miércoles, 11 de marzo de 2009

...*Paramnesia*...Capítulo I - La Gran Casa Azul


17 de Agosto del 2000.

Algo de luz se cuela por entre las cortinas de mi cuarto, despertándome sin aceptar protestas ni reclamos apenas sobrios. Me siento al borde de la cama y mirando mis pies, me parece estar en la cornisa de algún edificio de esos que se ven desde muy lejos. Me siento mareado, con vértigo, cerrando los ojos con fuerza para no ver como todo a mí alrededor se empecina en girar y girar. Hago el inútil amago de pararme, pero antes de siquiera intentarlo en serio me doy cuenta que las ganas pueden estar, pero las fuerzas aun no llegan. No puedo dar lucha sin tomarme un respiro antes, así que me desplomo sobre el colchón una vez más. Permanezco mirando un punto fijo en el techo, un punto fijo entre todo el blanco, así al menos no veo nada girando… Sé que me dije que sería sólo un respiro, y ya ha pasado buen rato, todo cada vez está más iluminado por esa jodida luz que se atrevió a colarse por entre las cortinas de mi cuarto. Estoy decidido a ponerme de pie de una vez, sino me arriesgo a quedarme tirado en esta cama el resto del día. En otras circunstancias quizá lo haría, me daría el lujo de poner la radio a todo volumen, y quedarme oculto bajo el cobertor hasta que la luz se haya marchado de nuevo… Hoy no es un día de esos, porque anoche fue una noche de aquellas.

Me pongo unas alpargatas mugrosas y arrastrando los pies avanzo hasta el refrigerador. Busco en su interior algo comestible, o que siquiera tenga la pinta de serlo. Me dejo a mi mismo una nota mental… No debo olvidar de nuevo el comprar comida… y me alejo con más frustración que hambre. Para mi suerte hay algo de pan endurecido sobre la mesa, bastará con calentarlo un poco sobre la hornilla de la cocina y listo. Abro la llave del gas y la dejo así un momento, enciendo un cerillo y lo acerco lentamente a la hornilla, esperando el instante en que el gas se encuentra con la flama. Me encanta ver como se enciende esa pequeña nube de fuego, mientras hace ese ruido seco que retumba mis ventanas por un segundo, siempre enciendo la cocina así. Clavo un tenedor en el pan y lo empiezo a calentar como si fuera un explorador asando malvaviscos en una fogata, cuando empieza a tostarse apago la hornilla, me voy a la mesa y apuro ese pan… Quizá no comas otra cosa en todo el día, aprovéchalo.

Termino de comer, por suerte no tengo nada que limpiar, además todo aquí está lo suficientemente sucio como para hacer que lo demás se vea limpio, es mi mejor pretexto. No soy un tipo social, no frecuento amigos, no salgo con chicas, ni voy a lugares donde pueda encontrarme con más de cinco personas. Para estar presentable sólo tengo que lavarme la cara y mojarme el pelo, eso es más que suficiente. Zapatos negros, o al menos alguna vez lo fueron; unos viejos jeans raidos y decolorados; una camisa blanca de mangas largas, y mí casaca de cuero, quizá el único lujo que me permití en todos estos años. Me paro frente al espejo y me convenzo que estoy cada día más deplorable, eso es un factor positivo para mis circunstancias. Me enciendo un cigarrillo, y voy al desván, aun me falta un último accesorio para completar mi indumentaria… Quizá el más importante después de todo.

Trepo por la escalera que improvise hace algún tiempo para llegar hasta allá, es mejor así para desanimar a los curiosos. Adentro todo está oscuro, la única ventana que había la pinté de negro el año pasado, así que debo prender el foco si pretendo dar con lo que busco entre esta penumbra. Oigo el chasquido del interruptor, replicando el gran milagro de ese dios del que hablan haciendo aparecer luz en plena oscuridad, a mi voluntad. Tanteo detrás de unas cajas llenas de revistas que harían sonrojarse a una prostituta, y finalmente doy con ella. Tan fría, tan pesada, tan tosca al tacto, tan repulsiva para todos y tan parecida a mí. La acerco a mi cara y la deslizo por mi mejilla, por mi frente, por mi sien, aunque está fría aun siento el calor de la noche anterior en ella, aun siento ese olor que he sentido día tras días. La envuelvo con paternal cuidado en una franela y la guardo entre mi ropa, ahora si me siento completo… Anoche fue una noche de aquellas, y hoy será igual.

Limito mi rutina fuera de casa a caminar un tanto por las calles menos transitadas y otro tanto a sentarme en un bar de la peor muerte, que sólo frecuenta gente que nos sería aceptada en ningún otro lugar. Nadie se mete conmigo, cada cual vive en su mundo mientras va secando ese licor barato que sirve un tipo gordo y sudoroso cada vez que levantas la mano sin decir una palabra. Al fondo, tan sólo a cuatro mesas de mi, una mujer mercancía se lo hace a un borracho a cambio de un trago, y a nadie parece molestarle. Al contrario, dos muchachos que no tendrán más de veinte años, y quizá la mitad de ellos perdidos en la calle, parecen divertidos con la escena, y cambian su ubicación para tener una mejor vista de todo. El tipo gordo y sudoroso sirve el trago que el borracho ha prometido, y sin inmutarse lo deja en su mesa, la mujer mercancía lo bebe mientras el borracho sigue en lo suyo. Cuando el tipo termina lo que debía terminar ella se levanta y sin decirse nada cada uno regresa a sus propios asuntos… Definitivamente preferiría estar en otro lugar, pero el resto del mundo prefiere que esté aquí.

Se me ha ido el día entre licor barato y caminatas, cuando reparo en los postes comenzando a encenderse en la calle. Saco un papel del bolsillo derecho de mi casaca, sólo para recordar a donde tengo que ir ahora, lo revisó dos veces para no confundirme y lo arrojo al primer basurero que veo. Camino sin prisas, dándome tiempo a acabar otro cigarro, y en cada bocanada voy consumiendo los nervios que pese al tiempo y a la redundancia de mi vida, aun tienen el descaro de asomarse por encima de mis hombros. Al fin, estoy parado frente a una casa de tres pisos, con una fachada azul y varias ventas donde se ve la luz encendida en su interior. Se logra oír algo de música que viene de algún lugar en su interior, y en la entrada un negro hace las veces de portero y seguridad, amable con unos, rudo con otros, es sólo su trabajo, pero se nota que daría lo que fuera por hacer arder el lugar y no tener que volver más. Afuera varios autos en la acera le dan un toque más de nivel, lástima que en cada uno de esos autos hay un marido, un novio, o un enamorado que va a esa casa a buscar la marginalidad y la sumisión que seguro no encuentran en sus propias mujeres. Prendo otro cigarro y me siento en una jardinera a esperar… De momento es lo único que tengo que hacer.

Ya ha pasado casi una hora y me he quedado sin cigarrillos, busco en mis bolsillos por si acaso alguno se hubiera resbalado de la cajetilla, pero no. por suerte no pasa mucho tiempo antes de que otro auto llegue a la gran casa azul. Del auto bajo un muchacho bien arreglado pero claramente nervioso, yo sé lo que se siente. El negro parece reconocerle porque le abre la puerta sin decirle nada. Yo también reconozco al muchacho, vi muy bien el papel dos veces antes de tirarlo a un basurero. Cuento hasta treinta y me acerco a la puerta con la mejor sonrisa que puedo fingir, y desde lejos me percato que el negro no me mira con mucho entusiasmo. Cuando al fin estoy en la puerta, se planta frente a mí y con la mirada intenta disuadirme de entrar, pero aun portando esta sonrisa le digo que sólo quiere relajarme un rato. Mirándome desde los zapatos hasta el cabello despeinado me hace una seña de que puedo entrar, total, a él poco le importa este lugar. Por dentro la casa es un cúmulo de puertas, unas abiertas y otras no, con chicas y algunas que no lo son tanto, todas insinuantes, mostrando más de lo que deberían, fingiendo estar dispuestas a ser plenamente tuyas aunque en el fondo les des tanto asco como la vida que llevan. Avanzo un poco más y veo al muchacho aun más nervioso que antes, siendo engatusado por dos muchachas que le ofrecen sus encantos, espero un poco para ver con cual irá. Finalmente una chica no muy agraciada pero compensada por proporciones frontales generosas se lo lleva de la mano a su cuarto. Disimulando me aproximo a una no tan joven muchacha de cabello rojizo y exceso de carnes blandas, la tonteo un rato y entro con ella a su habitación, justo al lado de la ocupada por el nervioso muchacho aquel… Lo siento por ella, pero esto no es personal.

El cuarto es curioso, el piso está alfombrado de pared a pared con una pelusa verde petróleo, en medio hay una cama con sabanas rojo carmesí, con un espejo pegado al techo sobre ella, una lámpara de pie con pantalla rosa, y junto a la puerta del baño un armario abierto que muestra una colección de juguetes que utiliza la pelirroja para amenizar sus servicios. Se sienta en la cama y cruzando las piernas palmea el colchón invitándome a sentarme a su lado. Me acerco sonriente y ella me pregunta que tengo en mente para esta noche, de un vistazo doy cuenta de unas esposas en el armario, así que le propongo que juguemos al policía y la ladrona. Ella acepta con cierta emoción y se levanta para traer las esposas, yo sólo me quedo sentado en la cama esperando que vuelva. Cuando regresa le pido que se recueste, con una voz incitante y melosa me pregunta qué le voy a hacer, y comenzando el juego le digo que las preguntas aquí las hago yo. Sonríe mientras le pongo las esposas y la sujeto a la cabecera de la cama, saco un pañuelo de mi casaca y se lo coloco como una mordaza. La pelirroja se mueve y hace sonidos que me dicen que ella cree en verdad que esto es parte de un juego, lo siento por ella, pero esto no es personal. Me siento sobre ella y coloco la mano izquierda sobre los ojos, ella debajo de mí no deja de mover su pelvis, lo siento por ella. Deslizo mi mano derecha bajo mi casaca y vuelvo a sentir el tacto tosco, pesado y frio de la mañana y la noche anterior y mis días anteriores a este, lo siento por ella. Deslizo el frío metal por su cara, como hice con la mía hace varias horas, ella se inquieta, y sus movimientos ya no son los de la en parte fingida excitación de hace un rato, lo siento por ella. Patalea, intenta apartarme de ella, intenta decir algo pero mi pañuelo se lo impide, siento humedecerse sus ojos bajo mi mano, lo siento por ella. Apunto el frío, pesado y tosco metal a su boca amordazada, y en un segundo sus pataleos y gemidos cesan, las sabanas están más carmesí que antes… Son gajes del oficio, lo siento por cualquiera.

Dejo a la pelirroja descansar en la cama y me pego a la pared contigua al cuarto que ahora acoge al muchacho. Tras esta pared se oyen los gemidos acompasados de dos voces agitadas a las que les conviene aprovechar este momento. Entro al baño y sobre el lavamanos una ventanilla comunica con el otro baño, lo cual es muy conveniente. Encaramado puedo ver del otro lado un baño con la luz apagada y la puerta entreabierta, y dos cuerpos retozando en una cama igual de carmesí que esta. Busco alrededor algo que me permita empujar un poco más la puerta del baño contiguo, tengo el tiempo en contra, debo aprovechar mientras estén lo suficientemente absortos como para permitirme actuar sin que se den cuenta. Recuerdo la lámpara de pie con pantalla rosa, así que le quito la base, la pantalla y el foco, dejándome una vara de metal lo necesariamente larga. Regreso rápido a encaramarme en la ventanilla del baño y para mi suerte aun continúan abandonados en éxtasis. Deslizo con cuidado la vara metálica por entre las rejas de la ventanilla, acercándola hasta la puerta, empujándola de a pocos, intentando hacerlo al mismo ritmo de sus gemidos. Por fin tengo plena visión de sus cuerpos sudorosos y bamboleantes, traigo hacia mí la vara metálica, ahora yo también estoy sudando, procuro no hacer el más mínimo ruido que pueda delatarme. Es el momento, quisiera que sintieran en su piel encendida el frío, tosco y pesado beso de despedida, pero tendrá que ser un beso a la distancia, lo siento por ella, no es personal, lo siento también por él, son gajes del oficio. Dos segundos, tan sólo dos segundos han hecho mi día, una mañana de resaca, una tarde de licor barato y caminatas, una noche de sábanas carmesí, tan sólo estos dos segundos han hecho mi día. El muchacho ya no luce nervioso, descansa sobre el cuerpo de una muchacha no muy agraciada pero compensada por proporciones frontales generosas, ambos hacen ahora mucho más carmesí sus sabanas… Ha sido otra noche de aquellas.

Salgo sonriente del cuarto de la pelirroja, acomodándome los jeans y silbando una canción que oí en el bar. Me despido de ella como si pensara volver en otra oportunidad, las chicas me miran e intentan convencerme de pasar con ellas, yo sólo avanzo a la salida. El negro aun me mira con recelo, no lo culpo, así que me limito a darle la misma falsa sonrisa de mi entrada y me alejo por donde vine. Luego de deambular un poco hasta que la noche sea más profunda, regreso a lo que llamo casa. Abro el refrigerador y recuerdo mi nota mental, voy al baño y me lavo las manos y la cara, ya no importa alisarme el pelo. Trepo al desván, enciendo la luz, muevo las cajas repletas de revistas que sonrojarían a las chicas de la gran casa azul, y dejo a mi pesada, tosca y fría amiga descansar una madrugada más. Apago la luz, bajo del desván, me desvisto sin apuros y me dejo caer sobre el colchón, de reojo veo el reloj, son casi las dos, el sueño me encuentra a las 3 por lo general. Mañana, ya es mañana, más tarde en realidad, tendré que levantarme a vivir otro día de esos precedidos por noches de aquellas… Esta es mi rutina de todos los días, unos me dicen criminal, otros me dicen asesino, alguna vez fui llamado hasta psicópata, pero ustedes pueden llamarme, Beto Malatesta.


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