04 de Setiembre.
Las náuseas me obligan a abandonar la cama casi sin pausas, no me agrada la idea de tener que limpiar del piso restos de comida macerada con alcohol. Llego al baño apenas a tiempo, justo para descargar mi estómago, una, dos, tres veces. Me quedo sentado al lado del inodoro, esperando una nueva arremetida, pero al parecer he vaciado todo lo que tenía que vaciar. Jalo la palanca, me incorporo y me lavo la cara con especial preocupación, detesto la resaca, pero no me imagino despertando sin ella. Ahora el refrigerador alberga una botella de yogurt, tres manzanas rojas y un plato de tallarines rojos de hace dos días, supongo que calentados aun se podrán comer. Los caliento en sólo seis minutos, una olfateada rápida y les doy el visto bueno, no creo que me hagan más daño del que el alcohol barato me ha hecho ya. Me siento a la mesa y enciendo el televisor, a estas horas únicamente dan noticieros, nunca me gustaron, pero aprendí a verlos todo el tiempo. Justo ahora hay una chica muy bonita, de cabello negro largo y rizado hablando sobre un tipo al que detuvieron traficando drogas y al parecer es de alguna mafia muy pomposa. Los tallarines están bien, cuando están calientes casi ni se siente el sabor, eso en este caso es bueno. En otras noticias, la policía sigue tras la pista del asesino de Ismael Correa López, el hijo del empresario hotelero Damián Correa, quien fuera asesinado el mes pasado en una conocida casa de citas de la ciudad, junto con dos meretrices que ofrecían sus servicios en dicho local. Quizá si a los tallarines les pusiera algo de queso, o cuando menos un poco más de tomate sabrían mejor. El jefe del destacamento policial de la capital en declaraciones exclusivas ha informado que con ayuda de los testigos se ha elaborado un retrato del asesino. Apenas termino de comer y debo lavar este plato y la sartén, sino luego no lo haré, y dejaré los trastos amontonados en el lavadero… Cada día ruego por que sea distinto, y lo único que cambia es que mi cuerpo ya no soporta tanto como antes.
Empiezo a vestirme con la misma calma con la que me he vestido siempre, no tengo prisas por las mañanas. Mis cada día más viejos y raídos jeans, mis zapatos alguna vez negros, mi camisa blanca de mangas largas, y mi casaca de cuero. Entro al baño y aliso mi pelo con un poco de agua, me veo en el espejo y contemplo la decadencia de mis facciones amoratadas. Subo al desván, ahora me cuesta más que antes hacerlo, enciendo la luz y tanteo detrás de las viejas cajas llenas de revistas que sonrojarían a una prostituta. Ahí la encuentro, donde la dejo cada noche que regreso al lugar que llamo casa, fría, pesada y tosca al tacto, intimidante y repulsiva, tan parecida a mi. La envuelvo en su abrigo de franela y la guardo entre mi ropa, apago la luz y bajo con más cautela que antes. Me siento de nuevo a la mesa, el noticiario sigue hablando de accidentes, desgracias, tragedias, atentados, asesinatos, violaciones, pobreza y miseria. Hoy amaneció muy nublado, pareciera que es bastante temprano, pero el reloj y los noticiarios que están terminando me dicen que no lo es… Cuando era joven una chica me dijo que el mundo sería un mejor lugar sin mi, yo creo que el mundo sólo sería un mejor lugar sin personas en él.
Salgo a caminar como hago todos los días, siempre por calles poco transitadas, siempre por sitios despoblados. Llego al bar de la peor muerte de esta ciudad, hoy luce extrañamente vacío, sólo rompe el cuadro de abandono el tipo gordo y sudoroso que sirve los tragos y una muchacha relativamente agraciada para este antro. Alzo la mano y el tipo gordo y sudoroso me trae un vaso con su siempre fiel licor barato, la chica me mira y alza su vaso, yo no le devuelvo el gesto. Al tercer vaso mío, ella se levanta y se presenta como una de esas mujeres mercancía que frecuentan este sitio y otros similares. No le respondo en absoluto, y me limito a beber mirando la calle, no sé qué efecto extraño tiene la indiferencia en los humanos, que lejos de enojarse y marcharse, se sienta intrigada por mi actitud. Me dice que conoce un sitio a dos calles, donde puede hacerme pasar un rato “rico”, sólo tengo que poner en sus manos lo suficiente para que compre unos gramos de su adictiva autodestrucción. Alzo la mano y el gordo y sudoroso tendero me sirve otro vaso de su licor anónimo, y ella aprovecha para pedirse otro para sí. Me dice que le gustan los callados, y yo pienso que debe estar muy urgida de su vicio para hablarle así a un desconocido con una cara como la mía. Me levanto y pongo un billete en la gorda y sudorosa mano del tendero, camino a la salida y la muchacha afectada por su abstinencia forzada se suelta a insultarme, conmigo se va su oportunidad de echarse un polvo, en el sentido que más placer le causaría sólo a ella… Quizá en otras circunstancias hubiera aceptado, pero hoy no tengo la disponibilidad económica para darme esos gustos.
Hubo una época en la que podía permitirme más cosas, en la que el dinero no era el problema, sino yo. Eran tiempos más calmados, donde cualquier cosa era un buen empleo y cualquiera un buen empleado. Recuerdo que no se requería mucho para hacer un buen trabajo, sólo seguir indicaciones, leer prospectos y tratar de equivocarse lo menos posible, supongo que yo puedo ser bueno en eso. Ahora es difícil que me consideren para algo serio, mi aspecto deplorable rima con mi desagrado por la gente, y los empleadores prefieren decirme que me tendrán en cuenta aunque en verdad ni siquiera recordarán que estuve ahí. Creo que sólo hay una persona que nunca olvidará que fui a pedirle trabajo alguna vez, estoy convencido de que si me volviera a ver se moriría… Si pudiera hacerlo de nuevo.
De eso ya van casi cinco años, eran tiempos de transición para muchos, eso incluyéndome. Tenía serias dudas sobre lo que quería hacer el resto delo que me quedaba aquí, me había cansado de estar siempre mirando sobre mi hombro, despertándome cada seis minutos, durmiendo casi a media madrugada. Sabía que en algún punto yo abandonaría mi estilo de vida, pero no sabía el momento, y trataba de que ese preciso momento fuera el que yo deseaba. Pero antes tenía que culminar un último trabajo, puedo valer menos que nada para esta sociedad, pero para mí mismo el peso de mi palabra será lo único que me de valor ante los ojos de otro mortal. Debía cumplir un último encargo y ya, abandonar la vida que llevo, la única vida que conozco, y la única que he necesitado hasta ahora. Decidí empezar con mi transición aprovechando las ganas que tenía, sino lo hacía sabía que luego iba a ser más y más complicado dejarme atrás y plantearme un nuevo yo. Esa mañana no la gaste en caminatas por calles desoladas, ni en bares de la peor muerte, usando mis ánimos como una droga decidí empezar a buscar algo en los clasificados, no estaba seguro de qué quería encontrar, sólo buscaba algo que no pareciera muy complejo y que pagara modestamente bien. Busqué en todos los periódicos que tenía a mano y di con seis posibles oportunidades de apartarme de la escoria en la que deambulo… Es curioso cómo nos engañamos pensando que realmente uno puede cambiar lo que es.
Por esos días ya portaba un semblante lastimero, aunque no tanto como hoy, pero era lo suficientemente desagradable como para inspirar con facilidad desconfianza y hasta temor. Traté de lucir entonces menos parco, le presente a mi pelo algo llamado gel para peinar, nunca se llevaron bien. Mis zapatos eran ciertamente negros entonces, y solo bastaba con pasarles un papel húmedo para hacerlos presentables, mis jeans no eran raidos aunque ya pintaban su decoloración, mi camisa blanca de mangas largas llegó recién comprada a mi casa, y me di el lujo de comprarme una casaca de cuero, que era algo que siempre había querido. Un terno hubiera sido lo ideal, pero se salía de mi presupuesto, además que la casaca me era más útil, en todo sentido. Con seis posibilidades emprendí la tortuosa tarea de presentarme a las entrevistas, y aunque no recuerdo exactamente la primera de ellas, si recuerdo que preferí olvidarla apenas terminó. La segunda y la tercera no fueron muy distintas, todos buscaban algo más de “experiencia”, y alguien con un trato más “familiar”. Con la mitad de mis posibilidades descartadas pensé por un segundo en desistir de este absurdo, pero ya habiendo llegado a este punto sólo tenía que avanzar con tres entrevistas más, de todos modos no tenía nada más que pudiera perder. Vi el periódico manchado de café y doblado en cuatro, que llevaba conmigo y anoté en mi cabeza la dirección a la que tenía que ir ahora. No tardé más de quince minutos en llegar, pero la fila de personas que de seguro estaban ahí por la misma razón que yo me hizo aguantar de pie por más de tres horas hasta que llegó mi turno… Es curioso también, como la vida se encarga de escupirte en la cara cuando intentas cambiar de rumbo.
Me senté en una silla de madera bastante incómoda, frente a mi había un hombre algo mayor, con el cabello muy recortado, quizá para que no se le notaran tanto las canas. Llevaba un terno elegante, sin llegar a ser ostentoso, pantalón y saco de un gris muy sobrio, una camisa más blanca que la mía, y todo adornado con una corbata roja de líneas blancas diagonales muy delgadas. Tenía en su escritorio todas las hojas de presentación de cada uno de los que habíamos ido ante él a buscar trabajo, un porta lapiceros viejo que parecía hecho en un proyecto de escuela primaria, un pequeño búho de piedra y una foto que llamo mi atención. Aparecía aquel hombre junto a una mujer algo más joven que él, ambos abrazaban a dos pequeños, un niño y una niña; ciertamente se les veía felices. Era obvio que la fotografía ya tenía varios años, el hombre de la foto no tenía tanto gris en el pelo, ni tantos surcos bajo los ojos, además el hombre que tenía frente a mí no parecía ni por lejos tan feliz como en esa vieja foto. Su nombre. Yo estaba aun distraído mirando la foto cuando volvió a hablar con más fuerza. ¿Su nombre? Me disculpé y le respondí, luego de anotar algo en una agenda comenzó a hacerme más y más preguntas sobre mi interés en el trabajo, mi grado de responsabilidad, mis problemas con las jerarquías, mi disposición horaria, mi carga familiar, etc. Al final de su interrogatorio me dijo que eso era todo, yo me levanté y le pregunté cómo había ido, aquel tipo levantó la mirada por primera vez en toda el tiempo que estuvo frente a mí y me dijo “lo siento no eres lo que buscamos, en realidad no creo que seas lo que nadie busca en esta ciudad, hijo. Tómalo como un consejo gratis, trabaja por tu cuenta, y deja de gastar tu tiempo y sobre todo el de los demás en estas cosas”… Yo siempre tengo presentes los consejos que me dan, y esta no iba a ser la excepción.
Salí de ahí con el ánimo hecho mierda, me habría bastado con un lo siento pero no estás calificado para el puesto, gracias. Decidí ir a tomarme un trago y a olvidarme de esta idiotez de cambiar de vida, un poco de licor barato era el único consejero que necesitaba. Aterricé casi por inercia en un bar ubicado en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, el dueño era un tipo gordo y sudoroso que te servía un licor parecido al aguardiente, pero con sabor a alcohol de botiquín. Tras zarparme seis vasos de ese gastricidio, me fui a casa dispuesto a dejar que venga la noche y me encuentre dormido en el piso del comedor. Pero apenas llegué me sentí menos somnoliento que nunca, me senté en el piso aun con las luces apagadas y pensé y pensé qué debía hacer. Eran casi las dos de la mañana, cuando luego de machacarme la cabeza había decidido intentarlo mañana por última vez, si en los dos trabajos que quedaban no me aceptaban, me olvidaría de todo. Con esa misma convicción me fui al baño y moje mi cabeza un rato bajo el chorro de agua helada que caía del caño. Me espabilé y agarré el papelito arrugado que estaba oculto tras el televisor, le di una mirada rápida, me encendí un cigarrillo y salí dispuesto a hacer el último encargo que tenía pendiente… Esa noche pensaba purgar lo que había sido mi vida con una última salida.
Vi la hora en un reloj de esos que ponen en las calles importantes, eran alrededor de las tres y diez, dentro de todo era una buena hora para mí, la gente duerme, el sueño es pesado y profundo, y las calles sólo se llenan por viento y silencio. Me tomó quince minutos más llegar hasta el lugar que me indicaba ese papelito arrugado, era una casa bonita, dos pisos, fachada blanca, un jardín enrejado a la entrada, un auto familiar estacionado afuera, se notaba que les iba bien. Camine delante de la casa un par de veces, lo suficiente como para advertir alarmas, y para pensar en la forma de entrar. En la tercera oportunidad me detuve, prendí otro cigarrillo y apresurado empecé a trepar la reja, no fue tan difícil, en ese tiempo la paranoia de la delincuencia y la inseguridad ciudadana no era como hoy, la gente era más despreocupada y las calles aun no estaban llenas de vigilantes particulares, ni circuitos cerrados, ni esas cosas; extraño un poco esos días. Bajé con cuidado de no hacer ningún ruido al tocar el suelo, mi ventaja era el pasto de su jardín, que al caer amortiguó todo sonido. Me acerqué a la puerta mirando de reojo a la calle para evitar miradas innecesarias, saque una ganzúa que yo mismo había hecho, rogando por que sirviera, pero fue inútil. Tuve que pensar rápido y vi las ventanas del segundo piso, me trepé usando la mampara de la ventana del primer piso, cuando logré subir sólo tuve que correr la ventana con mucho cuidado, despacio, de a pocos. La abrí lo suficiente para poder entrar y me deslicé a la habitación, era un salón pequeño, parecía una oficina, con un estante lleno de libros y un escritorio para computadora. Caminé procurando no hacer ruido y salí a un pasadizo donde habían tres puertas más y la escalera que llevaba al primer piso… Sabía que habría más personas en la casa, en esos días aun procuraba no hacer más daño colateral del necesario, pero pese a todo algunas costumbres cambian de repente.
Decidí probar en la primera puerta y al abrirla vi a una jovencita durmiendo plácidamente abrazada a su almohada, retrocedí y la dejé sumida en sus fantasías, el asunto no era con ella. La segunda puerta era la habitación de un chico flaco, de pelo largo y una barba algo crecida, dormía sin preocuparse de nada, lo siento pero debería estar preocupado. Entre despacio, mirando el piso para evitar pisar algo que hiciera ruido y lo despertara. Me acerqué hasta él y sacando una hoja de afeitar le dibuje una línea muy roja en el cuello, para que no gimoteara le tape la boca con la mano que tenía libre, sólo tuve que esperar un rato para que se volviera a dormir. Me limpié la sangre y cuando ya estaba por irme vi como se prendía la luz del corredor, supe que no tendría tiempo para avanzar y cerrar la puerta. Gire el durmiente cuerpo del muchacho hacia la pared y tuve que meterme bajo su cama. Vi como un hombre pasaba caminando y se alejaba hasta bajar las escaleras, salí de mi escondrijo y cuando estaba a punto de salir del cuarto mis ojos cayeron en algo que no podía ser otra cosa que la pura providencia dándome una señal… Ya lo dije, es muy curioso como la vida te escupe en la cara cuando intentas cambiar tu rumbo.
Era un portarretratos bastante simple, casi escondido detrás de una mochila llena de pintas, su marco era de simple madera, sin diseño ni adornos. Nada que me importara en otras circunstancias, salvo por la foto que albergaba. Un hombre sonriente junto a una mujer algo más joven que él, ambos abrazando a dos pequeños, un niño y una niña. Ahora sabía porque me había llamado la atención la primera vez que la vi en la oficina del viejo ese, algo familiar tenía el niño de la foto, yo ya lo había visto antes, aunque no como niño precisamente. Me quedé tan absorto pensando en la coincidencia, divagando en que hubiera pasado si me contrataban, habría tenido que encargarme del hijo de mi nuevo jefe, probablemente hasta de mi propio jefe si las cosas se complicaban, incluso de toda su familia si no había más remedio. Cuando sentí unos pasos acercarse reparé en donde me encontraba, pero quizá movido por la adrenalina, los nervios, los seis vasos de licor barato y el resentimiento contra ese viejo, todo eso sumado a esta revelación de mi destino, decidí esperar a esos pasos. Cada pisada que chocaba contra el suelo yo la sentía tratando de salir de mi pecho, estaba sudando, mis manos perdieron su firmeza, antes había tenido que lidiar con situaciones al margen, pero era la primera vez que lo hacía porque yo quería hacerlo… Siempre decía que no era personal, sólo gajes de mi oficio, siempre hay momentos para probar cosas nuevas.
Un paso más, y otro, y otro, de pronto lo vi, con un semblante más cansado que hace unas horas, pero indudablemente era él, salí desde la oscuridad del cuarto de su hijo y lo tomé por la espalda, le tapé la boca con mi mano izquierda y apoyé despacio la hoja de afeitar aun manchada con sangre contra su garganta. Pude sentir como se paralizaba de miedo, sus extremidades parecían acartonadas, el tipo no hizo el intento de gritar, ni siquiera de hablar. Lo llevé de vuelta al cuarto de su hijo y pude sentir como su corazón parecía al borde del colapso cuando lo vio durmiendo sobre un charco carmesí. Ahora si intentaba decir algo, pero el llanto que empezó a invadirlo y el evidente shock que tenía no se lo permitían, sentía caer sus lágrimas sobre mis dedos, pero eso hace mucho dejó de conmoverme. Lo llevé conmigo hasta la pared donde estaba el interruptor de la luz y lo encendí, ahora gimoteaba más que antes al ver claramente la bonita sonrisa que le había puesto a su hijo y los destellos de brillo que aparecían en el rojo que lo adornaba. Lo llevé frente al espejo que había en una cómoda del cuarto, y pude disfrutar de sus ojos abriéndose como farolas cuando vio mi rostro. Me acerqué a su oído y le susurré nunca voy a encontrar trabajo en esta ciudad, ¿no? Señor yo no necesito trabajo, éste es mi trabajo… La providencia lo puso ahí esa tarde para hacerme desistir de cambiar de vida, yo sólo tuve que seguir su consejo.
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