Que les aproveche.
Camisera Negra: Beto "Lobo" Malatesta.
Camiseta Blanca: César "Neo" Panta.
Video 1.
Video 2.
Quizá cuando las consonantes me sepan a vocales y las vocales me dejen de saber a nada, haya por fin entendido que se me agotaron las palabras en medio de la transición del segundo que paso y el segundo que no está por venir. Quisiera articular con la elocuencia que caracteriza a las piedras y al viento de la orilla, los adjetivos suficientes que le hicieran honor a tanto merito perdido. Por última vez aunque sea.
No encuentro a la inspiración vagabunda que salió a buscarse. Querer poder decir que el simple vidrio es tamiz de cristales, o la Alhambra los escombros de algo que mejor se olvida. Es tan complejo hallar la sencillez con la que otrora fluían de mis dedos las exclamaciones más afables.
La saliva seca en las comisuras de los cuadernos me recuerda su abandono, su precariedad, lo famélico de su esplendor. Hace tanto que es tanto ya, el día que escribía versos y rimas en servilletas de elegantes cafés, hace tanto que es tanto ya, cuando una palma abierta era el pergamino de mis emociones. Que será de la tinta al final de los lapiceros cuando una mano ya no los arrincona contra los renglones…
¿Qué será, dime tú, de todo aquello que no quiere callarse en el papel de mi garganta?
¿Qué será de todo aquello que ya no podré decir?
¿Qué será finalmente de mi cuando no tenga nada que escribir?
…Peor aún ¿Qué será de mi si ya no tengo nada que puedas leer?...
Un año más es 14 de febrero, fecha que esperan ansiosos los mozalbetes y aquellos que no lo son tanto, para poder engalanar sus oxidadas relaciones con la efervescencia de los festejos colectivos en nombre del amor.
Personalmente jamás he visto esta fecha como el epítome de la dulzura romántica universal. Es sólo un día más en el calendario, ubicado entre los festejos de Navidad y de fin de año, y la mojigata semana santa. Pareciera ser más una fecha impuesta por los astutos empresarios alimentadores del voraz consumismo inconsciente, para poder dar salida a los peluches y chucherías que se quedaron en los almacenes en la campaña navideña… Muy tierno todo.
Es que me parece sobredimensionado el aludir que este es ÉL día del amor y la amistad. Hoy aprovechan los amantes silenciosos para confesar su cegadora pasión, los rechazados reincidentes para arremeter una vez más contra la muralla del no, los caídos en falta para procurar la carnal reconciliación, etc., etc., etc. ¿Acaso no pueden hacerlo otro día? ¿Acaso el que sea justamente hoy les da una franca ventaja respecto de cualquier intento en otra fecha? Sinceramente no la tendrían, pero como todos parecen lobotomizados con este festejo sin fundamentos, pues los elásticos de la ropa interior parecen aflojarse con sólo percatarse que hoy es el regurgitante San Valentín.
No tengo nada contra los que se babean en las vísperas, desesperados por orquestar un día “perfecto” para su bien amado, pero como opción personal me abstengo de avalar con hechos esta práctica tan insulsa. Si ustedes la pasan bien pegados a alguien prodigándose amor, felicitaciones yo prefiero comprar una cerveza negra bien helada, y ponerme a ver alguna película de acción o histórica por el cable. Cada cual con sus preferencias.
En fin, sólo para armonizar con el populus… pasen un, cuando menos decente día del ¿amor? Y la amistad… si es que consiguen encontrar alguna de las dos cosas…
Como dice una canción que me gusta mucho (evidentemente de Enrique Bunbury) "la felicidad, me está enseñando que hoy no soy feliz"....
Es imposible extraviar el sentido y la interpretación de cada palabra articulada en una verdad que intentamos pasar por alto... Cada vez somos menos felices en este mundo. Esto se debe a mil razones, que finalmente a cada quien afectan de alguna manera, pero existe una que reside en los adustos campos de lo absurdo… Y es que hoy no somos felices, sencillamente porque le tenemos miedo a serlo...
Quizá sea porque si admitimos que estamos tocando la felicidad, que la estrujamos, que la hemos hecho nuestra...ya no nos quedara algo por lo que esperar la siguiente mañana... Es el dilema del abnegado cazador del último elefante blanco…si llega a atraparlo habrá perdido la presa que persiguió toda su vida y la emoción de la caza habrá terminado para siempre, dejándole sólo el recuerdos de sus tardes y una cabeza embalsamada coronando su salón. Pero si cada vez que lo tiene a tiro lo deja escapar, siempre podrá contar con que la mañana siguiente tendrá otro día para tentar su propia suerte, su habilidad y sus límites, intentando atrapar a su presa. Y es que si tenemos a la felicidad durmiendo con nosotros existe la posibilidad de acostumbrarnos a ella, de que deje de ser especial, entonces si esto le pasa a nuestra felicidad, pasará a ser algo más de todo lo común que nos rodea...ya no nos representara nada de lo mágico que se supone debería ser.
De igual manera, si la felicidad está sentada en nuestras piernas cada tarde, terminaremos estancados, atrapados en ese mundillo que se nos hace perfecto, ya no necesitaremos ir más allá, no necesitaremos buscar el prado más verde del otro lado, y acabaremos preguntándonos ¿Para qué, si aquí tengo lo que necesito? Pero es más que seguro, que nos quedara la duda muy en el fondo, de pensar ¿Realmente tengo todo lo que necesito? Y poco a poco comenzaremos a ver distinta a nuestra felicidad, hasta terminar viéndola como el lastre que nos ató a una vida conformista. Si tenemos la felicidad en el bolsillo, en el puño cerrado, en el desván, ¿Qué buscaremos entonces?...
Bueno, unos dirán, pues buscaremos conservarla... Eso es justamente algo que también nos paralizará de puro temor... ¿Cómo conservar la felicidad? ¿Qué hacer para que no se aleje y nos deje la angustia paranoide de saberla perdida? ¿Cuál es la fórmula exacta para que la felicidad no se evapore entre la impotencia de nuestras manos? Es quizá esto lo que más asusta de la felicidad...su fragilidad...y nuestra torpeza para lidiar con ella…
Es que lograr ser feliz es difícil, cierto. Pero mucho más difícil es mantener la felicidad una vez que se la captura, porque esta tiende a durar tanto como un estornudo. Es un destello, un estallido, un flash, un instante, un segundo (allá nosotros que la eternizamos en nuestra percepción parcializada y altamente Hollywoodense). Ello conlleva ineludiblemente a pensar que es más que probable que la felicidad se aleje de nosotros con tanta parsimonia, que sufriremos cada paso que da en sentido contrario al nuestro. Nadie quiere pasar por ese dolor, entonces la forma más práctica de evitar esta mortuoria experiencia, es precisamente eludir a la misma felicidad desde que la vemos, o siquiera sentimos aproximarse. Y es como suelen decir los mayores…muerto el perro, muerta la rabia… ¿Qué mejor forma de evitar el sufrimiento de perder algo que amamos (porque generalmente son las cosas que amamos a las que les irrogamos la cualidad de producir nuestra felicidad) que sorteando precisamente un acercamiento temerario con aquello? Es por decir, si mi felicidad se la adjudico a una persona, pero sé que es muy posible que la misma se aleje y me haga daño con esto, mejor me alejo antes de esta persona. Así evito que mis sentimientos se expandan sobredimensionados en su dirección, y me mantengo a salvo de cualquier magulladura emocional… Quizá suena absurdo, pues implica que pensar así nos mantendrá alejados de todo aquello que podría llenar los espacios vacios de nuestras almas tullidas…pero es el modus vivendi de muchos congéneres humanos…
Además, la felicidad se ve mejor desde fuera, desde la mirada del espectador, desde los ojos del que suelta con modesta envidia un "ya me tocará, ya me tocará"... Porque cuando nos toca nos sabemos ante una serie de cavilaciones que representan la toma de severas decisiones, que muy posiblemente no seamos capaces de elegir con adecuada certeza... Así, por ejemplo, si ansiamos, soñamos, rogamos por alguna vez obtener un jugoso premio de la lotería, al ver cada semana como algún fulano se enriquece invirtiendo medio dólar en un boleto, el día que la suerte se nos ofrezca en bandeja, y seamos los ganadores, es obvio que nos inundará tremenda emoción, algarabía, “felicidad” si quieren llamarla así… Pero pasado ese estallido de euforia, viene el decidir qué hacer…el momento de pagar los impuestos, de comenzar con los gastos exorbitantes, de empezar a actuar como un hombre de sociedad, de lidiar con los buitres que saltarán alrededor buscando hacerse con algo de lo nuestro, de dudar de la sinceridad y honestidad de todas las amistades que tenemos “demasiado” cerca, de preocuparse por cómo mantener el dinero y así seguir con este nuevo estilo de vida tan costoso, de batallar constantemente con las disputas familiares por cual o tal parte de la fortuna que les toca, de vivir a salto de mata por temor a los ladrones, asesinos y secuestradores… todo ello a cambio de unos cuantos ceros extra en la cuenta de banco… No es de extrañar que los millonarios vivan tanto exceso, pues saben que vivirán poco y deben aprovechar su tiempo al máximo…¿No?
No se...personalmente pienso (y creo haberlo comentado con soltura, con todo aquel que me lo pregunte) que la felicidad no es más que la conjunción de momentos alegres en un corto periodo de tiempo, que nos llevará a sentir una aparente calma, tranquilidad en algún sentido y nos infundirá una visión optimista; estado que dura apenas un momento. Pero felicidad, tal como la pintan generalmente (duradera, imperecedera ante los avatares del mundo) sinceramente no creo que exista.
Y así exista o no, es la idea de ser felices lo que nos atemoriza, y al final nos quedamos sentados, con los brazos cruzados viendo como pasa delante nuestro, y en el mejor de los casos nos limitamos a hacer el amago de saludarla con la mano, un saludo que en realidad intrica un silencioso pero obvio, adiós. Somos humanos al fin de cuentas y el temor es parte de nuestras reacciones más primitivas, y antes de arriesgarnos a algo incierto (porque la felicidad implica el tomar riesgos a cada instante) optamos por la estabilidad apacible de lo seguro. Elegimos no lo que deseamos con pasión, porque sabemos que nos completará, sino aquello que tenemos más a la mano y que después de todo nos viene bien para engañarnos a nosotros mismos y pensar que era lo mejor, sólo porque no había riesgo alguno…
De momento, yo no pretendo a la felicidad (alegría, realmente) pero sé que quizá si la tuviera en frente desviaría un momento la mirada, y fingiría que no la vi venir, pero eso es algo que estoy acostumbrado a hacer. Total…la felicidad me está enseñando que ahora no soy feliz… ¿Cierto?
Este post fue motivado por la genial reflexión de mi estimadísima Melissa Ramírez Arévalo, titulada “Muy corto todo, para no querer intentarlo”; texto que podrán encontrar en su blog “Entre Calles y Borrones”. Altamente recomendado.