domingo, 4 de julio de 2010

Sonríe... sin frenos...




El 29 de diciembre de un ya lejano 2008, en plenas vísperas a mi primer viaje playero para recibir el año nuevo en las ricas y siempre soleadas costas del norte peruano, me colocaron en los molares las bandas metálicas que eran el preludio de una tortura bucal pronosticada para alrededor de un año. Huelga decir que el viaje que yo esperaba ansiosamente como una bacanal de juerga, playa, surf, ceviche, baile, alcohol y extranjeras risueñas y curvilíneas, se vio matizado por un par de laceraciones en mi pobrecita lengua, fruto de esas malignas bandas metálicas… No podía hablar bien, incluso decían que me apareció un curioso acento caribeño, tenía miedo de liarme con alguna muchacha pues no sabía si de surgir un beso apasionado mi lengua podría responder a los agotamientos de tanta frotación oral, pero no era eso lo peor… lo peor es que era tal la magnitud de mis heridas que NO PODÍA DISFRUTAR DE LA COMIDA!!! Ir a las playas del norte, cuna de ceviches y cevicheros, y no podía comer nada porque el simple acto de masticar era una tortura china del medioevo –léase sin contexto histórico, sólo como uso retórico-.

El punto es que al regresar a Chiclayo, cuatro días después, pude vaticinar que el resto del año no podría ser menos complicado que lo que fue mi año nuevo… ¿Saben qué? Tenía razón…

Mi cumpleaños me pilló con la boca enfundada en metal, y aunque lo pase muy bien gracias a mis amigos y unas cervezas, los días subsiguientes fueron incomodísimos… tenía los dientes apretados, la mandíbula sensible, las encías inflamadas, heridas apareciendo en mis carrillos y para completar el cuadro una jaqueca continua fruto de la presión dental. Tampoco debo exagerar y espantar a quienes en un futuro tendrán que sufrir con los llevar brackets para solucionar los problemas estéticos, pues todo ese malestar va menguando con el paso del tiempo, pues terminas acostumbrándote a ellos… obviamente cada mes te renuevan el dolor y la desesperación durante esas sesiones de martirio odontológico llamadas “ajuste de frenos”… Miedo… yiuuuuug….

En mi mente me alentaba la idea de que sólo tendría que soportar un año con esos metales haciendo corto circuito en mi vida cotidiana… un año miserable… 12 meses de nada… 365 días que pasarían volando… Viví engañado… cuando estaba cerca de mi decimosegundo control mis expectativas estaban altísimas, inclusive cometí la torpeza de ir por ahí comentado que ya me sacaban los “fierros del hocico”… pero igual de grande fue mi decepción cuando oí las palabras de mi dentista, tan punzantes como el chirrido del taladrito ese que usan, informarme que aun debería usar los frenos por 6 M-E-S-E-S M-Á-S… Eso era otro medio año… unos 180 días extra portando el estigma ferroso de tener una dentadura desordenada…

Finalmente llego el último mes en el que tendría que usar los frenos, y justo coincidía con un evento estudiantil, el MOEA 2010, en el que esperaba estrenar mi sonrisa reparada, pero lamentablemente volví a ser embaucado por mis galenos dentales, y tuve que asistir a tamaño evento con mi sonrisa cromada… T_T

Pero como dijo Héctor Lavoe, todo tiene su final, nada dura para siempre… y exactamente hace tres días, cuando la esperanza caía en el ocaso de la resignación… salí de la consulta dental con una sonrisa flamante, blanca cual nácar perlado, y por fin… libre de cualquier rezago metálico…

En esta breve reseña he omitido muchos episodios, molestias y problemas de tener que usar brackets, pero quería aprovechar la oportunidad para decirle al mundo…

YA NO TENGO BRACKETS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! HELL YEAAAAAAAAAAAAAAAH!!!

Bueno, sólo eso…


Gracias.



1 comentario:

Mel dijo...

jajaa!! pero pont una fotito donde salgas luciendo tus dientes al natural ja!