El dinero, tan delicioso, refrescante, revitalizador, suculento, deseado, divertido, encantador, apasionado y bello… El dinero, aunque es una mera creación abstracta surgida en las antiguas polis como una forma de facilitar el tracto comercial, ha terminado siendo el leiv motive de nuestras modernas sociedades. El dinero hoy por hoy es el termómetro del éxito de una persona, la regla y medida de su profesionalización y la notoriedad que le hace destacar por encima de sus pares. Hoy sin dinero, sencillamente no eres nada… Bajo esas premisas tan materialistas es imposible mantenerse en una postura negatoria de la importancia de poseer dinero, y mejor si es en abundancia, que si bien resulta loable por su trascendencia moral, es ridícula por su disociación de la realidad imperante.
Yo si me confieso materialista, una persona que entiende y acepta la relevancia de los bienes materiales como agentes facilitadores de la existencia, como aquellos enceres capaces de generar la máxima comodidad y la pura (aunque ciertamente fugaz, para que hacernos los huevones) sensación de felicidad que nace de la despreocupación por el ¿qué chucha tendré que hacer mañana para poder comer? Y no me refiero al dilema de un chef que no sabe qué coño preparar… sino al dilema diario de la gente común y corriente que sólo trabaja para poder tener diez centavos que les permitan comprar medio pan. Cuando el dinero te desborda de los bolsillos, todas las preocupaciones son risibles, basta con sacarte un minúsculo fajo de billetitos verdes con un par de ceros para que empieces a encontrar la solución…
Por ejemplo, un simple mortal debe resignarse ante la imposibilidad de obtener algo que desea pero le representa tener que hipotecar hasta el alma y uno de sus cojones para poder pagarlo, pero para los millonarios la resignación no existe o se limita a situaciones extremadamente específicas, como el tener que resignarse a no poder sacar el Titanic del fondo oceánico para añadirlo a su colección de navíos históricos, o el no poder llevarte una sección de cuatro kilómetros de la Gran Muralla China para usarla como muro frontal de su jardín… por lo demás, pueden hasta ponerle diamantes a un inodoro de oro macizo si así lo quieren… y eso ya es cagar con estilo.
Yo tengo conmigo mismo una apuesta/reto/promesa/pacto de que antes de los 40 años debo formar parte de esa selecta (bueno, no tanto ahora cualquier naco de callejón termina siendo un acaudalado dandy de sociedad) casta de millonarios que adornan las páginas de la revista Forbes, que salen en la sección empresarial del New York Times, o aparecen en magazines como Cosmopolitan en un artículo sobre los solteros más codiciados. Es un voto personal que he de cumplir a como dé lugar, pues mis excentricidades y anhelos más disparatados sólo podrán ser realizados con el aval de una modesta fortuna de (aproximadamente) setenta y cuatro mil millones de dólares (o doscientos veintiocho mil seiscientos sesenta y seis millones de nuevos soles, la moneda de mi país). Cuando mi cuenta bancaria de Luxemburgo llegue a esa módica cifra, podré sacar de debajo de mi cama el libro negro de mis divagaciones y fantasías y comenzar a hacerlas realidad, por puro y duro hedonismo.
Con esa austera fortuna amasada me compraría una mega mansión que tenga un rancho para caballos árabes de casta; un parque de diversiones; una laguna artificial; un castillo traído directamente de Europa del este piedra por piedra (para los días de verano porque la piedra es más fresca); unas canchas de tenis, futbol, básquet y vóley (mínimamente tres de cada una, no pienso esperar ni compartir una cancha cuando tenga ganas de jugar); unas cinco piscinas entre olímpicas, techadas y temperadas; un coliseo polideportivo con un ring oficial de boxeo para organizar pequeños torneos y para simplemente tontear cuando esté aburrido (¿¿aburrido?? xD jajajaja); un bosque de pinos rodeado de unas cinco hectáreas de pradera verde y campos de flores silvestres; un pequeño zoológico acondicionado como un hábitat artificial; unas tres hectáreas de jardines con fuentes y piezas de Art Déco donde puedan correr libremente y sin peligros mis cincuenta cachorros de lobo blanco; y finalmente en medio de todo esto una pequeña cabaña de setenta habitaciones, sesenta y tres baños, diez ambientes acondicionados como salas de estar, salón de recepciones, tres comedores principales y seis comedores pequeños, dos cocinas completamente equipadas con chef permanente incluido, un garaje para cuarenta autos, gimnasio en el sótano, sauna y spa, discoteca con bar incluido, cine con capacidad para cincuenta personas y su respectiva y necesaria confitería, peluquería y barbería, helipuerto en la azotea sur, y todo lleno de acuarios que vayan de pared a pared…
Aquí estoy revisando mis caballerizas, detrás mi lago artificial y unos amigos que invite a una barbacoa en el ala Este.
Sí, se que parece la casa de Ricky Ricón, pero qué cojones, el mocoso sabía cómo vivir…
Teniendo una casa así, ya no necesitaría salir, pero si me llegara a provocar un plato de sushi con wasabi y soja recién preparado, llamaría a mi chofer para que me llevara a mi aeropuerto privado, donde tomaría un vuelo directo a Tokyo sólo para ir a comer en el “Aragawa”, para el postre me iría a París por un croissant con mantequilla y para tomar algo viajaría a Londres para beber unos apple martinis en el “Scketch”. Y como la juerga no está completa sin la compañía femenina, pues de vuelta al avión y hacia Rusia, donde rodeado de agraciadas lolitas cerraría la discoteca más exclusiva sólo para nosotros, y como el avión esta a mi plena disposición, pues luego de bailar y beber más… a lo que surja… je je je… es mucho más cachondo ir al asiento treinta y seis de un avión privado con un séquito de quince tiernas jovencitas que al asiento trasero de un Toyota con una sola chica… digo ¿no?…
Con tanto exceso decadente quizá apele a usar una fracción de mi fortuna en fondos para las organizaciones ecologistas y protectoras de animales (quién sabe, quizá y hasta al puro estilo de Bruce Wayne pueda finalmente dar vida a Arsenal Animal). Pero dudo que pase de ahí, como dije una y mil veces, la gente poco me interesa… Y por ahí no faltará quien pregunte sobre el amor y esas sandeces, pues como es lógico entre tanta libertino desenfreno me será muy difícil encontrar un amor sincero y leal que me acompañe hasta el fin de mis días mortales… Pues me vale… yo con tener una muchacha sacada del mundo de las pasarelas y la moda a lo Heidi Klum, o una jovencísima actriz/cantante como Avril Lavigne o Hanna Montana, que me ayude a desordenar las sábanas de mi cama cada noche, pues me parece suficiente… Si quiero afecto desinteresado, fidelidad y lealtad pues para eso tengo a mis cincuenta cachorros de lobo blanco ¿no?…
En síntesis, me la pasaría viviendo en el despilfarro, el lujo y la ostentación más mórbida, haciendo de cada uno de mis días una bacanal de excesos que mi holgada chequera me permite… Para qué hacerme el santo y decir que ayudaría a las personas con mi espíritu caritativo o que prefiero la sencillez de un hogar pequeño pero con amor… esas son boludeces para mí… Egoísmo quizá, no lo sé, ¿inmadurez? Jajaja OBVIO!!! Pero así es como pienso y así es como planeo vivir cuando las manos lujuriosas de la diosa fortuna se posen sobre mi palpitante, grande y caliente… ambición.
Me reitero en algo que siempre he pensado y hoy se los dejo como reflexión final… El dinero no hace la felicidad… ¿para qué?… si ya la compra hecha… Amén hermanos, amén.
Pd: Si no logro esto hasta los cuarenta, fingiré mi muerte en un intrascendente accidente de tránsito y me iré a vivir a la austera contemplación espiritual de un monasterio Tibetano… Hombre preparado vale por dos… Gracias por su atención.
1 comentario:
y donde compraste el pony, en la playita????
ante todo mi estimado, respeto, respeto mucho.
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