sábado, 11 de septiembre de 2010

Paranoia Zombie


Hace ya algún tiempo confesé abiertamente que más allá de la rudeza que exudo a cada paso y de esa fortaleza temeraria que me caracteriza ante el peligro… pues me vuelvo una gelatina a medio cuajar cuando me veo frente a un abejorro o cuando siento que en el lugar en donde estoy no hay forma alguna de escapar en caso de un holocausto zombie…

Y es que es verdad… y humillante también… pero es de machos, viriles de pelo enrulado en pecho el reconocerlo…

Sobre lo primero no hay mucho problema, pues basta con cerrar bien las ventanas del lugar en que me encuentro, o en caso de estar al aire libre me basta con correr en dirección contraria a la posición del abejorro asesino. Pero en el caso de los zombies es diferente, muy diferente… porque si no eres precavido en cuanto a tu escape, podrías terminar acorralado en un callejón sin salida, servido en bandeja de plata a esa comparsa antropófaga y terrorífica…

Es por esa razón que hace ya mucho pero que mucho tiempo adquirí la costumbre casi paranoica de analizar cada lugar en el que me encuentro, intentando trazar mentalmente una ruta de evacuación inmediata en caso de que entrara por la puerta un fulano en avanzado estado de descomposición rogando entre guturales quejidos el alimentarse con mi masa encefálica…
Todo comenzó con mi casa… una mañana me levanté bien asustado porque tuve un sueño bien desagradable en el cual, a la usanza de los héroes hollywoodenses, me encontraba atrapado en una ciudad abandonada y destruida, armado con un ladrillo amarrado a un ovillo de lana de alpaca, y vestido con unos shorts playeros, una camisa manga larga a cuadros y unas sandalias de jebe… Lo sé… esto último a mi también fue lo que me asustó más… El punto es que entre los vagos recuerdos oníricos que tenía al poco de haber despertado, estaba la secuencia de la persecución multitudinaria que padecí mientras trataba infructuosamente de escapar de una heladería a la que entré con la intención de abastecerme de chispas de chocolate para mitigar el hambre…

Como aún no entraba plenamente en razón de que todo había sido un mal sueño, me asomé a la ventana para ver si esos engendros seguían ahí afuera… Ya pasados unos minutos de mi sobresaltado despertar, caí en la cuenta de que no tenía razón para preocuparme… pero no pude sacarme de la cabeza durante todo ese día la idea de mirar dos veces antes de entrar o salir de cualquier lugar… Y así fue como empezó mi odisea diaria, pues al volver a mi casa por la noche tracé un diagrama de evacuación en caso de invasión zombie que incluía un paso por la cocina para tomar una botella con agua, dos latas de atún y un cuchillo de cocina Ginsu 2000.
Desde aquél lejano día de invierno no he podido evitar el ingresar a cualquier recinto y evaluar salidas de emergencia, ventanas, ductos de ventilación, cerraduras, instrumentos de comunicación, acceso a zonas altas, resistencia de la estructura, calidad del mobiliario, existencia de utensilios para defensa y una larga lista de etcéteras… Y ay de aquél local que tenga la traza arquitectónica de una caja de fósforos sin chances de escape… no paso ahí más de 15 minutos y me invento algún pretexto para salir, y si por causas de fuerza mayor no puedo abandonar dichas instalaciones, pues aguzo el oído cual lince con esquizofrenia para captar el más mínimo quejido lastimero que pueda sonar en la calle…

Les cuento que una vez asistí a un velorio –situación que me pone tenso sobremanera por obvias razones- y ni bien entré al salón velatorio todos los vellos que recubren mi blanca dermis se escarapelaron ipso facto… era un cuarto chiquito, cubierto de mayólicas blancas tipo baño, con un único florescente medio quemado dizque alumbrando desde el centro de la habitación, sin ventanas –al menos no al alcance, sólo un pequeño ventanal del tamaño justo para que entre un gato en lo alto del techo-, sin salidas alternas más allá de la propia puerta de ingreso… para completar esa claustrofóbica imagen estaba el ataúd en medio del salón, con la tapa abierta para rendirle los respetos al difunto, rodeado de flores y esas lámparas huachafonas adornadas con angelitos rezadores que pretenden poner en lugar de cirios reales…

Les juro que no habían pasado más de 10 minutos y yo estaba sudando frío, pensaba en lo catastrófico que sería si el cadáver tieso y enformolado –si no se dice así, me da igual uds. entienden- se levantara reclamando una retribución carnosa de sus deudos… o peor… que de la calle entrara una horda de muertos vivientes y me agarraban sin chances de defenderme… Ni huevón me quedaba ahí… me despedí respetuosamente de los dolientes que me miraban partir raudo, nervioso y hasta agitado… si no fuera porque no conocía de nada al finadito estoy seguro que alguien habría pensado que por mi actitud yo tenía algo que ver con su pronta partida al otro patio…

Pero bueno… el punto es ese… hoy estaba en una conferencia sobre Bonos de carbono y mientras oía la ponencia y analizaba cada rincón buscando las formas de llegar al techo y las salidas alternativas, se me cruzó por la cabeza el postear esta breve confesión… por si acaso algún día me encuentro con alguno de ustedes en algún lugar, y me ven mirando ansiosamente las puertas, las ventanas y el techo… pues no crean que voy a poner una bomba o que estoy distraído… sólo estoy siendo precavido…

Y mientras posteo esto… miro y re miro la ventana por sobre mi hombro… no vaya a ser que me encuentren los zombies en calzoncillos frente a la computadora, posteando en el blog y viendo las actualizaciones de Orgasmatrix… ejemmm… ejemmm….

Maldita paranoia…

1 comentario:

Jonathan dijo...

No esta de mas prepararnos para un muy posible holocausto zombie. Luego te paso el libro de "Zombi, guía de supervivencia" una protecciòn completa contra los muertos vivientes.

Enserio, nunca esta de mas leerla. haha zombies viendote en calzoncillos.