Recuerdo cuando recordar dolía menos, cuando la calma se veía más próxima y no era la quimera que se cierne sobre mis días escasos. Eras la flama exigua que crepitaba al fondo de las lámparas del viejo candelabro, alumbrabas poquito pero alguna luz me dabas, y hoy sólo queda cera chamuscada y seca, impregnada en el piso con olor a distancia. Te fuiste antes de partir siquiera, encajonadita en medio de un cuarto oscuro y de paredes vacías, ni un cuadrito que molestara la monocromía del blanco, ni una flor y que paradoja, luego tendríamos un jardín completo de girasoles y rosas azules.
Mientras estabas encajonadita, yo arropaba con desvelo tu dormir constante, viendo tus dedos quietos, tus párpados cerrados, buscando con desespero algún temblor en la silueta amoratada de tus labios. Nada. Y en la plena emboscada de tu total ausencia me repetía cada segundo de tu risa retumbando en los pasillos y en los cuartos de la casa. Me repetía tu tacto indiscreto cuando el cansancio te celaba y lo interrumpías con ternura. Me repetía cuando tus ojos no se cerraban ni para parpadear, sólo porque te dije que me extraviaba mirándolos. Me lo repito de nuevo y recuerdo el modo correcto de recordarte. Ahora me dueles, sí. Antes recordarte, francamente, dolía menos.
Pasando horas tras horas que se me hacían luengas como tus cabellos, me la pasaba sentado a tu vera, imitando tu inercia con un ruego callado de que me retes a vencerte. Siempre perdí ante tus retos, eso no cambió. Me volví un mueble más de ese cuarto oscuro, siempre en el mismo lugar, siempre en la misma posición, pasando inadvertido por las sombras de blanco que entraban y salían tan mudas como tú y como yo. Tanto silencio caía en avalancha sobre nuestras cabezas, que hasta el aire estático parecía confundido de no saber, si era yo quien sentado y paciente a ti te esperaba, o eras tú quien cansada y recostada me estabas esperando. Yo siempre pensaba que ambos nos esperábamos. Hoy es igual, seguimos esperando. Aunque dule.
Ahora sigues quieta, muy quieta, encajonadita. Como una de aquellas princesas de los cuentos que de pequeña leías, esperando quizá un beso. Cuantos besos habré intentado que tenía los labios atravesados por grietas, pero siempre tu. Hoy ya no puedo seguir intentándolo aunque quiera, el jardín de girasoles y rosas azules me separa del suelo, y el suelo que amaste me separa de lo que amé. Antes ni un cuadrito, ni una flor, hoy todo un paisaje y un jardín, pero la misma monocromía en blanco de la desolación. Te insisto y recuerdo que recordarte antes me dolía menos.
Prepararé un café para acordarme que yo aun permanezco, y caminaré entre pasillos y cuartos buscando alguna risa que retumbe, caminaré hasta que el cansancio me pueda y un tacto indiscreto lo interrumpa con ternura, caminaré hasta encontrar un camino que no se cierre donde extraviarme. Me repetiré el eco de las palabras que no flotaron entre nosotros cuando brillabas poquito al fondo de las lámparas del viejo candelabro, las oiré y haré de cuenta que jamás la he escuchado. Porque duele.
Y al final de esta noche me sentaré de nuevo a pretender que te espero, retando a tu quietud de entonces y de ahora, remedando tu silencio, igualando la oscuridad que te rodea. Esta noche pretenderé que es como antes, pero no el antes cuando brillabas como un sol incendiándose, ese antes duele. Hoy te recordaré como el antes de este hoy, cuando recordarte, francamente, me dolía menos...
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