- ¿Qué sentiste la primera vez que moriste?
- Sentí mucho dolor, la agonía era algo indescriptible, sentía la vida apagándose dentro de mí. Sentí mis recuerdos olvidados regresar con fuerza, mis promesas incumplidas volver para reclamarme, mis metas abandonadas manifestarse en desacuerdo. Sentí que mi orgullo se humillaba y mi soberbia pedía misericordia, podía oír a mi egolatría pensar en mi madre, en mi padre, en mi esposa y en mis hijos. Sentí como iba dejando se sentir de a pocos, como iba.
- ¿Te asustó?
- Al principio sí, mucho. Luego el temor se volvió accesorio, secundario, no había por que temer a lo inevitable, no tenía sentido ni razón. El temor se disipo como las sensaciones, como los ruidos, los latidos y las imágenes que se intercalaban frente a mí. En adelante no volví a sentir temor cuando iba muriendo.
- ¿Volverías a morir?
- Supongo que sí, es algo natural, algo que no podré evitar y a lo que no temo. Podría suceder en cualquier momento, incluso ahora.
- No, no quiero saber si volverás a morir, quiero saber si volverías a hacerlo.
- Pues sí, justo hace una hora acabo de hacerlo.
- ¿Por qué?
- Una vida donde mueres un poco cada día se hace más pesada que una sola muerte definitiva, ¿no lo crees? Yo ya no necesito motivo para ello, sólo un deseo ausente de ganas por hacerlo.
- Te entiendo, yo muero de a pocos desde que te conocí.
- Lo siento, pero nunca te pedí que me amaras.
- Tampoco me lo impediste, como yo nunca impedí que volvieras a morir.
- Es verdad, buenas noches, hasta pronto.
- Hasta que sea tiempo de volver a coincidir, amor.
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