Es curioso como el tiempo parece empecinado en no
dar treguas, y no, no me refiero a que sea imposible detenerlo, retener los
segundos de aquellos momentos que esperamos jamás terminen, eso es obviamente
un absurdo completamente imposible, y por ende, un hecho que goza de la
aceptación universal…
Me refiero a esa jodida jugarreta de cruzar los
momentos que vivimos, las personas que necesitamos, y aquellas que nos
encontramos…
Me explico…
En mi pobre experiencia sentimental, reducida,
poco vivida y casta a los 26 años, he podido concluir varios teoremas que
otrora tuve anotados en la agenda de “hipótesis por comprobar”. Hablar de todos
ellos, no sólo sería aburrido, muchos lo son, y algunos otros ya los he comentado
alguna vez por aquí; por eso, esta vez me centraré en algo que es quizá de lo
más jodido… encontrar el timing
sentimental perfecto, esa sincronía entre “lo que uno quiere” – “lo que uno
necesita” – “lo que uno encuentra”…
Y así, mi teorema de desamor N° VI
es “Más difícil que encontrar el amor, es lograr que el amor que quieres, el
que necesitas y del que dispones sean el mismo”.
Quizá soy muy pesimista, pero joder!, cada cual
narra la carrera según cómo sintió la pista…
Ahí vamos…
Digo esto por cuestiones muy sencillas, pues a lo
largo del proceso de crecimiento vamos encontrando en nosotros mismos, y en el
mundo que nos rodea, muchos focos de atención sensorial afectiva, variando cada
cual en intensidad y en viabilidad, sobre todo. Toda nuestra vida la vivimos
rodeados de personas del sexo opuesto, y descarto aquí a aquellas que con
nosotros tengan alguna vinculación de consanguinidad y de afinidad, con las que
nos relacionaremos. Obviamente con cada una de ellas la forma de relacionarnos
será distinta, pues en momentos muy precisos de seguro buscaremos una amiga,
una confidente, una enamorada, una amante, un agarre, un rollo de una noche,
una amiga con derechos, una futura esposa, una futura ex esposa, o una
cachetada en la vía pública por imbéciles. El punto es que aquí aparece el
primer punto de quiebre del teorema… Lo
que uno quiere…
Pongo el ejemplo, cuando estamos en plena
pubertad, con la ebullición hormonal en auge, a los hombres nos levanta el
ánimo, y algo más, todo lo que se menee en faldas frente a nosotros. En ese
momento, poco importa si hay afinidad intelectual, si se tienen los mismos
planes para el futuro, si hay más que mera empatía, si es carismática, si es
divertida, si es emo, gore, dark, punk, hipster, skinhead, talibán, del
movadef, da completamente igual… con que esté lo suficientemente buena como
para iniciarse en las lides románticas de la exploración mutua, pues basta y
sobra… Claro, saldrá por ahí el romántico, pseudo discípulo de Becquer, a decir
que el amor adolescente es puro cual la gota primera de lluvia en el verano de
los corazones que recién se lanzan a sentir… Ok… NEXT!... No digo que no haya
algo de sentimiento real, pero digo que en ese momento lo primero que lo
“despierta” es una cuestión muy química de atracción física, basada en los
gustos y apetencias de cada cual. Así que, no se desvirtúa lo expresado.
Sigamos. Entonces, aquí lo que queremos es alguien que esté buenorra, que nos
ofrezca un sano rato de esparcimiento a puertas cerradas y que en público despierte
la envidia de nuestros amigos con menos suerte en el arte del ligoteo… Vamos,
no lo nieguen, sincérense al menos por un momento ¬¬… En fin, que a medida que
vamos creciendo, vamos buscando otras cosas aparte de las meramente físicas, y
nos animamos a incluir en el paquete temas más profundos, como una bonita personalidad, sentido del humor,
sana ambición, valores morales, buen ambiente familiar, una gemela sexy… ok
no… pero sería un plus… ejemmmm… Seguimos… La cosa es simple, nuestro lo que uno quiere se nutre de las
experiencias, de lo vivido, y apunta a algo más completo, ya no sólo a una
bonita envoltura, sino, y sobre todo para los más maduros, a un bonito
contenido. Y esta curva marca desde aquí una tendencia ascendente, que se
traduce en una cada vez más amplia lista de “requisitos” que debe tener
esa persona especial.
Sin embargo, esto tiene una trampa que tardamos
mucho en advertir, y eso, si es que llegamos a hacerlo… Eso es lo que queremos,
y si se trata de querer, pues quiero una casa en una isla caribeña, quiero
tener a mi lado a Avril Lavigne, y que me crezca pelo en el pecho… Pero ¿Eso es
lo que yo necesitaría? --- ¡Sí, eso mismo, playa, Avril y pecho velludo! ---
¡NO! Eso es lo que yo quisiera, pero seguramente no lo que yo necesitaría, pues
si viviera en la playa en una isla caribeña, de seguro no me importaría lo que
le pasa al mundo, es más, ni me enteraría siquiera, no sabría de la violencia,
las guerras, el hambre, el maltrato animal y la destrucción de la naturaleza,
así que no podría cumplir con mi misión de hacer algún aporte por cambiar esto,
no podría poner mi granito de arena –de playa xD… ok mal chiste – por dejar el
mundo en una mejor situación que como lo encontré. Además… seamos sinceros… si
tienes a Avril Lavigne en una isla tropical, para ti solo, tooooodo el día… de
lo que menos te vas a preocupar es del hambre en Somalia… Así que, lo que yo quiero no sería lo mismo que lo que yo necesito.
Lo que necesitamos es algo más trascendente, algo
que a veces nos cuesta descubrir de buenas a primeras, y debemos pasar por
algunas experiencias previas para poder identificar con certeza lo que
más nos conviene, claro, es un momento determinado, pues no necesitamos lo
mismo toda la vida, así como no necesitamos comer papilla de calabacín a los
18, ni viagra a los 26 –cof, cof, cof… Solemos tener algo de delay en
identificar bien lo que necesitamos,
pues he visto varias veces como se suele pasar de una relación a la siguiente,
pensando que deben buscar a alguien distinta, casi antagónica a como era
damisela que antiguamente habitaba su pecho hoy ávido de un nuevo amor. Así, y
para ponerlo en corto, podría decirse que algunos hasta pasan del “te quiero
pero no quiero que se sepa y no me gusta demostrarlo, soy fría” al “te quiero,
te quiero, te quiero, te quiero (x 100)”. Según yo, supongo que es porque
quieren y creen necesitar un cambio, una relación más cursi, donde puedan dar
rienda suelta a todo el amor que tienen contenido y que ansía desatarse como el
Krakatoa e incendiar el cielo de pasión púrpura. Pero no pasa mucho y cuando ya
sienten algo de agobio, oh sorpresa, se plantean salir en búsqueda de alguien
menos cariñosa, o cuando menos, que les dé un poco más de espacio personal.
Otra situación, y esta quizá pueda reseñarla mejor porque algo de personal
tiene, es cuando la personalidad social y fiestera de tu pareja se no coordina
con lo que buscas y necesitas. Ejemplo, alguna vez, en mis años más mozos,
cuando vivía todos los fines de semana en la discoteca de moda de aquel entonces,
mi pareja no salía, decía que no le gustaba, decía que no tomaba ni fumaba, que
le gustaba bailar, pero no le gustaba el ambiente que había generalmente en las
fiestas. Vamos, que en el tiempo que estuvimos, puedo afirmar categóricamente
que nunca fuimos juntos a una fiesta a bailar y disfrutar como
Dios/Alá/Xenú/Ganesha/Buda manda. Ni una vez, y yo pensaba, joder como me
gustaría tener una enamorada que sea más fiestera, que salga, para poder salir
los fines de semana como algunos de mis amigos… Así y al tiempo estuve con otra
señorita, muy linda y dulce, y que tenía ese plus de llevarse bien con las
salidas fiesteras. Great! Me dije yo… pero luego luego nomás me di cuenta que
ya no era el ritmo que me gustaba, ya no encontraba tan divertido salir a bailar
los fines de semana, o salir a tomar, o juntarnos en casa de alguien a echar
unas risas y unas copas entre música tropicalona y bailable. Entonces me tocó
reflexionar… tanto pensar durante aquellos días, en lo bonito que sería tener
una relación donde pudiéramos salir juntos a disfrutar de las bondades de las
noches cada fin de semana, y cuando tenía con quien hacer realidad aquellas
fantasías, ya no me provocaba. En realidad, necesitaba alguien más tranquila,
más soft, más de casa y película, pues mis horas nocturnas las tenía empeñadas
en labores académicas, luego laborales y entregadas al descanso reparador de
quien empezó a darle con fuerza al trabajo físico intenso en el gimnasio. Así,
lo que yo quería, porque vaya si la quería, y lo que yo necesitaba, no estaban
muy de acuerdo.
Ahora, me pasa algo parecido, pues he conocido a
una señorita que despierta en mí algo más que la curiosidad de conocer a
alguien nuevo. Si debo ser sincero, me gusta, entre madrugadas y celebraciones
onomásticas se lo he dicho tal cual, “me gustas mucho”. Además, tiene ese onda
fresh que me llama mucho la atención, una forma de pensar bastante interesante,
una inteligencia harto atractiva y además le gusta escribir, o sea, resumo en
un I want it. Pero no puedo evitar
ponerme a pensar si es realmente lo que necesito en este momento, pues da la
casualidad que me encuentro en una atapa laboral algo peculiar, llena de
proyectos, de trabajo, de cosas por cumplir, de metas por realizar en el corto,
cortísimo, plazo. Pero esa frescura suya me invita a dejar eso de lado, a dejar
de ser tan “aguado”, y de estar tan “metido en el trabajo”, para distraerme un
poco y disfrutar. He cedido, lo admito, y me permití rememorar algunos pasajes
de mí no muy lejana juventud universitaria, la he pasado bien, bastante bien,
pero caigo en la cuenta de que no podría seguirle el ritmo, aunque quisiera. No
podría salir por las noches con tanta frecuencia, ni dispongo del tiempo para
poder acompañar sus deliciosos arrebatos de espontaneidad, que si bien me
parecen geniales, en la misma medida me obligan a, como dijo Jorge Gonzáles en
el concierto de Los Prisioneros en el Estadio Nacional de Chile, echarle una
miradita al carné… No soy viejo, me siento muy joven, y hablando biológicamente
sé que lo soy… pero a veces… sólo a veces… pfff…
Ahora, finalmente está lo que encuentras. Este tema es más delicado, pues está compuesto,
básicamente, por cuestiones puras de estadística. Depende, primero, del lugar
donde vivas, el círculo social que frecuentes, el ámbito académico/laboral
donde te desenvuelves, el ingreso que generes, la competencia que tengas y la
disponibilidad de las potenciales parejas. Con esos datos claros, puedes tener
una aproximación real al universo limitado de opciones que tienes para poder propiciar
un acercamiento amoroso. A eso, hay que añadirle los factores descritos
anteriormente, que entre las chicas que potencialmente pueden ser tus parejas
porque te encuentra i) interesante, ii) atractivo, iii) buen partido, iv) está
borracha, se encuentre alguna que en efecto sea lo que quieres, a la par que lo
que necesitas. Generalmente nos encontramos con chicas disponibles que se
enmarcan dentro de lo que puede resultar más inmediato de advertir, o sea, lo que quieres, pero, como dije, siempre hay un truco. Uno siempre
tiene un prototipo ideal de mujer –las chicas lo tienen de hombre, ninguna se
atreverá a negarlo- alta, baja, rubia, pelirroja, ojos rasgados, labios finos,
piernas largas, atlética, con curvas, gordibuena, anorexisexy, da igual,
siempre tenemos en la cabeza cómo debe ser la mujer que nos apresará de por
vida, y con esa imagen mental vamos contrastando nuestra realidad, así que
usamos nuestro quiero, para intentar
ubicarlo dentro de nuestro encuentro.
Así, por ejemplo, quieres una novia igualita a Megan Fox… ok pendejo, saca un
ticket y espera a que aprueben la clonación para que reclames la tuya en…
mmmmm… 70 años, cuando seas un viejito impotente y demacrado. No, muchacho,
salvo que tú seas Orlando Bloom, será difícil que encuentres disponible a una
chica así, por lo tanto, tendrás que bajarle a tus revoluciones, y pisar un
poco de tierra. Por lo tanto, tu quiero,
plenamente bien justificado, tendrá que adecuarse a tu contexto, así, te habrás
de conformar, en el mejor sentido de la palabra, con lo más parecido a tu ideal
de mujer, que será, claramente, lo que
encuentras. De ahí, que lo que encuentras
sea parecido a lo que quieres, y que
se ajuste a lo que realmente necesitas,
ya estamos entrando a terrenos más jodidos.
He tratado de resumir la explicación de este
planteamiento, pues el tiempo apremia, la hora avanza, las conversaciones del
adictivo Facebook chat siguen saltando por la pantalla, el BlackBerry sigue
sonando, y el sueño comienza a hacerse sentir. Quizá luego le haga alguna nota
aclaratoria, o profundice en alguno de sus aspectos, quizá. Pero lo que sí
quiero dejar en claro, y que sirva a la par de cierre, es que yo, al menos, en
mis ya no tan cortos 26 años, y tres relaciones formales, debo reconocer que no
he logrado conjugar mi lo que quiero,
mi lo que necesito, y mi lo que encuentro. Ahora bien, ello no
quita que no haya aprendido mucho de mis experiencias amorosas, que las haya
disfrutado –unas más que otras, valgan verdades-, que existan momentos en que
todavía piense en ellas, que me pregunte si algo hubiera podido ser diferente,
para bien o para mal. Toda experiencia de la vida nos ayuda a formar lo que
somos, cada pequeño golpe es como el beso del cincel en el mármol, le va dando
forma, hasta que llegue a verse como la escultura, como la obra de arte que
estamos destinados a ser; y las experiencias en el campo de batalla del amor no
son la excepción, pues nos enseñan a amar mejor y, con suerte, a que nos amen
mejor.
Finalizo recordando las palabras de mi amigo
Edgar L., quien alguna tarde de evasión de clases universitarias, sentados en
una banca me dijo… “Al final, después de
cada relación, puede que a la chica que venga la ames menos que a las
anteriores, pero sin duda, la amarás mejor”… Ojalá, mi amigo, ojalá…