentimental de aquella ocasión, colmándole la paciencia y bueno, hay que reconocer lo que nos toca, no maneje bien la situación y lejos de ponerle sano fin a la discusión le eché una mezcla de gasolina, acetona, alcohol, kerosene y papel picado al caldero del problema, ella pese a su enojo sobrellevo todo con inteligencia tratando de apaciguar los ánimos que yo sólo caldeaba, hasta que inquirí una vez más en el asunto de fondo y volví a preguntar “pero entonces ¿Por qué no me tomas de la mano?!!!”, y ello generó aquella respuesta que quizá (quién podría saber, bueno la verdad es fácil de deducir que sí) se habría evitado si hubiera abandonado el tema, aquella respuesta que no pensé que pudiera darse como salida valedera, aquella respuesta que fue “sorry, pero el amor no me da para tanto”

Para que alargar la anécdota contando que obviamente me sentó como un baldazo de agua congelada (no, no por arrojarme el agua fría, sino por golpearme como si se tratase de una refrigeradora) la discusión continuó por mi parte asido de aquel argumento, y digamos que esa noche no terminó bien, pero con los días que sobrevinieron la cosa quedo archivada en la papelera de reciclaje por el bien general, aunque obvio, no logre sacármela de la cabeza del todo, y es que me resultó extraño que alguien pueda decir que el amor no le da para tanto, estando ya en una relación, y sobre todo tratándose de un tema como el de “tomarse la mano al caminar”, bueno, es cierto que a muchos la idea no les gusta del todo porque les parecerá que hacer manitas al andar es bien de primariosos o gente desbordantemente fresa, pero hey! el amor también implica hacer cosas que al otro le gustan de vez en cuando, y a mi aunque me puedan decir cursi, me gusta, además que no era una petición extraña como decir “oye corazón, a mi me gusta caminar parado de manos y hacia atrás, ¿Caminarías así conmigo?” o “Sabes cielo, siempre me gusto la idea de caminar con mi enamorada cargándola en mi espalda como jugando al caballito, así que vamos! Sube!, Sube!“ Por ello sus palabras se me quedaron como tatuadas, claro que intentaba ignorarlas pero cuando el tema se manifestaba en la praxis resultaba inevitable que lo sacara a flote en la laguna empozada de mi callada memoria. Al final de cuentas el tema no salió a la luz nunca más mientras continuamos empleando palabras cariñosas, diminutivos cursis y piropos a quemarropa; ya al cumplir su ciclo vital aquella experiencia de un solo sendero que al final llevaba a dos caminos distintos, en una de tantas noches ahora aburridas y monótonas en las que mi Messenger, pese a tener a veces más de 40 personas en línea, estaba tan muerto y silencioso como Napoleón, me puse a pensar en esas palabras, y en general derivó en dubitativas cavilaciones sobre todas las frases que se anclan en nuestro file mental y que curiosamente (como dije al principio) terminamos adoptándolas (y hasta con paradójico cariño), pues por poner un ejemplo, luego de asimilar aquellas palabras a mi bagaje cultural, las debo haber empleado en mas de 10 ocasiones, con la variante de sorry brother, la amistad no me da para tanto, curioso en verdad.

Debo confesar que ya no pienso en aquella frase como lo hacía antes, hoy la veo sencillamente como una forma de decir que hay cosas que no haríamos bajo ningún contexto, claro, mal metiendo al amor en su estructuración gramatical, por las tortuosas implicancias que atacarán a su oidor, fue entonces algo así como una dispensa o excusa que queriendo ser profunda (nunca lo pregunté, pero intuyo que también busco sonar cómica aunque los ánimos en ese momento no se prestaban para ello) salió como patada de burro a la quijada. Y bueno, total, somos deslenguados y poco asertivos, de ser diferentes la diplomacia no sería un rubro tan exclusivo, y eso nos asegura miles de frases como esta, como esa, como aquella, como todas en realidad, porque, bueno lo repito, ¿Quién no ha dicho alguna vez algo que lastimó a otro a quien queríamos? Supongo que cada uno tendrá su respuesta sincera sólo consigo mismo, aunque en general sepamos que nos hallamos incluidos en ese conteo de contestaciones afirmativas. Puede que este post haya resultado no tan interesante como los otros, ni halla modificado la horizontalidad rectilínea de sus bocas, pero ahí esta de todos modos, y en caso no les haya gustado, pues sólo puedo decir en mi favor sorry, la inspiración no me dio para tanto…