lunes, 1 de diciembre de 2008

"Vόστος," (De Nostalgia)

Este será un plagio a mi mismo, rescatado de otro desafortunado y anónimo intento de hacer algo que cuando menos en apariencia sea visto como "bueno". Lo elegí porque fue el único que tuvo comentarios en el desafortunado y anónimo blog. Quizá rompa con la temática de este lugar, pero ¿Qué más da? prerrogativas de la libertad del escritor.


Esta noche quiero conversar con mi nostalgia,

quiero abrazarme a mi tristeza,

quiero besarle las mejillas a mi soledad,

y dejar que me consuele el dolor de su partida.

Pasando ante la indiferencia, ante mi dolor,

se que no puede ver en mi mirada cuando lastima,

no siente en mi aliento el sabor amargo de verla perdida,

no percibe mi alma quebrándose en su huída.

Quiero que me abrace su adiós eterno,

quiero perderme en su despedida,

quisiera irme al menos en sus recuerdos,

quisiera que se quedara en mi corazón dormida.

Hoy no enjugo mis ojos con un pañuelo ni tela alguna,

quiero enjugar mi alma con un papel y mucha tinta,

quiero que mis palabras rompan silencios aunque incomoden,

quisiera ser con ella eclipse, juntarnos sol y luna.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Caminata astral.




Música recomendada para acompañar la lectura de este post.

Tengo mucho sueño. Son casi las tres de la madrugada, y no entiendo por qué lucho contra mi natural deseo de dormir. No tengo tareas pendientes, no tengo que leer nada, no estoy hablando con nadie importante, no estoy componiendo, sólo estoy frente al ordenador, pero sin estarlo demasiado. Me siento como si fuera otro caso clasificado de desdoblamiento astral, abandonando el peso de mi cuerpo inerte de mortalidad, recostado contra la pared y con las manos sujetas con fuerza del computador. Siento que mi mente se ha liberado de la cuadriculada miopía mundana y se siente dichosa de vagabundear, nictálope como es ella, entre farolas encendidas y ventanas cerradas. Se deja guiar por el viento bullicioso de esta noche, libre, libre como dije antes, pero con un camino inconsciente que no está segura de seguir. Me percibo extraviado por mí mismo, atolondrado por no tenerme en cuerpo presente, pero libre, dichosamente libre de ir a donde mis pasos me tienen prohibido acercarme. Libre para tocar los cristales opacos del ventanal de tu habitación, y asomarme a verte dormir, si es que la coincidencia confabula a mi favor, y no te has fugado de ti misma, como estoy haciendo yo ahora mismo.
Me permite la fantasiosa situación el elevarme sobre el conglomerado de puntos luminosos color naranja, para deleitar mi sueño con un paisaje proscrito para los peatones, pero hoy mi mente es libre, dichosamente libre y altiva, hoy no caminará, no se arrastrará como ha venido haciendo, hoy dejará estelas azules en un fondo negro, para que sepan que por ahí ha pasado. Dibujo siluetas informes en la bóveda celeste sólo de alias, pretendiendo que se vea una rosa, un eclipse, y con suerte algún signo, entre nos, distintivo que se anime a pronunciar bajito tu nombre. Me elevo aun más para poder decorar mi cuadro abstracto, como el niño que a fuerza intenta embellecer sus garabatos, y lograr así, quizá, que te robe a fuerza una sonrisa. Tomo los anillos de Saturno para colocarle una diadema a ese signo que pronuncia bajito tu nombre, me adueño de treinta lunas de Júpiter para vestir la rosa de gotas que emulen al rocío, y a expensas de quemarme en carne viva las manos, arrastro al mismo sol para tu eclipse. Dejo los garabatos boreales detrás, vigilados por la posibilidad, y me doy a la fuga por los matorrales nebulares que se extienden por debajo de la oscuridad pre matinal.
Mientras prosigo con la danza desvelada que ejecuto al unísono de los latidos asincopados de allá abajo, mi mirada hasta ahora difusa y cristalina se detiene en un punto de la espesura etérea. Divisa una silueta dando tumbos sin compás, sin métrica orientadora y sin que le importe aquello; dándole más gracia que una luna blanca a una marcha a paso lento por la playa. Me acerco sin que me interese el no hacerme notar por esa grácil figura, imitando sus revoluciones, intentando seguir sus espasmódicas aceleraciones y procurando no innovar más movimientos a su coreográfica exhibición. No la percibo incómoda, no le siento disconforme ni intimidada, al contrario hay algo en ella que es familiar, quizá sea que esta noche también ella es libre, dichosamente libre para ser lo que sea sin que le pese no serlo. Aunque aparentemente no nos conocemos de nada, este es nuestro plano ahora, y aquí somos conocidos eternos, ancestros de Adán y Eva, abuelos del mismo Dios, predecesores del tiempo, somos dos que siempre han sido desde que las cosas comenzaron a ser. La coreografía de imitación cede el paso a un verdadero baile, donde se conjugan nuestras estelas azules en cada nuevo paso que fabricamos sobre la marcha. Disfruto de ser libre esta noche, y sé que ella también lo disfruta, ascendiendo hasta los propios límites del universo que somos los dos, sólo para dejarnos caer en picada sobre el mar, sin decir más que aquello que nos interprete el viento, somos libres, dichosamente libres.
La noche que apenas tarde horas en desvanecerse, permanece como contratada o convencida de favor, extendida sobre el umbral del alba. Me siento feliz, pero estoy triste. He disfrutado del ballet celestial que me regaló aquella que danzaba sola sin compás ni métrica que la oriente, y lo disfruté, gocé conmovido de la profundidad del silencio quebrado sólo por lo haces de luz que viajan de la fuente a la opacidad, pero no te vi dormir. Hoy la coincidencia no confabuló a mi favor y los opacos cristales del ventanal de tu habitación se quedarán tal cual los cerraste. Hoy no pude acomodarme al lado de tu cuerpo para vigilar que tus ojos no se abrieran sino hasta el momento en que el sol se deslizara por tus piernas dándote los buenos días. Eso me entristece y le quita lucidez al tramo final de esta jornada ficta pero tangible. Y mientras me acerco por última vez en la noche al dominio de tus aposentos, aquella figura que danzaba sola en la total oscuridad salpicada de exiguos puntos de plata se atraviesa en mi camino con un gesto infantilmente travieso. La persigo hasta que me detengo por inercia al espectar una situación fuera del guión que suponía finito, pues aquella figura solitariamente refrescante se acerca a los cristales opacos del ventanal de tu alcoba, se escabulle despacito y se deja reposar sobre el tibio cuerpo inmóvil que tanto venero en el mundo real como en este. Antes de fundirse de pleno contigo, me obsequia un final guiño propio de los implicados, y hecho esto desaparece el halo azul que he seguido el último tramo de la madrugada, dejando tras de sí el halo dorado que despide tu esencia ahora completa.
Me alejo de la representación que acabo de presenciar rayando entre la confusión, el asombro y un cosquilleo en el pecho que identifico con la efímera pero atesorada felicidad. Es que aunque sepa que en el mundo de arena e hipocresías el andar es más pesado, las miradas más frías, la indiferencia repelente y las caretas la constante inalterable de la ecuación, siempre me quedará este plano perdido de toda lógica que lo rija. Siempre encontraré la salida en aquel cielo oscuro como es el infinito, salpicado de puntos plateados, donde sé que podré contar con que aunque tu mano envuelta de tibia piel ya no tiente el toparse con la propia, tu espíritu astral, ese que no puede ocultar nada por lo transparente de su halo azul, siempre estará ahí, esperando a que lo encuentre bailando en soledad, sin compás ni métrica que lo guie. Siempre esperándome en el mismo lugar, a donde yo, luego de revisar los opacos cristales de tu ventanal para asegurarme que afortunadamente la coincidencia no ha confabulado en mi favor y no te encuentras ahí, iré a buscarte. Así, al fin recorrer de extremo a extremo el páramo imaginario que se irá gestando al tiempo que avanzamos, hasta llegar a las constelaciones más lejanas y desconocidas, para sentarnos en la órbita de algún mundo ignoto a mirar este que habremos dejado atrás, con todo su andar, sus miradas, su indiferencia y sus caretas.
De repente me despierto, son casi las 4 de la madrugada, ahora entiendo que no puedo luchar contra mi natural deseo de dormir. Logro abrir al completo mis ojos, debo restregar mis manos contra ellos para disipar el sopor que aun consiento sobre mi cabeza. Me estiro un momento, hago tronar las articulaciones de mi cuello y me recuesto clavando la mirada en la imagen de un castillo blanco y plagado de altísimas torres, que adorna mi techo. Me giro y veo la computadora encendida, los programas que estaban abiertos siguen como los deje, las conversaciones han cesado por la ausencia de mis contrapartes. Empiezo a escribir estas líneas, y reparo en que debí comenzar diciendo que los vuelos astrales no son reales. Lo sabré yo.

viernes, 21 de noviembre de 2008

"Carina"

Les presento otra composición lírico-melódica de la banda de rock nacional "Láudano" (fundada por Giancarlo "Lestat" y Beto "Lobo" Malatesta). Espero que les agrade.


Me enamoré de una muchacha fina y recatada

De esas que salen en las revistas para caballeros

Es una dama, la perfecta compañía

Para irse a dormir sin tentar el sueño.


Pasea por las calles, vestida de cuerpo entero

Con una tela tan oscura como la copa en la que bebe,

Se pinta lo necesario, para que se distingan sus labios

Y nunca usa un escote que le descubra menos de la mitad.


Me enamoré de una muchacha, elegante y distinguida

De esas que por propinas te arriendan sus secretos,

Es una santa incomprendida, especialista en pecados

Es una señorita chapada a la antigua y sin complejos


Se llamaba Carina, era su nombre de oficina

Platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creí nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. (coro 1)


(Guitarras)


Me enamoré de una muchacha, divertida e inteligente

Como pocas inocente, como todas pervertida

Oh, así es Carina… (estribillo)


Platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creía nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. (coro 1)


Aun sigo pensando en ella, aun sigo llamándola

Que la pulcritud impostada de las falsas vírgenes

Me repudia y extraño a mi santa, de los pecadores,

Oh, así es Carina… (estribillo 2)


Platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creí nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. (coro 1)


Me enamoré de una zorra y no me arrepiento de nada

Porque ha sido más mujer que otras que no fueron pagadas

Y hoy quiero volver a su abrazo infiel

Oh, así siempre será Carina


Porque es más mujer que todas las que desfilaron por mi cama

Y que más me da, que haya sido infiel

Pequeña zorra desgraciada,

Y que más me da, que haya sido infiel

Así yo la amaba


Y platicábamos del mundo, viéndolo desde arriba

Desde muy arriba.

Confiaba en ella, pero jamás le creí nada

Confiaba entre sus piernas, pero jamás le creí a su mirada. Confiaba entre esas piernas, pero jamás creí en esa mirada

Confiaba entre sus piernas, pero nunca creí en su mirada.

Oh, siempre serás Carina.

16.5° en la escala de Falopio

A continuación les presento una de las estructuras lirico-melódicas que está gestando la banda de rock nacional "Láudano" (fundada por Giancarlo "Lestat" y Beto "Lobo" Malatesta) . Espero que puedan opinar al respecto de ella.



He oído en las noticias, de la tarde

Que el planeta se está remeciendo,

Tiemblan las cordilleras desde abajo

En los llanos se abre la tierra.

Los rascacielos se están hundiendo (verso 1)


He escuchado a mis colegas, en la calle

Decir que el suelo se está partiendo,

Que se les caen los cristales de la plaza

Como si fueran retazos del cielo,

Y pese al movimiento me quedo quieto. (VERSO 2)


Quién diría que el temblor llegó a tu cuerpo

Quien podría adivinar que lo llevas dentro. (estribillo)


Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Las lecturas me dicen que avanza por tu ombligo

Jamás mi mano en tu cintura había tenido tal efecto

Hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro. (coro)

Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Sólo quedó un sobreviviente de nuestro cataclismo

El desastre natural deja vibrando mis sentidos

Lo continuamos y el sismógrafo te da lo mismo. (coro)


Guitarra-


Leí en los titulares a página entera

Que del arrepentimiento perdón andan pidiendo

Que la conmoción tiene a todos aterrados

Encerrados en el sótano de las Iglesias

Creo ser el único que pide que siga el movimiento. (verso 3)


Quién diría que el temblor llegó a tu cuerpo

Quien podría adivinar que lo llevas dentro. (estribillo)


Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Las lecturas me dicen que avanza por tu ombligo

Jamás mi mano en tu cintura había tenido tal efecto

Hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro. (coro)

Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Sólo quedó un sobreviviente de nuestro cataclismo

El desastre natural deja vibrando mis sentidos

Lo continuamos y el sismógrafo te da lo mismo. (coro)


El temblor lleno la alcoba con gritos y gemidos

Y destrozo la cama dejando nuestros cuerpos esparcidos, por ahí

Benditas las fisuras de tu superficie

Para estrellarme con tu placa tectónica

Sagrado movimiento nunca sabré qué diablos hice

Para hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro.


GUITARRA.


Dieciséis grados y medio en la escala de Falopio

Benditas las fisuras de tu superficie

Para estrellarme con tu placa tectónica

Sagrado movimiento nunca sabré qué diablos hice

Para hacer de ti un terremoto y sentirme tu epicentro. (fin)

martes, 18 de noviembre de 2008

Amor, superengórdame


Comer es una necesidad humana ineludible. Somos presas (valga el término para mantener la ilación de las ideas) de nuestra apetencia voraz, de los requerimientos infames de nuestro sistema digestivo que no conoce hora ni lugar cuando el vacio que lo llena no le es suficiente. Tal puede llegar a ser el hambre, que cuando esta apremia poco importa qué te estés llevando a la boca con tal de saciarla. Puedes creerte el más fino y refinado sibarita graduado con honores gustativos del Le Cordon Bleu, comensal habitual de los restaurantes más exclusivos de la geografía mundial como el Aragawa de Tokyo, el Sketch de Londres, o el Arpège de París, suscriptor vitalicio de la revista virtual Entremeses o de Gastronova, coleccionista acérrimo de exóticas especias traídas desde Alappuzha, Hyderabad o Jaipur, cuyos nombres de seguro no serán menos complicados. Puedes pretender ser todo lo que quieras, pero cuando tengas hambre no serás más que un homínido sobredimensionado, desbordando saliva a la expectativa de algún cacahuate o una raíz napiforme que puedas triturar con tus molares. Dirás que sólo comes magret de pato o filloa rellena de marisco, pero cuando tu hambre pueda más (y siempre puede más) que tus posturas acalambradas de crítico culinario, terminarás comiendo una porción de salchipapas (para los que desconozcan este preparado pueden culturizarse aquí http://www.yanuq.com/buscador.asp?idreceta=1474 ) servida en un retazo de papel periódico, un riquísimo combo de pizza + gaseosa por S/.1.99 (o 64 centavos de dólar, toda una ganga!) y para rematar el festín un exquisito chancay con su emoliente para la digestión.
Alguna vez leí o escuche que el ser humano comía para vivir, y así podía vivir para comer. Es pues esa función vital primaria, que tenía per se la única ocupación de preservar el funcionamiento de la maquinaria corporal en un estado optimo (como el combustible al motor V8 gasolinero), la que con el descubrimiento de los sabores, la sazón, la combinación y los preparados meticulosamente calculados, ha evolucionado a ser más un deporte o un hábito, que aquello que fue en los albores de la fangosa aparición del ser humano. Hoy ya no comemos por necesidad, lo hacemos por costumbre, lo hacemos porque es un ritual social de confraternidad y un lubricante aun más efectivo que el alcohol al momento de entablar una “amena” plática con alguno de nuestros semejantes. Lo hacemos porque una mesa es el mejor lugar para concretar un negocio, para festejar un triunfo, para anunciar algo importante, para un reencuentro familiar, para departir con los amigos, para festejar un onomástico, para agradecer algún favor, para hacer los previos de alguna bacanal alcohólica, para propiciar los flirteos con algún/a desconocido/a, para aventurarse en la vida de pareja con una simple proposición, para dar por terminada una larga relación llena de insatisfacciones, para llorar una despedida, o sencillamente para matar las horas de la temprana noche junto a tu pareja.
Ahí quería llegar (¿largo el prefacio eh?, pero siempre necesario), ¿Por qué? Pues precisamente porque esta es la combinación más usual entre la comida y el amor. Más que las ficticia escena de la amorosa esposa cocinando para su trabajador marido, más que las tardes de cocina afrodisiaca en pareja, más que las sesiones amatorias que incluyen vegetales a emulo de sextoys, más que la amelcochada y siempre ambivalente “quiero comerte toditito/a”…No, no, no, la comida puede ligarse al amor, pero nunca lo estará tanto como en las cotidianas salidas a comer en pareja. Y es que estamos ante el ritual más común y reiterativo con el que podemos encontrarnos si decidimos analizar las actividades en común de una joven pareja de enamorados/novios/recién casados (se excluye a los matrimonios ya bien establecidos no porque coman en casa, sino porque verse todos los días es suficiente para ellos, como para pretender salir a la calle y seguirse viendo). Absolutamente nadie podría decir que cuando estuvo emparejado realizó una actividad con más repeticiones que el salir a comer con su alma gemela, por ende en el rutinómetro ocupa un indiscutible primer lugar. Es probable incluso que si comparas las veces que se han visitado mutuamente, las que han salido a bailar, al karaoke, a ver una obra de teatro, a ver una película (otro tema digno de ser narrado, pero ya será en otra ocasión), a hacer compras, a la playa o de viaje, TODAS JUNTAS, no sumarán ni la mitad de las veces que han salido a comer. Incluso, haciendo números mentales, puedes percatarte de que contando todas las salidas a algún expendio de comida con tu pareja, lo que gastaste serviría para mantener un país pequeño durante un mes, para pagar los intereses la deuda externa, o para subvencionar la alimentación de todas las tribus dispersas en el África central. Ni que decir de las cantidades ingentes de comida que implica esta historia, si lo juntaras todo, los cuartos llenos de oro y plata que lleno Atahualpa para pagar su traicionado rescate, lucirían como cajoncitos de alguna cómoda, si podría decirse que te has comido en un lapso muy corto de tiempo más del 40% de la comida que estadísticamente habrías consumido en toda tu vida.
Me surge la duda ¿Es acaso que el estar enamorado nos aumenta el apetito desmesuradamente? ¿Podría ser que sentimos más hambre por todas esas mariposas que tenemos en el estómago revoloteando sin detenerse? Digo yo, si una sola tenia (el bicho ese que parasitariamente se come todo lo que resbala por nuestro tracto digestivo superior, siendo el mejor método para adelgazar hasta ahora conocido) en nuestro estómago puede hacernos sentir una apetencia constante, pues con más razón una tropa de lepidópteros que no tiene a mano flor alguna, tendrá que recurrir a prácticas omnívoras para satisfacerse (nótese que el mismo reino animal si no tienes que comer te comes hasta las piedras, nadie está hoy como para sobrevivir con exquisiteces). ¿Será quizá que el amor nos desgasta tanto que comemos más para reponer las fuerzas que nos quita? ¿O acaso la ansiedad que nos instaura este estado emotivo nos vuelve glotones compulsivos? La verdad yo creo que no tengo idea, o por lo menos no una explicación física a esa necesidad obsesiva por comer en tan grandes proporciones sin siquiera tener hambre, porque ese es el plus del asunto…comemos como heliogábalos, como sajinos salvajes, como elefantes con gigantismo, pero sin siquiera tener hambre!!!
Es, como diría Ángel Martín, acojonante! Diariamente nos cebamos con hamburguesas, con pollo y papas fritas de una Franquicia extranjera, con el peruanísimo pollo a la brasa, con helados aunque sea invierno, con postres variados, con comida oriental, con empanadas argentinas, con pizza, con pastas y carnes a la parrilla, con chocolates y muchas otras golosinas, con chicharrones acompañados de su respectiva porción de yuquitas, sanguchitos con variopintos rellenos y en general con cuanto producto alimenticio se encuentre en la carta de los restaurantes. Y obvio, todo ello digerido con gaseosas, jugos, agua, café, té, leche, y si la noche era “especial” una copa de vino (barato y de cajita, o del bueno, ese de botella limpia, todo depende también del bolsillo) y si no alcanzó, cuando menos un vaso de cervecita. De sólo revisar la lista genérica de todo lo que podemos comer uno se siente lleno ipso facto (me gusta decir eso), siente el vientre inflándose, y repara en lo ajustado que empieza a encontrar sus jeans. Ahora trasladen la idea al plano efectivo real, donde la comilona no es sólo visual o figurada, sino que te has mangado todo eso pa’ adentro. No me puedo imaginar cómo terminará el índice de grasa corporal de un cuerpo expuesto a tanto desajuste alimenticio, cuán obstruidas saldrán sus arterias por el colesterol ingerido y sobre todo, qué tan minimizado (extinto diría yo) acabará su presupuesto por el agobio de las cuentas. Y todo por puro gusto, así es, por puro gusto y antojo de tener que matizar una salida romántica con un plato de tallarín saltado y una porción de chaufa especial. Romantiquísimo, ni Tavo Adolfo Bécquer podría haber ideado un contexto más inspirador y propicio para el romance.
¿Por qué esa tendencia reiterativa de considerar que el salir a comer es la hipérbole del tiempo de calidad en pareja? No lo entiendo, ni siquiera hay fundamentos para ello. A ver, analicemos la situación un poco. En primer lugar está el factor “ya comí en casa”…o sea, sentido común…si uno ya realizó la ingesta de sus respectivos alimentos en su domicilio, preparados delante de ti, con pulcritud quirúrgica, con los mejores ingredientes, y encima gratis ¿Para qué voy a salir a la calle a comer de nuevo? No hay sentido, es irte a un lugar donde no tienes ni la más remota idea de cómo prepararán tu comida, qué tan limpia será su cocina, estarán usando insumos frescos o la lechuga de la ensalada no es que esté arrebozada, sino que está amarilla porque se pudrió en fiestas patrias, y para colmo estás pagando por eso, repito, no hay sentido.
En segundo lugar tenemos al factor “no tengo hambre, pero qué importa”, es decir que estás comiendo por pura y rica gula, estás pecando capitalmente y tu tan tranquilo, te metes la comida a la boca, la masticas, la deglutes y la digieres porque la tienes en frente y ya que te queda pues, si igualito vas a tener que pagarla. En lugar de darle la comida a un pobre huérfano tiritando de fría en la dura calle, prefieres que te pase por el indiferente gaznate y se vaya a quién sabe dónde, porque como tu cuerpo no la necesita la mayor parte se alojará finalmente en tu intestino grueso hasta que hagas la siguiente parada técnica. Y esto tiene más tela para cortar, pues no todo es culpa del comensal insensato que pide comida que no quiere, no, no, no, ahí hay una indiscutible influencia de la pareja. Sí señores, es la pareja quien de hecho tampoco tiene hambre, pero le sale de los mismísimos ovarios (diría de los cojones pero seamos sinceros, son ellas/ustedes las que proponen las visitas románticas a algún comedor y no aceptan un no por respuesta) que tienen que ir a comer y van a comer, y eso sí, pobre de ti si le dices que no tienes hambre, en lugar de comprender el normal funcionamiento de nuestro aparato digestivo, sonreír de forma dulce y decidir que entonces irán a caminar, a ver tiendas, a conversar en algún lugar tranquilo, te increpa tu falta de compromiso con la relación (¿?¿?¿?¿?) y te tilda de falócrata, de dictador impositivo que jamás accede a hacer algo por complacerla, a ella que nunca pide un cobrecito a cambio del amor que te da (claro que no pide un cobrecito, eso no le alcanzaría, te piden cobre, oro, plata, estaño, níquel, zinc, y si te saben acaudalado la tabla periódica entera incluidos los elementos del 106 al 118), por lo que no te queda de otra que acceder ante sus fortísimos argumentos. La cosa no queda ahí, pues no basta que la acompañes a comer, tú TIENES que comer, o sea no hay pretexto válido para ellas, para que te niegues a comer algo sustancioso y necesariamente servido en un plato, no vale que pidas un jugo, una gelatina, un postrecito, NO, tiene que ser algo como lo que ella pida o de mayor abundancia. No vale que digas que estás con una dieta estricta por indicación médica, no sirve que digas que te has vuelto vegetariano, no les importa que estés cuidándote de no engordar demasiado, caso curioso mi ex pareja decía que prefería verme gordo antes que atlético porque así tenía más que apapachar (sin comentarios). Si no haces caso a esta norma tácita, ella se enojará, agestará sus facciones y su comida transcurrirá en un silencio comparable al de un mausoleo subterráneo, esto en el mejor de los casos, porque cabe la posibilidad que la ofenda este hecho y se retire dejándote ahí con el camarero fungiendo de notario y certificando el fenecimiento de tu noche amorosa. Incontables veces me ha pasado que francamente no tengo ni un ápice de hambre, pero me he visto obligado a comer a bocanadas insípidas algún platillo sólo para evitar las represalias gestuales de mi pareja de aquél entonces. Conclusión, culpa compartida, ellas las instigadoras, nosotros los cenutrios calzonudos que no sabemos mantener un no.
En tercer lugar está el factor “ámame, mírame, mímame, pero no me toques”. Es lógico relacionar el romance con algún roce aventurado, una caricia enternecida, un abrazo cómplice, y hasta con un beso atemporal, pero todo ello se omite si están comiendo. Así, de plano. Y es que no es un ambiente contextual muy incitante para el amor, seamos sinceros, es un sitio donde entra y sale gente cada dos minutos, el camarero que asesina por propinas ronda las mesas como un tiburón a un cardumen de cojinovas (sin agraviar), a menos que sea Venecia o que haya habido un apagón (que recuerdos) el sitio estará iluminado como la cancha de un estadio, y por si no fuera poco si vas a comer a un sitio obviamente decente, el lugar estará a reventar de gente, ergo habrán adultos cenando, señoras chismeando, jóvenes berreando, niños insoportabilizando el ambiente, y la típica música de fondo que ni siquiera es un CD uniforme, sino que es una radio cualquiera donde te pueden poner el más feelin hitazo de Alejandro Sanz, y al segundo el perreo mas verraco de Alexis y Fido. No hay ambiente, que ahí nazca el romance es un milagro clínico, y de ahí a esperar que la situación permita algún acercamiento físico con tu pareja, pues ya te digo. Mejor espera que entre un grupo de porristas con minifaldas y en topless gritando tu nombre porque eres el ganador de un viaje con todo pagado a Ibiza para participar del Miss Best body (mejor cuerpo para los ajenos a la lengua de Bush) como jurado honorífico, eso será mucho más probable en comparación con la posibilidad de que tú y tu pareja encuentren ese romance que los haga ignorar su contexto (y el aliento a mayonesa) y se prodiguen amor sin miramientos.
El cuarto y último factor es “no se habla con la boca llena”. Este es el que más me llama la atención por una sencilla razón: si se supone que es una velada donde impera el romance, quiere decir que no sólo basta con su presencia, con un intercambio de embobadas miradas, velas, y una comida humeante, sino que debe haber conversación, diálogo, intercambio oral de mensajes estructurados que llevan una idea que se pretende transmitir al receptor. Pero si están comiendo ¿Cómo diablos van a hablar? ¿Se comunicarán por medio de señas? ¿O quizá optarán por escribirse notitas en las servilletas? Cosa que tampoco tiene mucho sentido porque si están comiendo tendrán las manos ocupadas sosteniendo los cubiertos. Claro que por aquí algún avispado lector pensará “duhh…si no van a estar comiendo todo el tiempo, comerán un momento y luego hablarán, baboso”; o también “se habla mientras se espera que traigan la comida, y mientras comen hablan poco porque en silencio pueden hablar sus corazones” (voy al baño, vomito, y regreso a contestarte); posiblemente hay quienes sostengan ”uno sale a comer con su pareja por disfrutar de la compañía de esta, para hablar sobran otros momentos” Cierto mi agudo lector (lectores, si juego a ser optimista), respuestas válidas y planteadas como para dejar mi perorata de lado, no obstante desmiéntanme si me equivoco, pero ¿Qué tiene de romántico sentarte frente a otra persona a verla comer, manteniendo una conversación con más pausas que un video mal cargado del Youtube, casi sin intercambiar palabras, y las pocas que intercambies o bien suenan a balbuceos de un cromañón, o te dejan ver el feliz destino que le espera al emparedado triple frio que acaba de ordenar? Si eso es romance hay que apurarnos para redefinir la poesía…qué es poesía me preguntas…(mastico) (mastico) (mastico)…josía…(mastico y paso)…poesía es ese pedazo de culantro que ha quedado atrapado entre tus incisivos, y que dejas ver mientras te ríes de la lechuga pegada a mis caninos… Regla de oro señores, con la boca llena no se habla, es mentira que vayas a comer con tu pareja y pretendas tener una tierna y fluida conversación. Se va a lo que se va y si no se va a eso, entonces sencillamente que no se vaya.
Con todo eso, las salidas a comer seguirán siendo el pan de cada día (nuevamente para mantener la ilación) de la vida en común de los jóvenes enamorados. Aunque no tengan sentido, aunque no sirvan más que para ganas kilos y perder pesos (o nuevos soles, o euros, o dólares o…), aunque no sean lo que pretenden que creamos que son, las visitas diarias a los restaurantes continuarán sirviendo como campo de prueba a la tolerancia mutua de la pareja, y es que el día que se sienten a la mesa multipropósito, y no puedan soportar ni un segundo la presencia y modales gastronómicos de su amado/a, cuando no tengan ni una palabra (por más balbuceada o exhibicionista de la comida, que sea) para ablandarle la digestión, cuando la idea de salir a comer juntos ya ni siquiera se les cruce por la cabeza, y les aterre la posibilidad de que puedan ser vistos departiendo juntos, lamentablemente significará que todo terminó, que no hay salvación ni vuelta atrás…significará que están casados.