Música recomendada para acompañar la lectura de este post.
Es innegable. Ni siquiera presté atención a lo último que dijo un sujeto gordinflón y de aspecto más bien repulsivo en su afán de aparentar ser gracioso, pero tuve que decir algo que sonara sobrio, elocuente, inteligente, supongo. Es innegable. Un tipo andrajoso, pero curiosamente bien afeitado parece percatarse que abrí la boca sólo como un acto reflejo y me pregunta por qué lo digo. Que bochorno, pensaría, pero me da igual lo que pueda pensar este tipo andrajoso, pero curiosamente bien afeitado. Le respondo con una mirada severa y abandono mi usurpado lugar frente al escaparate de la venida a menos tienda de electrodomésticos. Si no mal recuerdo, se supone que estamos a 16 grados, o al menos eso mintieron por la televisión. No es que no les crea a los meteorólogos, es sólo que no confío en nadie, desistí.
Gente sin chompa ni jersey, chicas sin abrigo, muchachos en polos de manga corta. Tengo una casaca de cuero probablemente de mi edad, y eso es decir bastante, bajo ella una camisa de franela y una camiseta. Me congelo. Oí decir en la televisión que cuando el cuerpo envejece uno puede experimentar una sensación de frío cada vez mayor. Preferiría no hacer caso, pero supongo que tendrán razón. Quizá no sea eso. Mis manos se encogen en los bolsillos de mi casaca de cuero probablemente de mi edad, trato de meterlas más adentro, como si aun les quedara más espacio. Camino casi mirando mis propios pasos, de momento en momento intento rejuvenecerme echándole una mirada a alguna jovencita de insensibilizada dermis, que ajena a los 16 grados de temperatura, desfila por la calle con ropas de verano. Me ataca un sentido de vergüenza de mi mismo. Los lobos jóvenes se comen a las gacelas más tiernas, los viejos nos conformamos con pellejos y carne de carroña. La idea me desconcentra, me resulta grotesco aquel cuadro salvaje y natural de mi propia metáfora. Al menos tiene un efecto disuasivo. Sigo mirando mis pasos, continúo. Llego a una esquina, no hay semáforo, pero si muchos autos. Que curioso, todos, casi, son del mismo modelo, marca y color. Esta ciudad parece invadida por ellos. Que amistosos deben ser sus conductores. Todos asoman su cabeza a través de su ventana y me hablan elevando una mano. Prefiero ignorarlos. Hoy quiero caminar, de nuevo. Me entrometo entre los autos y desaparece su “amistad” aunque sus manos siguen elevadas, pero se mueven con mayor vehemencia. Los ignoro, no los oigo, pero sé lo que están diciendo, prefiero seguir ignorándolos. No es que no me importe lo que puedan decirme, es sólo que no me interesa en lo absoluto, desistí.
Por fin aterrizo en la banca más alejada de un cuasi abandonado parque. Oculto tras el follaje de un arbusto o maleza, no soy un botánico, desconozco la diferencia más obvia, trato de ocultarme, de mimetizarme con el follaje del arbusto o maleza. Me acomodo. Dejo que mi humanidad se desparrame a su antojo en esa banca tan alejada, nunca tanto. Me dispongo a contemplar a los peatones de turno, en silencio y en total anonimato. Es casi como ser un voyeur de la cotidianidad. No pasa ni medio minuto y tengo delante de mi improvisado observatorio una joven pareja. Ignoro si son enamorados, novios, simples amigos que acaban de descubrir que la efervescencia de sus hormonas es correspondida, infieles que aprovechan la lejura de este parque para desfogar los deseos que les reprimen aquellos a quienes debieran ser fieles, un par de desconocidos que atrapados en un momento de locura se han presentado a través de un beso digno de las prácticas de un otorrino. De lo que si podría estar seguro es de que por ningún motivo están casados. De ninguna manera si aun guardan esa pasión que no se cohíbe fácilmente. Quién sabe. Yo no. He contado el paso de 6 vehículos y ellos, jóvenes, aun no se separan. Sonrío pensando que es hasta gracioso, es cosa de series televisivas o películas endulzadas, no de realidad. De nuevo me equivoqué, parece. Al pasar el noveno auto, y tras un bocinazo impertinente les veo irse de la mano hacia el bullicio cosmopolita del que me vengo alejando. Enamorados, novios, amigos, infieles, desconocidos que se han encontrado. Esto último parecería lo más bonito. Puedo intuir que no ha sido así. Continúo sentado como un improvisado vigía. Se acerca dando tumbos un ser caído en la negación de su propia miseria. Puede que haya salido de alguno de esos huecos que abundan por esta zona. Como una alimaña humana abandona aquellos agujeros al caerle la noche, y se desplaza torpemente entre las callejuelas más solitarias en pos de hallar algo barato o gratis que le sirva para llenar su estómago. Veo sin preocuparme, que se acerca cada vez más a mi improvisado puesto de vigía. Cuando al fin lo tengo cara con cara me entra el abatimiento de ver que es apenas un mocoso. No tendrá quizá, más de 16 años, al menos eso parece traslucir de su prematuramente demacrado rostro. Me conmueve más recordar que oí alguna vez en la televisión que el ingerir alcohol causaba un efecto de envejecimiento más acelerado. Me pide una propina casi en imperativo. Miro hacia otra dirección. Insiste. Insisto. Cuando su solicitud incluye una grosería me levanto dejándole ver que pese a mis años le saco en ventaja casi dos cabezas de alto. Mal plan. El alcohol le ha quitado el sentido común, no se amedrenta, au contraire. Lo tomo por el brazo derecho, flaco, lleno de moretones y una que otra cicatriz. Empujo sin mucha fuerza su tambaleantemente lastimera figura al son de un ¡Fuera carajo! Se aleja. No se si fue el empujón, el grito, miedo quizá. Tal vez un hambre apremiante y poco tiempo que perder con un viejo sentado en la banca más alejada de un cuasi abandonado parque. No es que me guste alejarme de la gente, es sólo que no me agrada estar rodeado de ella, desistí.
1 comentario:
Duro. Parece que tu silente pensamiento no es más eso, al parecer te cansaste de escucharte en la penumbra y ahora decidiste contárnoslo. Es un texto interesante.
Mis mayores éxitos para tí.
Sigue así.
Mel
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