Música recomendada para acompañar la lectura de este post.
Tengo mucho sueño. Son casi las tres de la madrugada, y no entiendo por qué lucho contra mi natural deseo de dormir. No tengo tareas pendientes, no tengo que leer nada, no estoy hablando con nadie importante, no estoy componiendo, sólo estoy frente al ordenador, pero sin estarlo demasiado. Me siento como si fuera otro caso clasificado de desdoblamiento astral, abandonando el peso de mi cuerpo inerte de mortalidad, recostado contra la pared y con las manos sujetas con fuerza del computador. Siento que mi mente se ha liberado de la cuadriculada miopía mundana y se siente dichosa de vagabundear, nictálope como es ella, entre farolas encendidas y ventanas cerradas. Se deja guiar por el viento bullicioso de esta noche, libre, libre como dije antes, pero con un camino inconsciente que no está segura de seguir. Me percibo extraviado por mí mismo, atolondrado por no tenerme en cuerpo presente, pero libre, dichosamente libre de ir a donde mis pasos me tienen prohibido acercarme. Libre para tocar los cristales opacos del ventanal de tu habitación, y asomarme a verte dormir, si es que la coincidencia confabula a mi favor, y no te has fugado de ti misma, como estoy haciendo yo ahora mismo.
Me permite la fantasiosa situación el elevarme sobre el conglomerado de puntos luminosos color naranja, para deleitar mi sueño con un paisaje proscrito para los peatones, pero hoy mi mente es libre, dichosamente libre y altiva, hoy no caminará, no se arrastrará como ha venido haciendo, hoy dejará estelas azules en un fondo negro, para que sepan que por ahí ha pasado. Dibujo siluetas informes en la bóveda celeste sólo de alias, pretendiendo que se vea una rosa, un eclipse, y con suerte algún signo, entre nos, distintivo que se anime a pronunciar bajito tu nombre. Me elevo aun más para poder decorar mi cuadro abstracto, como el niño que a fuerza intenta embellecer sus garabatos, y lograr así, quizá, que te robe a fuerza una sonrisa. Tomo los anillos de Saturno para colocarle una diadema a ese signo que pronuncia bajito tu nombre, me adueño de treinta lunas de Júpiter para vestir la rosa de gotas que emulen al rocío, y a expensas de quemarme en carne viva las manos, arrastro al mismo sol para tu eclipse. Dejo los garabatos boreales detrás, vigilados por la posibilidad, y me doy a la fuga por los matorrales nebulares que se extienden por debajo de la oscuridad pre matinal.
Mientras prosigo con la danza desvelada que ejecuto al unísono de los latidos asincopados de allá abajo, mi mirada hasta ahora difusa y cristalina se detiene en un punto de la espesura etérea. Divisa una silueta dando tumbos sin compás, sin métrica orientadora y sin que le importe aquello; dándole más gracia que una luna blanca a una marcha a paso lento por la playa. Me acerco sin que me interese el no hacerme notar por esa grácil figura, imitando sus revoluciones, intentando seguir sus espasmódicas aceleraciones y procurando no innovar más movimientos a su coreográfica exhibición. No la percibo incómoda, no le siento disconforme ni intimidada, al contrario hay algo en ella que es familiar, quizá sea que esta noche también ella es libre, dichosamente libre para ser lo que sea sin que le pese no serlo. Aunque aparentemente no nos conocemos de nada, este es nuestro plano ahora, y aquí somos conocidos eternos, ancestros de Adán y Eva, abuelos del mismo Dios, predecesores del tiempo, somos dos que siempre han sido desde que las cosas comenzaron a ser. La coreografía de imitación cede el paso a un verdadero baile, donde se conjugan nuestras estelas azules en cada nuevo paso que fabricamos sobre la marcha. Disfruto de ser libre esta noche, y sé que ella también lo disfruta, ascendiendo hasta los propios límites del universo que somos los dos, sólo para dejarnos caer en picada sobre el mar, sin decir más que aquello que nos interprete el viento, somos libres, dichosamente libres.
La noche que apenas tarde horas en desvanecerse, permanece como contratada o convencida de favor, extendida sobre el umbral del alba. Me siento feliz, pero estoy triste. He disfrutado del ballet celestial que me regaló aquella que danzaba sola sin compás ni métrica que la oriente, y lo disfruté, gocé conmovido de la profundidad del silencio quebrado sólo por lo haces de luz que viajan de la fuente a la opacidad, pero no te vi dormir. Hoy la coincidencia no confabuló a mi favor y los opacos cristales del ventanal de tu habitación se quedarán tal cual los cerraste. Hoy no pude acomodarme al lado de tu cuerpo para vigilar que tus ojos no se abrieran sino hasta el momento en que el sol se deslizara por tus piernas dándote los buenos días. Eso me entristece y le quita lucidez al tramo final de esta jornada ficta pero tangible. Y mientras me acerco por última vez en la noche al dominio de tus aposentos, aquella figura que danzaba sola en la total oscuridad salpicada de exiguos puntos de plata se atraviesa en mi camino con un gesto infantilmente travieso. La persigo hasta que me detengo por inercia al espectar una situación fuera del guión que suponía finito, pues aquella figura solitariamente refrescante se acerca a los cristales opacos del ventanal de tu alcoba, se escabulle despacito y se deja reposar sobre el tibio cuerpo inmóvil que tanto venero en el mundo real como en este. Antes de fundirse de pleno contigo, me obsequia un final guiño propio de los implicados, y hecho esto desaparece el halo azul que he seguido el último tramo de la madrugada, dejando tras de sí el halo dorado que despide tu esencia ahora completa.
Me alejo de la representación que acabo de presenciar rayando entre la confusión, el asombro y un cosquilleo en el pecho que identifico con la efímera pero atesorada felicidad. Es que aunque sepa que en el mundo de arena e hipocresías el andar es más pesado, las miradas más frías, la indiferencia repelente y las caretas la constante inalterable de la ecuación, siempre me quedará este plano perdido de toda lógica que lo rija. Siempre encontraré la salida en aquel cielo oscuro como es el infinito, salpicado de puntos plateados, donde sé que podré contar con que aunque tu mano envuelta de tibia piel ya no tiente el toparse con la propia, tu espíritu astral, ese que no puede ocultar nada por lo transparente de su halo azul, siempre estará ahí, esperando a que lo encuentre bailando en soledad, sin compás ni métrica que lo guie. Siempre esperándome en el mismo lugar, a donde yo, luego de revisar los opacos cristales de tu ventanal para asegurarme que afortunadamente la coincidencia no ha confabulado en mi favor y no te encuentras ahí, iré a buscarte. Así, al fin recorrer de extremo a extremo el páramo imaginario que se irá gestando al tiempo que avanzamos, hasta llegar a las constelaciones más lejanas y desconocidas, para sentarnos en la órbita de algún mundo ignoto a mirar este que habremos dejado atrás, con todo su andar, sus miradas, su indiferencia y sus caretas.
De repente me despierto, son casi las 4 de la madrugada, ahora entiendo que no puedo luchar contra mi natural deseo de dormir. Logro abrir al completo mis ojos, debo restregar mis manos contra ellos para disipar el sopor que aun consiento sobre mi cabeza. Me estiro un momento, hago tronar las articulaciones de mi cuello y me recuesto clavando la mirada en la imagen de un castillo blanco y plagado de altísimas torres, que adorna mi techo. Me giro y veo la computadora encendida, los programas que estaban abiertos siguen como los deje, las conversaciones han cesado por la ausencia de mis contrapartes. Empiezo a escribir estas líneas, y reparo en que debí comenzar diciendo que los vuelos astrales no son reales. Lo sabré yo.
Me permite la fantasiosa situación el elevarme sobre el conglomerado de puntos luminosos color naranja, para deleitar mi sueño con un paisaje proscrito para los peatones, pero hoy mi mente es libre, dichosamente libre y altiva, hoy no caminará, no se arrastrará como ha venido haciendo, hoy dejará estelas azules en un fondo negro, para que sepan que por ahí ha pasado. Dibujo siluetas informes en la bóveda celeste sólo de alias, pretendiendo que se vea una rosa, un eclipse, y con suerte algún signo, entre nos, distintivo que se anime a pronunciar bajito tu nombre. Me elevo aun más para poder decorar mi cuadro abstracto, como el niño que a fuerza intenta embellecer sus garabatos, y lograr así, quizá, que te robe a fuerza una sonrisa. Tomo los anillos de Saturno para colocarle una diadema a ese signo que pronuncia bajito tu nombre, me adueño de treinta lunas de Júpiter para vestir la rosa de gotas que emulen al rocío, y a expensas de quemarme en carne viva las manos, arrastro al mismo sol para tu eclipse. Dejo los garabatos boreales detrás, vigilados por la posibilidad, y me doy a la fuga por los matorrales nebulares que se extienden por debajo de la oscuridad pre matinal.
Mientras prosigo con la danza desvelada que ejecuto al unísono de los latidos asincopados de allá abajo, mi mirada hasta ahora difusa y cristalina se detiene en un punto de la espesura etérea. Divisa una silueta dando tumbos sin compás, sin métrica orientadora y sin que le importe aquello; dándole más gracia que una luna blanca a una marcha a paso lento por la playa. Me acerco sin que me interese el no hacerme notar por esa grácil figura, imitando sus revoluciones, intentando seguir sus espasmódicas aceleraciones y procurando no innovar más movimientos a su coreográfica exhibición. No la percibo incómoda, no le siento disconforme ni intimidada, al contrario hay algo en ella que es familiar, quizá sea que esta noche también ella es libre, dichosamente libre para ser lo que sea sin que le pese no serlo. Aunque aparentemente no nos conocemos de nada, este es nuestro plano ahora, y aquí somos conocidos eternos, ancestros de Adán y Eva, abuelos del mismo Dios, predecesores del tiempo, somos dos que siempre han sido desde que las cosas comenzaron a ser. La coreografía de imitación cede el paso a un verdadero baile, donde se conjugan nuestras estelas azules en cada nuevo paso que fabricamos sobre la marcha. Disfruto de ser libre esta noche, y sé que ella también lo disfruta, ascendiendo hasta los propios límites del universo que somos los dos, sólo para dejarnos caer en picada sobre el mar, sin decir más que aquello que nos interprete el viento, somos libres, dichosamente libres.
La noche que apenas tarde horas en desvanecerse, permanece como contratada o convencida de favor, extendida sobre el umbral del alba. Me siento feliz, pero estoy triste. He disfrutado del ballet celestial que me regaló aquella que danzaba sola sin compás ni métrica que la oriente, y lo disfruté, gocé conmovido de la profundidad del silencio quebrado sólo por lo haces de luz que viajan de la fuente a la opacidad, pero no te vi dormir. Hoy la coincidencia no confabuló a mi favor y los opacos cristales del ventanal de tu habitación se quedarán tal cual los cerraste. Hoy no pude acomodarme al lado de tu cuerpo para vigilar que tus ojos no se abrieran sino hasta el momento en que el sol se deslizara por tus piernas dándote los buenos días. Eso me entristece y le quita lucidez al tramo final de esta jornada ficta pero tangible. Y mientras me acerco por última vez en la noche al dominio de tus aposentos, aquella figura que danzaba sola en la total oscuridad salpicada de exiguos puntos de plata se atraviesa en mi camino con un gesto infantilmente travieso. La persigo hasta que me detengo por inercia al espectar una situación fuera del guión que suponía finito, pues aquella figura solitariamente refrescante se acerca a los cristales opacos del ventanal de tu alcoba, se escabulle despacito y se deja reposar sobre el tibio cuerpo inmóvil que tanto venero en el mundo real como en este. Antes de fundirse de pleno contigo, me obsequia un final guiño propio de los implicados, y hecho esto desaparece el halo azul que he seguido el último tramo de la madrugada, dejando tras de sí el halo dorado que despide tu esencia ahora completa.
Me alejo de la representación que acabo de presenciar rayando entre la confusión, el asombro y un cosquilleo en el pecho que identifico con la efímera pero atesorada felicidad. Es que aunque sepa que en el mundo de arena e hipocresías el andar es más pesado, las miradas más frías, la indiferencia repelente y las caretas la constante inalterable de la ecuación, siempre me quedará este plano perdido de toda lógica que lo rija. Siempre encontraré la salida en aquel cielo oscuro como es el infinito, salpicado de puntos plateados, donde sé que podré contar con que aunque tu mano envuelta de tibia piel ya no tiente el toparse con la propia, tu espíritu astral, ese que no puede ocultar nada por lo transparente de su halo azul, siempre estará ahí, esperando a que lo encuentre bailando en soledad, sin compás ni métrica que lo guie. Siempre esperándome en el mismo lugar, a donde yo, luego de revisar los opacos cristales de tu ventanal para asegurarme que afortunadamente la coincidencia no ha confabulado en mi favor y no te encuentras ahí, iré a buscarte. Así, al fin recorrer de extremo a extremo el páramo imaginario que se irá gestando al tiempo que avanzamos, hasta llegar a las constelaciones más lejanas y desconocidas, para sentarnos en la órbita de algún mundo ignoto a mirar este que habremos dejado atrás, con todo su andar, sus miradas, su indiferencia y sus caretas.
De repente me despierto, son casi las 4 de la madrugada, ahora entiendo que no puedo luchar contra mi natural deseo de dormir. Logro abrir al completo mis ojos, debo restregar mis manos contra ellos para disipar el sopor que aun consiento sobre mi cabeza. Me estiro un momento, hago tronar las articulaciones de mi cuello y me recuesto clavando la mirada en la imagen de un castillo blanco y plagado de altísimas torres, que adorna mi techo. Me giro y veo la computadora encendida, los programas que estaban abiertos siguen como los deje, las conversaciones han cesado por la ausencia de mis contrapartes. Empiezo a escribir estas líneas, y reparo en que debí comenzar diciendo que los vuelos astrales no son reales. Lo sabré yo.
5 comentarios:
Sí que te mantuviste despierto eh xD
Bien Alli Edson
Seguimo progresando =D
Pero descansa un poco loco xD
no vaya ser q te agarre desprevenido
algun sueño q quiza quisiste vivir
=D
Un consejo del buen Papo
El Papo sabeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!!!
Creo que es por las madrugadas que esas historias irreales que solo nuestras mentes pueden contarlas perfectamente, se hacen perfectas, en nuestra imaginación donde los ojos, los nuestros lo ven mejor, donde nos hes difícil hacerlo externo con ayuda de las letras. Los mejores momentos, los peores desvanecimientos, los malditos recuerdos, los nostálgicos sentimientos... son los que a mi parecer pueden darse echado en tu cama o finalmente frente a la PC.
Pa lante Lobo
Ansío leer pronto ese post que dices tendrá como base tu comentario en un post mio.
Gracias por el comentario, que a mi parecer esta vez derrumbó lo literal y se apuntó a ser unas palabras de un amigo.
Estas demasiado peleado contigo mismo.
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