jueves, 12 de marzo de 2009

...*Paramnesia*...Capítulo II - Sacurdirse el polvo del pasado


04 de Setiembre.

Las náuseas me obligan a abandonar la cama casi sin pausas, no me agrada la idea de tener que limpiar del piso restos de comida macerada con alcohol. Llego al baño apenas a tiempo, justo para descargar mi estómago, una, dos, tres veces. Me quedo sentado al lado del inodoro, esperando una nueva arremetida, pero al parecer he vaciado todo lo que tenía que vaciar. Jalo la palanca, me incorporo y me lavo la cara con especial preocupación, detesto la resaca, pero no me imagino despertando sin ella. Ahora el refrigerador alberga una botella de yogurt, tres manzanas rojas y un plato de tallarines rojos de hace dos días, supongo que calentados aun se podrán comer. Los caliento en sólo seis minutos, una olfateada rápida y les doy el visto bueno, no creo que me hagan más daño del que el alcohol barato me ha hecho ya. Me siento a la mesa y enciendo el televisor, a estas horas únicamente dan noticieros, nunca me gustaron, pero aprendí a verlos todo el tiempo. Justo ahora hay una chica muy bonita, de cabello negro largo y rizado hablando sobre un tipo al que detuvieron traficando drogas y al parecer es de alguna mafia muy pomposa. Los tallarines están bien, cuando están calientes casi ni se siente el sabor, eso en este caso es bueno. En otras noticias, la policía sigue tras la pista del asesino de Ismael Correa López, el hijo del empresario hotelero Damián Correa, quien fuera asesinado el mes pasado en una conocida casa de citas de la ciudad, junto con dos meretrices que ofrecían sus servicios en dicho local. Quizá si a los tallarines les pusiera algo de queso, o cuando menos un poco más de tomate sabrían mejor. El jefe del destacamento policial de la capital en declaraciones exclusivas ha informado que con ayuda de los testigos se ha elaborado un retrato del asesino. Apenas termino de comer y debo lavar este plato y la sartén, sino luego no lo haré, y dejaré los trastos amontonados en el lavadero… Cada día ruego por que sea distinto, y lo único que cambia es que mi cuerpo ya no soporta tanto como antes.

Empiezo a vestirme con la misma calma con la que me he vestido siempre, no tengo prisas por las mañanas. Mis cada día más viejos y raídos jeans, mis zapatos alguna vez negros, mi camisa blanca de mangas largas, y mi casaca de cuero. Entro al baño y aliso mi pelo con un poco de agua, me veo en el espejo y contemplo la decadencia de mis facciones amoratadas. Subo al desván, ahora me cuesta más que antes hacerlo, enciendo la luz y tanteo detrás de las viejas cajas llenas de revistas que sonrojarían a una prostituta. Ahí la encuentro, donde la dejo cada noche que regreso al lugar que llamo casa, fría, pesada y tosca al tacto, intimidante y repulsiva, tan parecida a mi. La envuelvo en su abrigo de franela y la guardo entre mi ropa, apago la luz y bajo con más cautela que antes. Me siento de nuevo a la mesa, el noticiario sigue hablando de accidentes, desgracias, tragedias, atentados, asesinatos, violaciones, pobreza y miseria. Hoy amaneció muy nublado, pareciera que es bastante temprano, pero el reloj y los noticiarios que están terminando me dicen que no lo es… Cuando era joven una chica me dijo que el mundo sería un mejor lugar sin mi, yo creo que el mundo sólo sería un mejor lugar sin personas en él.

Salgo a caminar como hago todos los días, siempre por calles poco transitadas, siempre por sitios despoblados. Llego al bar de la peor muerte de esta ciudad, hoy luce extrañamente vacío, sólo rompe el cuadro de abandono el tipo gordo y sudoroso que sirve los tragos y una muchacha relativamente agraciada para este antro. Alzo la mano y el tipo gordo y sudoroso me trae un vaso con su siempre fiel licor barato, la chica me mira y alza su vaso, yo no le devuelvo el gesto. Al tercer vaso mío, ella se levanta y se presenta como una de esas mujeres mercancía que frecuentan este sitio y otros similares. No le respondo en absoluto, y me limito a beber mirando la calle, no sé qué efecto extraño tiene la indiferencia en los humanos, que lejos de enojarse y marcharse, se sienta intrigada por mi actitud. Me dice que conoce un sitio a dos calles, donde puede hacerme pasar un rato “rico”, sólo tengo que poner en sus manos lo suficiente para que compre unos gramos de su adictiva autodestrucción. Alzo la mano y el gordo y sudoroso tendero me sirve otro vaso de su licor anónimo, y ella aprovecha para pedirse otro para sí. Me dice que le gustan los callados, y yo pienso que debe estar muy urgida de su vicio para hablarle así a un desconocido con una cara como la mía. Me levanto y pongo un billete en la gorda y sudorosa mano del tendero, camino a la salida y la muchacha afectada por su abstinencia forzada se suelta a insultarme, conmigo se va su oportunidad de echarse un polvo, en el sentido que más placer le causaría sólo a ella… Quizá en otras circunstancias hubiera aceptado, pero hoy no tengo la disponibilidad económica para darme esos gustos.

Hubo una época en la que podía permitirme más cosas, en la que el dinero no era el problema, sino yo. Eran tiempos más calmados, donde cualquier cosa era un buen empleo y cualquiera un buen empleado. Recuerdo que no se requería mucho para hacer un buen trabajo, sólo seguir indicaciones, leer prospectos y tratar de equivocarse lo menos posible, supongo que yo puedo ser bueno en eso. Ahora es difícil que me consideren para algo serio, mi aspecto deplorable rima con mi desagrado por la gente, y los empleadores prefieren decirme que me tendrán en cuenta aunque en verdad ni siquiera recordarán que estuve ahí. Creo que sólo hay una persona que nunca olvidará que fui a pedirle trabajo alguna vez, estoy convencido de que si me volviera a ver se moriría… Si pudiera hacerlo de nuevo.

De eso ya van casi cinco años, eran tiempos de transición para muchos, eso incluyéndome. Tenía serias dudas sobre lo que quería hacer el resto delo que me quedaba aquí, me había cansado de estar siempre mirando sobre mi hombro, despertándome cada seis minutos, durmiendo casi a media madrugada. Sabía que en algún punto yo abandonaría mi estilo de vida, pero no sabía el momento, y trataba de que ese preciso momento fuera el que yo deseaba. Pero antes tenía que culminar un último trabajo, puedo valer menos que nada para esta sociedad, pero para mí mismo el peso de mi palabra será lo único que me de valor ante los ojos de otro mortal. Debía cumplir un último encargo y ya, abandonar la vida que llevo, la única vida que conozco, y la única que he necesitado hasta ahora. Decidí empezar con mi transición aprovechando las ganas que tenía, sino lo hacía sabía que luego iba a ser más y más complicado dejarme atrás y plantearme un nuevo yo. Esa mañana no la gaste en caminatas por calles desoladas, ni en bares de la peor muerte, usando mis ánimos como una droga decidí empezar a buscar algo en los clasificados, no estaba seguro de qué quería encontrar, sólo buscaba algo que no pareciera muy complejo y que pagara modestamente bien. Busqué en todos los periódicos que tenía a mano y di con seis posibles oportunidades de apartarme de la escoria en la que deambulo… Es curioso cómo nos engañamos pensando que realmente uno puede cambiar lo que es.

Por esos días ya portaba un semblante lastimero, aunque no tanto como hoy, pero era lo suficientemente desagradable como para inspirar con facilidad desconfianza y hasta temor. Traté de lucir entonces menos parco, le presente a mi pelo algo llamado gel para peinar, nunca se llevaron bien. Mis zapatos eran ciertamente negros entonces, y solo bastaba con pasarles un papel húmedo para hacerlos presentables, mis jeans no eran raidos aunque ya pintaban su decoloración, mi camisa blanca de mangas largas llegó recién comprada a mi casa, y me di el lujo de comprarme una casaca de cuero, que era algo que siempre había querido. Un terno hubiera sido lo ideal, pero se salía de mi presupuesto, además que la casaca me era más útil, en todo sentido. Con seis posibilidades emprendí la tortuosa tarea de presentarme a las entrevistas, y aunque no recuerdo exactamente la primera de ellas, si recuerdo que preferí olvidarla apenas terminó. La segunda y la tercera no fueron muy distintas, todos buscaban algo más de “experiencia”, y alguien con un trato más “familiar”. Con la mitad de mis posibilidades descartadas pensé por un segundo en desistir de este absurdo, pero ya habiendo llegado a este punto sólo tenía que avanzar con tres entrevistas más, de todos modos no tenía nada más que pudiera perder. Vi el periódico manchado de café y doblado en cuatro, que llevaba conmigo y anoté en mi cabeza la dirección a la que tenía que ir ahora. No tardé más de quince minutos en llegar, pero la fila de personas que de seguro estaban ahí por la misma razón que yo me hizo aguantar de pie por más de tres horas hasta que llegó mi turno… Es curioso también, como la vida se encarga de escupirte en la cara cuando intentas cambiar de rumbo.

Me senté en una silla de madera bastante incómoda, frente a mi había un hombre algo mayor, con el cabello muy recortado, quizá para que no se le notaran tanto las canas. Llevaba un terno elegante, sin llegar a ser ostentoso, pantalón y saco de un gris muy sobrio, una camisa más blanca que la mía, y todo adornado con una corbata roja de líneas blancas diagonales muy delgadas. Tenía en su escritorio todas las hojas de presentación de cada uno de los que habíamos ido ante él a buscar trabajo, un porta lapiceros viejo que parecía hecho en un proyecto de escuela primaria, un pequeño búho de piedra y una foto que llamo mi atención. Aparecía aquel hombre junto a una mujer algo más joven que él, ambos abrazaban a dos pequeños, un niño y una niña; ciertamente se les veía felices. Era obvio que la fotografía ya tenía varios años, el hombre de la foto no tenía tanto gris en el pelo, ni tantos surcos bajo los ojos, además el hombre que tenía frente a mí no parecía ni por lejos tan feliz como en esa vieja foto. Su nombre. Yo estaba aun distraído mirando la foto cuando volvió a hablar con más fuerza. ¿Su nombre? Me disculpé y le respondí, luego de anotar algo en una agenda comenzó a hacerme más y más preguntas sobre mi interés en el trabajo, mi grado de responsabilidad, mis problemas con las jerarquías, mi disposición horaria, mi carga familiar, etc. Al final de su interrogatorio me dijo que eso era todo, yo me levanté y le pregunté cómo había ido, aquel tipo levantó la mirada por primera vez en toda el tiempo que estuvo frente a mí y me dijo “lo siento no eres lo que buscamos, en realidad no creo que seas lo que nadie busca en esta ciudad, hijo. Tómalo como un consejo gratis, trabaja por tu cuenta, y deja de gastar tu tiempo y sobre todo el de los demás en estas cosas”… Yo siempre tengo presentes los consejos que me dan, y esta no iba a ser la excepción.

Salí de ahí con el ánimo hecho mierda, me habría bastado con un lo siento pero no estás calificado para el puesto, gracias. Decidí ir a tomarme un trago y a olvidarme de esta idiotez de cambiar de vida, un poco de licor barato era el único consejero que necesitaba. Aterricé casi por inercia en un bar ubicado en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, el dueño era un tipo gordo y sudoroso que te servía un licor parecido al aguardiente, pero con sabor a alcohol de botiquín. Tras zarparme seis vasos de ese gastricidio, me fui a casa dispuesto a dejar que venga la noche y me encuentre dormido en el piso del comedor. Pero apenas llegué me sentí menos somnoliento que nunca, me senté en el piso aun con las luces apagadas y pensé y pensé qué debía hacer. Eran casi las dos de la mañana, cuando luego de machacarme la cabeza había decidido intentarlo mañana por última vez, si en los dos trabajos que quedaban no me aceptaban, me olvidaría de todo. Con esa misma convicción me fui al baño y moje mi cabeza un rato bajo el chorro de agua helada que caía del caño. Me espabilé y agarré el papelito arrugado que estaba oculto tras el televisor, le di una mirada rápida, me encendí un cigarrillo y salí dispuesto a hacer el último encargo que tenía pendiente… Esa noche pensaba purgar lo que había sido mi vida con una última salida.

Vi la hora en un reloj de esos que ponen en las calles importantes, eran alrededor de las tres y diez, dentro de todo era una buena hora para mí, la gente duerme, el sueño es pesado y profundo, y las calles sólo se llenan por viento y silencio. Me tomó quince minutos más llegar hasta el lugar que me indicaba ese papelito arrugado, era una casa bonita, dos pisos, fachada blanca, un jardín enrejado a la entrada, un auto familiar estacionado afuera, se notaba que les iba bien. Camine delante de la casa un par de veces, lo suficiente como para advertir alarmas, y para pensar en la forma de entrar. En la tercera oportunidad me detuve, prendí otro cigarrillo y apresurado empecé a trepar la reja, no fue tan difícil, en ese tiempo la paranoia de la delincuencia y la inseguridad ciudadana no era como hoy, la gente era más despreocupada y las calles aun no estaban llenas de vigilantes particulares, ni circuitos cerrados, ni esas cosas; extraño un poco esos días. Bajé con cuidado de no hacer ningún ruido al tocar el suelo, mi ventaja era el pasto de su jardín, que al caer amortiguó todo sonido. Me acerqué a la puerta mirando de reojo a la calle para evitar miradas innecesarias, saque una ganzúa que yo mismo había hecho, rogando por que sirviera, pero fue inútil. Tuve que pensar rápido y vi las ventanas del segundo piso, me trepé usando la mampara de la ventana del primer piso, cuando logré subir sólo tuve que correr la ventana con mucho cuidado, despacio, de a pocos. La abrí lo suficiente para poder entrar y me deslicé a la habitación, era un salón pequeño, parecía una oficina, con un estante lleno de libros y un escritorio para computadora. Caminé procurando no hacer ruido y salí a un pasadizo donde habían tres puertas más y la escalera que llevaba al primer piso… Sabía que habría más personas en la casa, en esos días aun procuraba no hacer más daño colateral del necesario, pero pese a todo algunas costumbres cambian de repente.

Decidí probar en la primera puerta y al abrirla vi a una jovencita durmiendo plácidamente abrazada a su almohada, retrocedí y la dejé sumida en sus fantasías, el asunto no era con ella. La segunda puerta era la habitación de un chico flaco, de pelo largo y una barba algo crecida, dormía sin preocuparse de nada, lo siento pero debería estar preocupado. Entre despacio, mirando el piso para evitar pisar algo que hiciera ruido y lo despertara. Me acerqué hasta él y sacando una hoja de afeitar le dibuje una línea muy roja en el cuello, para que no gimoteara le tape la boca con la mano que tenía libre, sólo tuve que esperar un rato para que se volviera a dormir. Me limpié la sangre y cuando ya estaba por irme vi como se prendía la luz del corredor, supe que no tendría tiempo para avanzar y cerrar la puerta. Gire el durmiente cuerpo del muchacho hacia la pared y tuve que meterme bajo su cama. Vi como un hombre pasaba caminando y se alejaba hasta bajar las escaleras, salí de mi escondrijo y cuando estaba a punto de salir del cuarto mis ojos cayeron en algo que no podía ser otra cosa que la pura providencia dándome una señal… Ya lo dije, es muy curioso como la vida te escupe en la cara cuando intentas cambiar tu rumbo.

Era un portarretratos bastante simple, casi escondido detrás de una mochila llena de pintas, su marco era de simple madera, sin diseño ni adornos. Nada que me importara en otras circunstancias, salvo por la foto que albergaba. Un hombre sonriente junto a una mujer algo más joven que él, ambos abrazando a dos pequeños, un niño y una niña. Ahora sabía porque me había llamado la atención la primera vez que la vi en la oficina del viejo ese, algo familiar tenía el niño de la foto, yo ya lo había visto antes, aunque no como niño precisamente. Me quedé tan absorto pensando en la coincidencia, divagando en que hubiera pasado si me contrataban, habría tenido que encargarme del hijo de mi nuevo jefe, probablemente hasta de mi propio jefe si las cosas se complicaban, incluso de toda su familia si no había más remedio. Cuando sentí unos pasos acercarse reparé en donde me encontraba, pero quizá movido por la adrenalina, los nervios, los seis vasos de licor barato y el resentimiento contra ese viejo, todo eso sumado a esta revelación de mi destino, decidí esperar a esos pasos. Cada pisada que chocaba contra el suelo yo la sentía tratando de salir de mi pecho, estaba sudando, mis manos perdieron su firmeza, antes había tenido que lidiar con situaciones al margen, pero era la primera vez que lo hacía porque yo quería hacerlo… Siempre decía que no era personal, sólo gajes de mi oficio, siempre hay momentos para probar cosas nuevas.

Un paso más, y otro, y otro, de pronto lo vi, con un semblante más cansado que hace unas horas, pero indudablemente era él, salí desde la oscuridad del cuarto de su hijo y lo tomé por la espalda, le tapé la boca con mi mano izquierda y apoyé despacio la hoja de afeitar aun manchada con sangre contra su garganta. Pude sentir como se paralizaba de miedo, sus extremidades parecían acartonadas, el tipo no hizo el intento de gritar, ni siquiera de hablar. Lo llevé de vuelta al cuarto de su hijo y pude sentir como su corazón parecía al borde del colapso cuando lo vio durmiendo sobre un charco carmesí. Ahora si intentaba decir algo, pero el llanto que empezó a invadirlo y el evidente shock que tenía no se lo permitían, sentía caer sus lágrimas sobre mis dedos, pero eso hace mucho dejó de conmoverme. Lo llevé conmigo hasta la pared donde estaba el interruptor de la luz y lo encendí, ahora gimoteaba más que antes al ver claramente la bonita sonrisa que le había puesto a su hijo y los destellos de brillo que aparecían en el rojo que lo adornaba. Lo llevé frente al espejo que había en una cómoda del cuarto, y pude disfrutar de sus ojos abriéndose como farolas cuando vio mi rostro. Me acerqué a su oído y le susurré nunca voy a encontrar trabajo en esta ciudad, ¿no? Señor yo no necesito trabajo, éste es mi trabajo… La providencia lo puso ahí esa tarde para hacerme desistir de cambiar de vida, yo sólo tuve que seguir su consejo.

Al día siguiente vi en los noticieros una espantosa noticia sobre una masacre que había horrorizado a la ciudad. Un psicópata había entrado en casa de una familia y había matado a un matrimonio mayor y a sus dos hijos cortándoles la garganta. La hipótesis del robo se descartó porque todos los muebles, dinero y joyas estaban en su lugar. La única pista que tenía la policía sobre el caso era un periódico doblado en cuatro y manchado con café por un lado, que tenía marcados seis avisos de empleos, incluido uno correspondiente a una empresa en la que una de las víctimas trabajaba como gerente de recursos humanos. Esta ciudad está completamente loca, cada día es más difícil conseguir la redención de un alma. Me prendo un cigarro, meto la mano en mi bolsillo y encuentro un billete que no sabía que tenía ahí, suerte la mía, y más suerte la de esa chica del bar de la peor muerte, porque este día podrá “meterse un polvo”, luego de echarse uno conmigo.


miércoles, 11 de marzo de 2009

...*Paramnesia*...Capítulo I - La Gran Casa Azul


17 de Agosto del 2000.

Algo de luz se cuela por entre las cortinas de mi cuarto, despertándome sin aceptar protestas ni reclamos apenas sobrios. Me siento al borde de la cama y mirando mis pies, me parece estar en la cornisa de algún edificio de esos que se ven desde muy lejos. Me siento mareado, con vértigo, cerrando los ojos con fuerza para no ver como todo a mí alrededor se empecina en girar y girar. Hago el inútil amago de pararme, pero antes de siquiera intentarlo en serio me doy cuenta que las ganas pueden estar, pero las fuerzas aun no llegan. No puedo dar lucha sin tomarme un respiro antes, así que me desplomo sobre el colchón una vez más. Permanezco mirando un punto fijo en el techo, un punto fijo entre todo el blanco, así al menos no veo nada girando… Sé que me dije que sería sólo un respiro, y ya ha pasado buen rato, todo cada vez está más iluminado por esa jodida luz que se atrevió a colarse por entre las cortinas de mi cuarto. Estoy decidido a ponerme de pie de una vez, sino me arriesgo a quedarme tirado en esta cama el resto del día. En otras circunstancias quizá lo haría, me daría el lujo de poner la radio a todo volumen, y quedarme oculto bajo el cobertor hasta que la luz se haya marchado de nuevo… Hoy no es un día de esos, porque anoche fue una noche de aquellas.

Me pongo unas alpargatas mugrosas y arrastrando los pies avanzo hasta el refrigerador. Busco en su interior algo comestible, o que siquiera tenga la pinta de serlo. Me dejo a mi mismo una nota mental… No debo olvidar de nuevo el comprar comida… y me alejo con más frustración que hambre. Para mi suerte hay algo de pan endurecido sobre la mesa, bastará con calentarlo un poco sobre la hornilla de la cocina y listo. Abro la llave del gas y la dejo así un momento, enciendo un cerillo y lo acerco lentamente a la hornilla, esperando el instante en que el gas se encuentra con la flama. Me encanta ver como se enciende esa pequeña nube de fuego, mientras hace ese ruido seco que retumba mis ventanas por un segundo, siempre enciendo la cocina así. Clavo un tenedor en el pan y lo empiezo a calentar como si fuera un explorador asando malvaviscos en una fogata, cuando empieza a tostarse apago la hornilla, me voy a la mesa y apuro ese pan… Quizá no comas otra cosa en todo el día, aprovéchalo.

Termino de comer, por suerte no tengo nada que limpiar, además todo aquí está lo suficientemente sucio como para hacer que lo demás se vea limpio, es mi mejor pretexto. No soy un tipo social, no frecuento amigos, no salgo con chicas, ni voy a lugares donde pueda encontrarme con más de cinco personas. Para estar presentable sólo tengo que lavarme la cara y mojarme el pelo, eso es más que suficiente. Zapatos negros, o al menos alguna vez lo fueron; unos viejos jeans raidos y decolorados; una camisa blanca de mangas largas, y mí casaca de cuero, quizá el único lujo que me permití en todos estos años. Me paro frente al espejo y me convenzo que estoy cada día más deplorable, eso es un factor positivo para mis circunstancias. Me enciendo un cigarrillo, y voy al desván, aun me falta un último accesorio para completar mi indumentaria… Quizá el más importante después de todo.

Trepo por la escalera que improvise hace algún tiempo para llegar hasta allá, es mejor así para desanimar a los curiosos. Adentro todo está oscuro, la única ventana que había la pinté de negro el año pasado, así que debo prender el foco si pretendo dar con lo que busco entre esta penumbra. Oigo el chasquido del interruptor, replicando el gran milagro de ese dios del que hablan haciendo aparecer luz en plena oscuridad, a mi voluntad. Tanteo detrás de unas cajas llenas de revistas que harían sonrojarse a una prostituta, y finalmente doy con ella. Tan fría, tan pesada, tan tosca al tacto, tan repulsiva para todos y tan parecida a mí. La acerco a mi cara y la deslizo por mi mejilla, por mi frente, por mi sien, aunque está fría aun siento el calor de la noche anterior en ella, aun siento ese olor que he sentido día tras días. La envuelvo con paternal cuidado en una franela y la guardo entre mi ropa, ahora si me siento completo… Anoche fue una noche de aquellas, y hoy será igual.

Limito mi rutina fuera de casa a caminar un tanto por las calles menos transitadas y otro tanto a sentarme en un bar de la peor muerte, que sólo frecuenta gente que nos sería aceptada en ningún otro lugar. Nadie se mete conmigo, cada cual vive en su mundo mientras va secando ese licor barato que sirve un tipo gordo y sudoroso cada vez que levantas la mano sin decir una palabra. Al fondo, tan sólo a cuatro mesas de mi, una mujer mercancía se lo hace a un borracho a cambio de un trago, y a nadie parece molestarle. Al contrario, dos muchachos que no tendrán más de veinte años, y quizá la mitad de ellos perdidos en la calle, parecen divertidos con la escena, y cambian su ubicación para tener una mejor vista de todo. El tipo gordo y sudoroso sirve el trago que el borracho ha prometido, y sin inmutarse lo deja en su mesa, la mujer mercancía lo bebe mientras el borracho sigue en lo suyo. Cuando el tipo termina lo que debía terminar ella se levanta y sin decirse nada cada uno regresa a sus propios asuntos… Definitivamente preferiría estar en otro lugar, pero el resto del mundo prefiere que esté aquí.

Se me ha ido el día entre licor barato y caminatas, cuando reparo en los postes comenzando a encenderse en la calle. Saco un papel del bolsillo derecho de mi casaca, sólo para recordar a donde tengo que ir ahora, lo revisó dos veces para no confundirme y lo arrojo al primer basurero que veo. Camino sin prisas, dándome tiempo a acabar otro cigarro, y en cada bocanada voy consumiendo los nervios que pese al tiempo y a la redundancia de mi vida, aun tienen el descaro de asomarse por encima de mis hombros. Al fin, estoy parado frente a una casa de tres pisos, con una fachada azul y varias ventas donde se ve la luz encendida en su interior. Se logra oír algo de música que viene de algún lugar en su interior, y en la entrada un negro hace las veces de portero y seguridad, amable con unos, rudo con otros, es sólo su trabajo, pero se nota que daría lo que fuera por hacer arder el lugar y no tener que volver más. Afuera varios autos en la acera le dan un toque más de nivel, lástima que en cada uno de esos autos hay un marido, un novio, o un enamorado que va a esa casa a buscar la marginalidad y la sumisión que seguro no encuentran en sus propias mujeres. Prendo otro cigarro y me siento en una jardinera a esperar… De momento es lo único que tengo que hacer.

Ya ha pasado casi una hora y me he quedado sin cigarrillos, busco en mis bolsillos por si acaso alguno se hubiera resbalado de la cajetilla, pero no. por suerte no pasa mucho tiempo antes de que otro auto llegue a la gran casa azul. Del auto bajo un muchacho bien arreglado pero claramente nervioso, yo sé lo que se siente. El negro parece reconocerle porque le abre la puerta sin decirle nada. Yo también reconozco al muchacho, vi muy bien el papel dos veces antes de tirarlo a un basurero. Cuento hasta treinta y me acerco a la puerta con la mejor sonrisa que puedo fingir, y desde lejos me percato que el negro no me mira con mucho entusiasmo. Cuando al fin estoy en la puerta, se planta frente a mí y con la mirada intenta disuadirme de entrar, pero aun portando esta sonrisa le digo que sólo quiere relajarme un rato. Mirándome desde los zapatos hasta el cabello despeinado me hace una seña de que puedo entrar, total, a él poco le importa este lugar. Por dentro la casa es un cúmulo de puertas, unas abiertas y otras no, con chicas y algunas que no lo son tanto, todas insinuantes, mostrando más de lo que deberían, fingiendo estar dispuestas a ser plenamente tuyas aunque en el fondo les des tanto asco como la vida que llevan. Avanzo un poco más y veo al muchacho aun más nervioso que antes, siendo engatusado por dos muchachas que le ofrecen sus encantos, espero un poco para ver con cual irá. Finalmente una chica no muy agraciada pero compensada por proporciones frontales generosas se lo lleva de la mano a su cuarto. Disimulando me aproximo a una no tan joven muchacha de cabello rojizo y exceso de carnes blandas, la tonteo un rato y entro con ella a su habitación, justo al lado de la ocupada por el nervioso muchacho aquel… Lo siento por ella, pero esto no es personal.

El cuarto es curioso, el piso está alfombrado de pared a pared con una pelusa verde petróleo, en medio hay una cama con sabanas rojo carmesí, con un espejo pegado al techo sobre ella, una lámpara de pie con pantalla rosa, y junto a la puerta del baño un armario abierto que muestra una colección de juguetes que utiliza la pelirroja para amenizar sus servicios. Se sienta en la cama y cruzando las piernas palmea el colchón invitándome a sentarme a su lado. Me acerco sonriente y ella me pregunta que tengo en mente para esta noche, de un vistazo doy cuenta de unas esposas en el armario, así que le propongo que juguemos al policía y la ladrona. Ella acepta con cierta emoción y se levanta para traer las esposas, yo sólo me quedo sentado en la cama esperando que vuelva. Cuando regresa le pido que se recueste, con una voz incitante y melosa me pregunta qué le voy a hacer, y comenzando el juego le digo que las preguntas aquí las hago yo. Sonríe mientras le pongo las esposas y la sujeto a la cabecera de la cama, saco un pañuelo de mi casaca y se lo coloco como una mordaza. La pelirroja se mueve y hace sonidos que me dicen que ella cree en verdad que esto es parte de un juego, lo siento por ella, pero esto no es personal. Me siento sobre ella y coloco la mano izquierda sobre los ojos, ella debajo de mí no deja de mover su pelvis, lo siento por ella. Deslizo mi mano derecha bajo mi casaca y vuelvo a sentir el tacto tosco, pesado y frio de la mañana y la noche anterior y mis días anteriores a este, lo siento por ella. Deslizo el frío metal por su cara, como hice con la mía hace varias horas, ella se inquieta, y sus movimientos ya no son los de la en parte fingida excitación de hace un rato, lo siento por ella. Patalea, intenta apartarme de ella, intenta decir algo pero mi pañuelo se lo impide, siento humedecerse sus ojos bajo mi mano, lo siento por ella. Apunto el frío, pesado y tosco metal a su boca amordazada, y en un segundo sus pataleos y gemidos cesan, las sabanas están más carmesí que antes… Son gajes del oficio, lo siento por cualquiera.

Dejo a la pelirroja descansar en la cama y me pego a la pared contigua al cuarto que ahora acoge al muchacho. Tras esta pared se oyen los gemidos acompasados de dos voces agitadas a las que les conviene aprovechar este momento. Entro al baño y sobre el lavamanos una ventanilla comunica con el otro baño, lo cual es muy conveniente. Encaramado puedo ver del otro lado un baño con la luz apagada y la puerta entreabierta, y dos cuerpos retozando en una cama igual de carmesí que esta. Busco alrededor algo que me permita empujar un poco más la puerta del baño contiguo, tengo el tiempo en contra, debo aprovechar mientras estén lo suficientemente absortos como para permitirme actuar sin que se den cuenta. Recuerdo la lámpara de pie con pantalla rosa, así que le quito la base, la pantalla y el foco, dejándome una vara de metal lo necesariamente larga. Regreso rápido a encaramarme en la ventanilla del baño y para mi suerte aun continúan abandonados en éxtasis. Deslizo con cuidado la vara metálica por entre las rejas de la ventanilla, acercándola hasta la puerta, empujándola de a pocos, intentando hacerlo al mismo ritmo de sus gemidos. Por fin tengo plena visión de sus cuerpos sudorosos y bamboleantes, traigo hacia mí la vara metálica, ahora yo también estoy sudando, procuro no hacer el más mínimo ruido que pueda delatarme. Es el momento, quisiera que sintieran en su piel encendida el frío, tosco y pesado beso de despedida, pero tendrá que ser un beso a la distancia, lo siento por ella, no es personal, lo siento también por él, son gajes del oficio. Dos segundos, tan sólo dos segundos han hecho mi día, una mañana de resaca, una tarde de licor barato y caminatas, una noche de sábanas carmesí, tan sólo estos dos segundos han hecho mi día. El muchacho ya no luce nervioso, descansa sobre el cuerpo de una muchacha no muy agraciada pero compensada por proporciones frontales generosas, ambos hacen ahora mucho más carmesí sus sabanas… Ha sido otra noche de aquellas.

Salgo sonriente del cuarto de la pelirroja, acomodándome los jeans y silbando una canción que oí en el bar. Me despido de ella como si pensara volver en otra oportunidad, las chicas me miran e intentan convencerme de pasar con ellas, yo sólo avanzo a la salida. El negro aun me mira con recelo, no lo culpo, así que me limito a darle la misma falsa sonrisa de mi entrada y me alejo por donde vine. Luego de deambular un poco hasta que la noche sea más profunda, regreso a lo que llamo casa. Abro el refrigerador y recuerdo mi nota mental, voy al baño y me lavo las manos y la cara, ya no importa alisarme el pelo. Trepo al desván, enciendo la luz, muevo las cajas repletas de revistas que sonrojarían a las chicas de la gran casa azul, y dejo a mi pesada, tosca y fría amiga descansar una madrugada más. Apago la luz, bajo del desván, me desvisto sin apuros y me dejo caer sobre el colchón, de reojo veo el reloj, son casi las dos, el sueño me encuentra a las 3 por lo general. Mañana, ya es mañana, más tarde en realidad, tendré que levantarme a vivir otro día de esos precedidos por noches de aquellas… Esta es mi rutina de todos los días, unos me dicen criminal, otros me dicen asesino, alguna vez fui llamado hasta psicópata, pero ustedes pueden llamarme, Beto Malatesta.


viernes, 20 de febrero de 2009

Tardes de golpes...II

Nuevamente saliéndome de la temática blogera de este espacio, les presento otra sesión de lo que intentó ser "valetodo", de este sun servidor.
Que les aproveche.

Camisera Negra: Beto "Lobo" Malatesta.
Camiseta Blanca: César "Neo" Panta.

Video 1.




Video 2.

jueves, 19 de febrero de 2009

~//^`` Reflexiones Matutinas III ´´^\\~



..."Si no sabes de lo que hablas...tampoco intentes hablar de lo que crees que sabes"...


miércoles, 18 de febrero de 2009

~//^`` Reflexiones Vespertinas #004 ´´^\\~


..."Cuando te lo propones es tan fácil hacer que todo sea difícil…y por eso te es tan difícil pensar que podemos hacer algo fácil"...



Poesía, dices tu...


La poesía es un difícil contexto para el que se acostumbra a la rudeza de lo cotidiano y a la aspereza de un trato amargo. Aquel que muestra la piel endurecida de sus palabras entre aliento y suspiros que exhala un sin vivir, reduce su monotonía a pretender que le quepan 24 horas en un parpadeo.

Quizá cuando las consonantes me sepan a vocales y las vocales me dejen de saber a nada, haya por fin entendido que se me agotaron las palabras en medio de la transición del segundo que paso y el segundo que no está por venir. Quisiera articular con la elocuencia que caracteriza a las piedras y al viento de la orilla, los adjetivos suficientes que le hicieran honor a tanto merito perdido. Por última vez aunque sea.

No encuentro a la inspiración vagabunda que salió a buscarse. Querer poder decir que el simple vidrio es tamiz de cristales, o la Alhambra los escombros de algo que mejor se olvida. Es tan complejo hallar la sencillez con la que otrora fluían de mis dedos las exclamaciones más afables.

La saliva seca en las comisuras de los cuadernos me recuerda su abandono, su precariedad, lo famélico de su esplendor. Hace tanto que es tanto ya, el día que escribía versos y rimas en servilletas de elegantes cafés, hace tanto que es tanto ya, cuando una palma abierta era el pergamino de mis emociones. Que será de la tinta al final de los lapiceros cuando una mano ya no los arrincona contra los renglones…

¿Qué será, dime tú, de todo aquello que no quiere callarse en el papel de mi garganta?

¿Qué será de todo aquello que ya no podré decir?

¿Qué será finalmente de mi cuando no tenga nada que escribir?

…Peor aún ¿Qué será de mi si ya no tengo nada que puedas leer?...